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Hace algún tiempo, no recuerdo dónde, leía una frase de Emerson que decía: "Un hombre es lo que piensa todo el día". Ahora con el anuncio del presiente Santos, con la confirmación de los negociadores, con la fecha definida para empezar los diálogos, en lo que pensamos la mayoría de los colombianos es en la paz, como si la pudiéramos asir, como si repuntara allá en el horizonte.
Tanto escépticos como creyentes se acuestan deseando que la situación de este país cambie. Yo quisiera hacer parte de los que guardan las esperanzas, de los que sueñan con un país mejor para sus hijos, para sus nietos, para los marcianos si algún día invaden la Tierra, pero me puede más el escepticismo. ¿Por qué? Porque lograr la paz en este país tan desigual, tan propenso a inventarse guerras y nombres para los grupos armados, no es color de rosa.
Colombia es un país de “alias”, de aves fénix del mal que resucitan, que suceden sin votación al narco, al guerrillero recién detenido o asesinado. Aquí “Mateo”, “Adiel”, “Kilin”, “Colas”, “Orión”, “Barny”, “Pichi”, “Morro”… reencarnan en el único alias que no hemos podido erradicar en esta tierra de traquetos: alias “Sin Fin”, el único que tiene su puesto asegurado.
No soy un experto en la resolución de conflictos pero si no solucionamos ciertas cosas antes, el mundo de los “alias” nos rondará largos años. Es claro que estamos negociando con un grupo armado, que la guerra no se acabará con una declaración, que la plata de la guerra, si se llega a un acuerdo, se podrá invertir en salud, en educación, en el campo, en investigación, etc.; pero seamos sensatos, la guerra en Colombia existe porque cuando se debió invertir en educación, por ejemplo, no se hizo y ahora padecemos las consecuencias que tiene un país cuando no educa a sus ciudadanos. La cuestión no es que hablemos de paz sino que solucionemos los factores que han desatado la guerra.
El conflicto en Colombia ha sido largo, diferente a todos los del mundo; tal vez por eso tampoco podemos pedirle a quienes han sufrido directamente esta guerra que olviden como por arte de magia para que el resto de los colombianos sigamos adelante. En este tipo de procesos los que más sufren son los campesinos, los de las ciudades apenas deseamos, queremos, exigimos. Sin embargo, las víctimas de este país son personas tan buenas, tan sacrificadas, que nada raro sería que estuvieran dispuestas, una vez más, a perdonar y “olvidar” con tal de que en Colombia, algún día, se pueda vivir en paz.
Lo que no comparto, bajo ninguna circunstancia, es que existan personas que se nieguen a intentar la paz, sólo que no creo que dependa de una mesa de negociación. La paz debe ser una idea más racional que empiece a solucionar las cosas desde la base, desde el principio, desde la equidad. ¿Hablar? Sí, pero empecemos hablando sobre qué fue lo que hizo que este país se jodiera para poder solucionarlo. Si no empezamos así volveremos a las dosis de plomo y con plomo lo único que se consigue es un deseo profundo de venganza. Y eso, retomando a Emerson, es lo que ha pensado Colombia por mucho tiempo.
desdeelcuarto@gmail.com / @d_aristizabal
