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Bertrand Russell, vigente siempre

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Diego Aristizábal
15 de diciembre de 2013 - 10:00 p. m.
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Celebro que este año hayan llegado a Colombia dos libros maravillosos de Bertrand Russell: “Autobiografía” y “Por qué no soy cristiano”.

Durante mucho tiempo fue imposible encontrar, al menos en Colombia, la “Autobiografía” de este singular matemático y filósofo que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1950. Si mucho hallaba uno por ahí, en una librería de libros leídos, algún tomo maltrecho de sus memorias. Por fortuna, la editorial Edhasa editó recientemente en un solo libro los tres volúmenes que fueron publicados en Londres en 1967 (1872-1914), 1968 (1914-1944) y 1969 (1944-1967).

En esta nueva edición se mantuvieron los prefacios a cada uno de estos libros al igual que la posdata con que cierra el tercer volumen, que es una bellísima declaración hacia lo que regiría la vida de este lord quien siempre se inquietó por el conocimiento como una forma de tratar de entender el corazón de los hombres y la inmensidad del universo, hasta saber si es posible crear un mundo más libre y feliz. “Autobiografía” muestra cómo Bertrand Russell, a pesar de los horrores del mundo, nunca dejó de creer en esos ideales que hoy tienen una asombrosa vigencia.

De otro lado, “Por qué no soy cristiano”, es un libro necesario en estos tiempos cuando el fanatismo religioso de ciertos personajes no ha dejado de ser una fuerza que quiere imponerse sobre las políticas de Estado. En este ensayo queda clarísimo cómo para él todas las religiones del mundo: el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el islam, incluso el comunismo, son a la vez mentirosas y dañinas porque quieren mantener la fe a través del miedo; un miedo que la mayoría de creyentes heredan desde su infancia y que pocos temen refutar porque, como dice Russell, la razón más poderosa e inmediata, después de esa tradición, es el deseo de seguridad, la sensación de que hay un hermano mayor que cuidará de uno. Los argumentos de Bertrand son fuertes e inteligentes, características fundamentales de este ser maravilloso que tenía claro que la sabiduría se manifiesta a través de la exposición diáfana de las ideas no, como muchos creen, a través de galimatías.

Además de exponer suficientes razones sobre su incredulidad en Dios, este libro incluye como apéndice uno de los errores más grandes que cometió la Universidad de la Ciudad de Nueva York al dejarse envolver por una campaña de vilipendio e intimidación emprendida por el obispo Mannig y respaldada luego por el juez McGeehan para que no nombraran a Russell como profesor de Filosofía entre los años 1941 y 1942. No sirvieron las cartas de los principales filósofos y científicos del país que apoyaban tal nombramiento. “Los grandes espíritus, advirtió Albert Einstein, han hallado siempre violenta oposición por parte de las mediocridades. Estas no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios y use honrada y valientemente su inteligencia”. Este hecho, como dijo el filósofo John Dewey, “enrojece de vergüenza a los norteamericanos”.

Ambas obras pueden ser un abrebocas a más libros de Bertrand Russell: “La sabiduría de occidente”, “Los caminos de la libertad”, “La conquista de la felicidad”, “Elogio de la ociosidad”, entre otros que son igual de iluminadores porque expresan muy bien lo mucho que él se preocupó por lo que en realidad como hombres debería preocuparnos: “El ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”.  

desdeelcuarto@gmail.com

@d_aristizabal

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