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El arte de la política

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David Yanovich
18 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.
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El paro nacional —no porque esta sea una estructura monolítica, sino porque verdaderamente la nación está parada— ha tomado rumbos inesperados e insospechados. Y no se puede pretender encasillar este movimiento que vive Colombia en un solo cajón. Hoy en día las marchas son de múltiples actores, con múltiples reclamos, algunos legítimos, otros no. Unos muy peligrosos, otros menos. Pero tienen un común denominador: no son conversaciones que se puedan resolver apelando a los hechos y a la tecnocracia.

Ninguna de las expresiones en la calle gira alrededor de una conversación técnica ni sobre conceptos académicos o intelectuales. Eso está mas que demostrado por cómo han reaccionado unos y otros con respecto al devenir de las protestas y del paro. Por ejemplo, la oposición de marchantes y protestantes a las reformas tributarias, a la reforma a la salud, a la reforma a las pensiones. Todas con fundamentos técnicos sólidos, respaldadas con estudios, con hechos claros y evidentes.

Pero eso no parece importar. La expresión de la marcha no es tecnócrata. Esa expresión se da alrededor de temas de política, de justicia, de moral, en unos casos. Así hay que entenderla y así hay que abordarla. Se trata de persuadir, de enmarcar los problemas y sobre todo las soluciones con argumentos políticos, o morales, o de justicia. No será suficiente con sacar un listado de pruebas que muestren el progreso agregado de la sociedad colombiana, que es indudable. No basta con demostrar la reducción en la pobreza, o el incremento en escolaridad, o en expectativa de vida, o en nutrición.

La conversación con los sindicatos y centrales obreras será una y girará alrededor de las peticiones que sean viables de resolver, y de cómo se lograrán mayores transferencias económicas a sus afiliados. La conversación con los jóvenes será otra y seguramente tendrá que inspirar, tendrá que demostrar un compromiso creíble por un futuro con más esperanza, con más oportunidades, con más solidaridad. También están los empresarios y el aparato productivo, en donde habrá que conversar temas económicos, laborales y tributarios, considerando la solidaridad y el progresismo en las reglas de tributación, en las laborales y en el gasto público. A los campesinos hay que escucharlos sobre temas de desigualdad franca entre el campo y las ciudades, accesos a mercados para sus productos, la mejora de condiciones laborales, mayor financiación.

Seguramente habrá conversaciones regionales, en donde las frustraciones y aspiraciones tendrán matices distintos. Y habrá que crear un mecanismo institucional en donde todas esas conversaciones, todas esas conclusiones, se canalicen y se comiencen a reflejar en normas, leyes y comportamientos políticos y sociales.

Enorme reto el que enfrenta Colombia. Este es el momento cuando más hay que defender la institucionalidad y rodearla, independientemente de lo que se piense de este o de otros gobiernos. Sin instituciones que sirvan para canalizar las frustraciones y reclamos de la sociedad, no logramos abordar ni resolver los problemas de este golpeado país.

Para terminar. Harían bien quienes protestan pacíficamente en rechazar de manera vehemente y creíble el matoneo a la Fuerza Pública. No hacerlo impide su actuar frente a grupos al margen de la ley y vándalos que solamente quieren destrucción y caos. Además, deslegitiman sus propios reclamos. Un Estado no puede existir sin unas instituciones que garanticen la seguridad y los derechos de todos los ciudadanos. Hay que rechazar el abuso de la Policía, el Esmad y el Ejército, pero sin confundirlos con un problema sistémico que termine por derrumbar uno de los pilares del Estado de derecho.

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