En el Departamento de Estado de EE. UU., el Buró de Asuntos de Oriente Próximo está liderado por la secretaria asistente Barbara A. Leaf, diplomática con años de servicio en países de la región, quien además domina el idioma árabe. Bajo ella, está dispuesto un equipo de diplomáticos expertos, entre ellos un vicesecretario asistente para asuntos de Israel-Palestina y un representante especial para asuntos palestinos.
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Más cerca a casa, en Chile, la División de Medio Oriente y África está liderada por el embajador de carrera Juan Manuel Pino. Pino, con varias décadas de servicio en la Cancillería chilena, lidera un equipo que incluye a 13 embajadas en Medio Oriente, incluyendo una en Israel, actualmente a la cabeza del embajador de carrera Jorge Carvajal San Martín, quien antes fue jefe de la división.
¿Y en Colombia?
En la Cancillería colombiana reina la escasez de personal y su falta de especialización regional, creando las condiciones para crisis diplomáticas como la que hoy se está desatando entre Colombia e Israel.
Los ejemplos abundan. Acá en Colombia, en la planta interna de la entidad, la relación con Medio Oriente se maneja desde la Dirección de Asia, África y Oceanía (DIAAO)—una quimera institucional que combina a tres continentes en uno. ¿Quién lidera hoy la dirección? Nadie. O por lo menos no de manera plena. Ya van cinco meses desde que el anterior director fue despedido en un remezón que cortó al menos siete cabezas. Desde entonces, la dirección ha estado bajo el encargo de la embajadora Nelsy Munar, quien tiene una valiosa experiencia diplomática en el Sudeste Asiático pero no en Medio Oriente.
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Bajo la dirección, se encuentra el grupo de África y Medio Oriente. Esta es la dependencia encargada de las relaciones con Israel, Palestina y más de 50 otros países. ¿Y con cuántos funcionarios cuenta? ¡Con cuatro! Dos de ellos recién ingresados a la carrera.
En la región, la presencia diplomática de Colombia es precaria. Actualmente, 19 funcionarios de Cancillería se distribuyen a lo largo de cuatro embajadas (Emiratos Árabes Unidos, Israel, Líbano y Turquía). Ellos son responsables de cubrir todas las necesidades diplomáticas y consulares de Colombia ante los países en los que sirven y 10 otros en concurrencia.
De las embajadas, la que está en Israel es la más nutrida, con siete funcionarios. A la cabeza de la misión se encuentra la embajadora de carrera Margarita Manjarrez, cuya trayectoria de más de 20 años contribuyó entre otros a una buena gestión en la evacuación de ciudadanos colombianos de la zona. Pero, a pesar de su experticia, la embajadora no habla hebreo, no habla árabe y nunca antes había servido en la región. Que no quepa duda: una diplomática de primera. Pero sin el bagaje de quien dedica su vida a comprender una región o país.
En pocas palabras, ante los llamados a que Cancillería incida más para dar un mejor manejo a la situación de violencia en Israel y Palestina, debemos primero enfrentar la difícil realidad de que estamos cortos—de personal y de experticia especializada. Expertos hay, claro. Pero no abundan. Y no siempre están ubicados donde más se necesitan.
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Las dinámicas institucionales que desembocan en esta situación (entre ellas la baja asignación presupuestaria, la constante rotación del personal entre regiones, la poca capacitación en idiomas no tradicionales y un marcado sesgo noratlántico) tendrán que ser afrontadas si queremos una Cancillería más capaz de cumplir plenamente sus funciones. Y no lo digo solo yo. Sindicatos de Cancillería como el SEMREX han estado solicitando estas y otras medidas desde al menos 2019.
De fortuna que ya se están discutiendo en el Congreso reformas para una mayor profesionalización del servicio exterior. Un poco de autocrítica y una disposición a mejorar nos llevarán lejos. De otra manera, el costo para el país será muy alto.
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