No hay nada particularmente novedoso en que Petro vaya a China. Desde 1996, con Ernesto Samper en la Casa de Nariño, cada uno de sus predecesores ha hecho la peregrinación a Beijing. El resultado: una relación Colombia-China cada vez más integral y de confianza, sin importar el color político del presidente de turno.
Lo que sí es nuevo es la convergencia de tres circunstancias que hacen de esta una visita única, una oportunidad de oro para que Colombia dé un necesario giro en su política exterior, con impactos tangibles en el interior del país.
La primera circunstancia, a nivel global, concierne nuestro tránsito colectivo por un período de profundas transformaciones para el orden internacional. Las viejas estructuras y reglas de juego están cayendo en desuso o siendo cuestionadas. El secretario general de la ONU, António Guterres, en su discurso ante la Asamblea General en septiembre, usó la alegoría de un “mundo que se está descarrilando”.
Si bien es claro que las cosas están cambiando, tenemos menos certeza de qué saldrá del otro lado. Eso sí, los tiempos de unipolaridad, del dominio de uno sobre el resto, han acabado. En su lugar los reemplaza una mayor multipolaridad, es decir, más actores sobre el escenario decidiendo sobre el nuevo mundo por venir. Guste o no, China es y continuará siendo uno de esos actores. Hacemos bien desarrollando una relación bilateral rica (con China y otros países) que dé pie a que la voz de Colombia sea escuchada en el concierto de naciones.
La segunda circunstancia proviene de transformaciones en el interior de China. En los tiempos en los que China era la maquila del mundo, el país de los salarios bajos, el de los cielos grises y el de las copias, había mucho menos por hacer en materia de cooperación bilateral. Pero ese país cambió.
Hoy China es el mayor inversor y productor de energía renovable, el número 12 más innovador del mundo, el que eliminó la pobreza extrema en 2020 y el que tiene a cuatro universidades en el top 30 del ranquin QS, para dar solo unos ejemplos. La ahora amplia relación Colombia-China (con el metro de Bogotá, la producción conjunta de vacunas, la investigación en mejora de producción de arroz y mucho más) refleja esos cambios. Pero aún queda todo por hacer.
La última circunstancia está dada por las aspiraciones del gobierno Petro. No cabe duda: este es un gobierno ambicioso. Transición energética, justicia social, convergencia regional y hacer de Colombia una potencia mundial de la vida son logros que no se consiguen por cuenta propia ni de la noche a la mañana. De suerte que haya una virtuosa complementaridad entre lo que Colombia necesita y lo que China es capaz de suplir gracias a su propia experiencia de desarrollo.
El presidente Petro tiene hoy la oportunidad de hacer de esta más que una visita protocolaria. El mundo con el que él y tantos colombianos sueñan se construirá de la mano de viejos y nuevos amigos, en África, en el Caribe y, sí, también con China.
Un primer paso: unirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, a la que ya han adherido cerca de 150 países, 21 de ellos de nuestra región. Duque ya planeaba hacerlo en 2020. Que Colombia no se quede atrás.