Publicidad

Maestros

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Diana Castro Benetti
22 de enero de 2011 - 03:03 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Ver, saborear, oler, oír y tocar son delicias perdidas entre la contaminación de una vida típica de estrés.

Nuestros sentidos andan atorados en calles, cocinas, salas o camarotes y no existen más que para sobrevivir. Todo exceso hace que los colores no sorprendan, las fragancias no atrapen el atardecer y un roce por grosero, pueda herir. Cada cual vive con tal atolladero de sus sentidos que, con esfuerzo, ejerce la función básica de los primates o vive de la ceguera de lo veloz. Sinónimo de ascenso, productividad y juventud, moverse con velocidad y sofocando los sentidos es la actual obligación de todo atafagado individuo de capital o vida de lujo. Detenerse, respirar y abrirle un espacio a la pausa es visto como un acto de rebeldía y magia primitiva y con razón, porque, sin exagerar, se requiere el uso de técnicas esotéricas y la invocación de las hechiceras para detectar las rendijas entre los agites de un mundo exigente.

Pero más allá de la atractiva o excesiva complejidad que nos ofrece el mundo moderno, cada sentido puede convertirse en una miniatura de éxtasis. Puede ser el gozo que le roba espacio a la obvio o el deleite muy sutil de un cuerpo que no tiene afanes. A cada sentido su lugar y su momento de pausa. Saborear la delicadeza de un ritmo suave es una decisión y una vocación deliberada porque optar por los sentidos calmos abre la conciencia a un mirar diferente, a un paradigma de vanguardia y a la revolución de un reloj detenido. La pausa da paso a los prismas y permite ver lo no visto, disfrutar de los matices o comprender que las luces, aunque nuevas, no son las mismas.

La grandeza de un saber sentir no tiene precio. Se requiere una mente delicada y las ganas furibundas de un viaje particular. Son las ausencias las que fortalecen las pieles y mantienen vivas las caricias; es la austeridad la que abre el apetito y es la atención a los silencios la que exalta los sonidos.

Ir más despacio no tiene por qué ser una recomendación médica ni mucho menos la idiotez del que va en contravía. El peregrino sabio opta por un equipaje parco y unos sentidos enfocados al cuidado del instante. El caminar con lentitud es un portal que desata los milagros de los sentidos, propicia la sana duda y exige el coraje para percibir mundillos pequeños, quietos y desconocidos. La vista, el tacto, el oído, el olfato y el gusto son inmejorables maestros para hacerles el quite a los estruendos y convertir la celebración de lo maravilloso en un credo. Así, la vida pueda ser ella.

otro.itinerario@gmail.com

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.