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Los columnistas

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Darío Fernando Patiño
10 de mayo de 2008 - 03:26 a. m.
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DURANTE LOS ÚLTIMOS AÑOS COnocí a muchos de ellos, gracias a un programa en el Canal Caracol. Me consagré a seguirlos y a estudiarlos y hoy podría reconocer a los autores de las columnas más leídas de Colombia, sin mirar quién firma.  Hasta me atrevo a clasificarlos.

Están los que siempre tienen que odiar algo o a alguien. Unos odian siempre lo mismo, pero otros encuentran cada semana un blanco diferente para descargar su ira. ¿Eso les significa sentir ira por lo menos uno de cada siete días?

Están los que defienden siempre algo o a alguien. En las actuales circunstancias son más escasos. Les basta con que el objeto de sus adulaciones exista. Y si deja de existir, para eso queda el legado.

Están los eruditos. No creo que les importe que los lean y menos que los entiendan. Usan arcaismos y  citas poco conocidas. Como un botón del pasado jueves: “Andará en el reino de Babia (…)el Congreso se arrugó ante los juicios robesperrianos (…) los herederos de Sain Just  (…) a meterse con la cabeza del Danton de ahora (…)  Y cuando se dispone del “Pére Duchesne” de la época, que en breve será diario”.

Existen los que siempre han leído un artículo más que los demás, generalmente en otro idioma y lo interpretan para la aldea. Los que siempre tienen citas perfectas para el momento preciso.  Los que ante cada situación actual tienen una explicación histórica y concluyen que si estamos fregados hoy, eso viene así desde el mismo origen del hombre.

Hay columnistas que tienen la obligación de burlarse de lo que sea. Que envidia ver la vida con esos ojos. Pero que difícil tarea encontrar lo cursi, lo patético o lo ridículo en cada actividad cotidiana.

Me quito el sombrero con los que hacen una investigación para cada columna, consultan fuentes, confrontan versiones y leen documentos. No pienso lo mismo de aquellos que simplemente esperan a ver qué publican los medios de mayor circulación para hacer sus comentarios.

Me asombran los incontinentes que escriben a diario e inundan los correos electrónicos. Hay uno que sólo necesita escuchar La W cada mañana para tener de qué hablar. Y están los especializados en salud, tecnología, medio ambiente, cine, música, literatura, gastronomía y sexo.

Uno pensaría que a éstos no les falta tema. Pero creo que en general todos se esfuerzan por encontrar los asuntos pertinentes y las palabras adecuadas. Por trascender. Por enfrentarse al azote de los lectores en los foros, a la persecución, a las amenazas y, en algunos casos, al desprecio. Adquieren voluntariamente un compromiso para toda la vida, que a veces les cuesta la propia vida.  Porque al hacer pública su opinión, asumen el compromiso de responder por ella.

Los imagino sufriendo en busca de un tema esquivo, huidizo, gastado. Álvaro Cepeda Samudio confesaba: “No hay nada más parecido a una mujer coqueta que el tema del columnista. Y como a las mujeres coquetas, nadie se puede ufanar de haberlas conquistado definitivamente”.

O suplicándole a las palabras que hablen, que expresen. Como Octavio Paz en Las Palabras: “Dales la vuelta/ cógelas del rabo (chillen putas)/ azótalas (…)”. No sé qué clase de columnista pueda ser yo, o si seré una mezcla de todos. Sólo me quiero dar la bienvenida,  por si nadie más lo hace,  a un duro oficio, saludando con respeto y admiración a quienes llevan en él un buen tiempo.

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