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Cucarachita Nadie

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Diego Aristizábal
27 de mayo de 2013 - 07:30 a. m.
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Hace poco se armó tremenda discusión en Bogotá porque según la redacción del artículo 278 del proyecto de reforma del Plan de Ordenamiento Territorial se podría ejercer la prostitución en centros comerciales.

De haberse mantenido vigente el lenguaje, un centro comercial como el Andino o Unicentro aglutinaría a toda la familia desde los distintos intereses. Como quien dice, además de las tradicionales zonas de juegos para niños, ahora los adultos podrían dar una vuelta por otras “salitas” mientras el resto de la familia hacía las compras o se comía un helado. 

Pero las cosas se aclararon, o por lo menos para mí están claras. Lo que quiere el Distrito es que haya centros especializados que concentren la prostitución en el interior de éstos y que la prostitución no exista en casi todas las localidades de Bogotá, como lo indica uno de los pocos inventarios que se han hecho sobre el tema. Según este estudio en 16 de las 19 localidades urbanas hay negocios relacionados con la prostitución. (El Tiempo, 16 de mayo). 

La verdad, no sé si el Distrito logre reglamentar los lugares donde se pueda ejercer exclusivamente la prostitución. Un alcalde de Medellín, Luis Peláez, intentó en 1951 decretar “la calle principal del Barrio Antioquia como única zona de tolerancia de Medellín”. En aquellos días la prostitución se ejercía por lo alto en la más famosa zona de tolerancia que ha tenido la capital antioqueña: Lovaina. Allí, como lo recuerda Ricardo Aricapa en su crónica “La nostalgia de Lovaina”, pasaban las noches políticos, burócratas, periodistas, músicos, poetas, estudiantes y profesores. Con el tiempo “el alcalde Peláez olvidó (entendió, digo yo) que no hay barranco que ataje los vicios humanos, y más cuando éstos ya tienen su dinámica propia”.

Por eso, mientras el debate sigue abierto, mientras se elimina la expresión “centros comerciales” y se pone “centros especializados” para que los visitantes de centros comerciales no se inquieten, mientras los políticos siguen inventándose formas de regular la prostitución, recomiendo un librito que leí esta semana mientras seguía la discusión: “Cucarachita Nadie” de Mario Escobar Velásquez.  

Este libro, publicado por primera vez en 1993, pero que recientemente lo reeditó Thule Editores, es uno de los más conmovedores retratos que se ha escrito sobre la prostitución en Colombia, un oficio para nada fácil que a diario ve cómo “la vida no tiene dulzuras para enseñar lo que enseña”. Y esto lo aprende Gilda Cualquier Cosa, una prostituta, una viuda que vive en un cuartucho en la periferia con su madre y el niñito que amamanta, en la medida que sufre cuando le roban o cuando cree enamorarse de un cliente. 

Por fortuna siempre está ahí para aconsejarla Emperatriz quien le dice, para que no se sienta tan desamparada, que “una puta que se respete no goza con los clientes: eso lo hace con su hombre, si lo tiene. Porque lo que hace es un trabajo. Si se encariña con lo que atiende, descuida el trabajo. Mejor dicho, enamorarse es joderse. Una puta trabaja con su cuerpo, no lo goza”. Por la calle de vitrinas y putas pasa la ciudad entera con cada una de sus desgracias, con las historias que las unen y las diferencian, se ven pasar todo tipo de ojos como prolongaciones de las manos.

Si de algo debiera servir esta discusión es para empezar a escuchar realmente a esas mujeres sin voz, a esos seres anónimos que se quieren meter debajo del tapete como si fueran polvo que degrada la ciudad. Tal vez, si pensáramos más en lo que hay detrás de una prostituta entenderíamos muy bien por qué una puede llamarse Gilda Cualquier Cosa o simplemente puede llegar a pensar que es “Cucarachita Nadie”. 

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