El pasado jueves 27 de junio, el mundo entero fue testigo del incómodo e irascible debate entre Joe Biden y Donald Trump en su carrera por un segundo periodo en la Casa Blanca. La discusión entre los candidatos estuvo impregnada de mensajes de odio y de pesimismo, pintando un escenario oscuro para el futuro del liderazgo estadounidense y hasta para el planeta. Más de una vez, Trump alertó (¿o amenazó?) que “estamos más cerca de una Tercera Guerra Mundial de lo que cualquiera se imagina”.
Al mismo tiempo que el debate en Atlanta, en las horas de la mañana de Beijing, otro evento de igual importancia, pero menos apreciado en nuestro rincón del mundo, estaba aconteciendo: el pronunciamiento por el presidente chino Xi Jinping de un discurso en conmemoración del 70º aniversario de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica. Introducidos en 1954, en el contexto de las tensiones de la Guerra Fría y la búsqueda de Beijing por una vía independiente en su política exterior, los principios –respeto mutuo por la soberanía e integridad territorial, no agresión, no interferencia en asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo y coexistencia pacífica– no solo continúan guiando quién es China y cómo actúa en la escena global, sino que hoy, siete décadas después de su debut, tienen el potencial de servir de hoja de ruta esperanzadora para un orden internacional sumamente necesitado de dirección.
El contraste entre los dos eventos políticos no pudo ser más marcado.
Mientras Biden y Trump se lanzaban pullas y armas estadounidenses reclamaban nuevas víctimas en Ucrania, Gaza y Haití, Xi hacía un llamado a todos los países, especialmente las grandes potencias, a asumir seriamente la responsabilidad colectiva –establecida en la misma Carta de la ONU– de rechazar la agresión. Seguir este principio significa dejar de lado la realpolitik en la que los fuertes dominan a los débiles por su propio beneficio, sea Rusia invadiendo Ucrania o EE. UU. imponiendo sanciones al pueblo venezolano o un bloqueo a la isla de Cuba.
Al discutir las relaciones entre Estados, Xi insistió sobre la importancia de la igualdad y beneficio mutuo, celebrando las diferencias entre civilizaciones. “Es imperativo respetar las distintas tradiciones históricas y culturales y etapas de desarrollo de los diversos países… y respetar los caminos de desarrollo, sistemas y modelos independientemente elegidos por los diversos pueblos”, dijo Xi. Atrás deben quedar los tiempos en los que unos forzaban a otros a hacerse a su imagen; cada pueblo debe ser libre de ser maestro de su propio destino. Biden y Trump, sin embargo, argumentaron con insistencia que EE. UU. debe ganarse el respeto de otros a través de la fuerza.
Xi cerró su discurso hablando de la importancia de la cooperación global en pro del desarrollo sostenible, enfatizando la necesidad de equilibrar el crecimiento económico con la preservación ecológica, un área en la que China ha realizado avances significativos. Para Colombia, rica en biodiversidad, pero enfrentada a desafíos ambientales, la cooperación con otros países como China ofrece valiosas rutas hacia el futuro. Al mismo tiempo, Trump minimizaba los riesgos del cambio climático y la administración Biden se alistaba para imponer nuevos aranceles a productos verdes de China, ¡solo por ser de China!
Así, mientras que el discurso de Xi trazó una visión de esperanza y cooperación, el tono sombrío del debate Biden-Trump sirvió de recordatorio de los retos que impone un EE. UU. en decadencia. Para países como Colombia, la elección es clara: un futuro construido sobre la cooperación y la prosperidad compartida frente a uno dominado por el conflicto y la división.
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