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Nunca he entendido por qué la mujer se sigue sometiendo a ciertas funciones del hogar para agradar a una sociedad que por más que trate de tener la mente dispuesta para aceptarle nuevos papeles, no deja de juzgarla.
Nunca he entendido en qué momento de la historia se asignaron tales funciones y desde entonces la mujer ha tenido que emprender un difícil camino para poder ser más que puta, ama de casa, monja o viuda.
En su último libro, “La ridícula idea de no volver a verte”, Rosa Montero recuerda a una mujer ejemplar que a pesar de vivir en tiempos difíciles y estigmatizados pudo ser más de lo que la sociedad esperaba de ella. Marie Curie rompió en el siglo XIX y XX con el principal problema de la mujer occidental de aquel entonces: no saber vivir para su propio deseo sino vivir siempre para el deseo de los demás, de los padres, de los novios, de los maridos, de los hijos… como si sus aspiraciones personales fueran secundarias, improcedentes y defectuosas. “En los tiempos de Marie Curie, pretender brillar por ti misma era algo anormal, presuntuoso y hasta ridículo”.
Sin embargo, esta polaca que ganó, a falta de un Premio Nobel, dos: uno de Física en 1903 con su marido Pierre Curie, y otro de Química en 1911, nunca quiso enorgullecer a su familia por lo dócil que podría llegar a ser ante un marido que la mantendría mientras ella debiera sentirse orgullosa por su redención, por su ridículo “altruismo” de dar la vida por los demás mientras sus sueños se diluyen, se vuelven un asunto apenas para lamentar en un diario.
Por fortuna Marie logró superar a un hombre que la pretendía, Casimir, que quería que fuera una mujer buena de hogar que se quedara a cuidar del padre y lo atendiera como indicaba la época. Curie prefirió seguir su deseo de estudiar en aquel momento cuando eso era un asunto rarísimo para las mujeres. Superó, como dice Montero, la “#Culpabilidad”, que es una emoción tradicionalmente femenina, y no le importó si la sociedad la veía como una mala hija, una mala hermana, una mala esposa, una mala madre que descuidaba sus obligaciones de mujer.
Marie fue una mujer fuerte porque se atrevió a romper de cierta forma con esta “culpabilidad” sin tener muchos referentes en la época. Ella sabía muy bien que su cerebro era una joya preciosa como para desperdiciarlo en estar pendiente apenas de un marido. Una mujer debe compartir su vida con alguien que valore, más que un par de tetas y su garbo para el hogar, su inteligencia, los sueños, los proyectos individuales que tiene.
Por eso se vuelve tan simbólico el amor que Pierre Curie y ella se tuvieron. Él, desde que la conoció, supo por qué la amaría. En una carta que le envió en 1894 le dice cosas tan dicientes como: “Sería muy hermoso, aunque no me atrevo a creerlo, pasar la vida uno junto al otro, hipnotizados por nuestros sueños; su sueño patriótico, nuestro sueño humanitario y nuestro sueño científico”. Ambos estaban convencidos de que a través de la ciencia podían hacer algo. Esta carta me parece tan representativa justamente porque aquí el amor que Pierre le profesa no tiene nada que ver con ese deseo que muchos perfilan en una mujer. Aquí no se discute ese asunto tan machista de que debes renunciar a tal o cual cosa para que construyamos un hogar; al contrario, el proyecto de mujer es tan importante científicamente como el del hombre. La mujer es alguien intelectualmente igual con quien se puede crecer.
Desde luego ella no aceptó inmediatamente la propuesta de Pierre porque, como se lee en el libro: “Cuando tu independencia te ha costado tantísimo como le costó a Marie, tiendes a convertirte en una gallina chueca que sentada sobre el pequeño huevo de su libertad, arrea a picotazos a cuantos se acercan”.
Tal vez lo que las mujeres deberían buscar cuando se van a casar es una alma gemela con quien se identifiquen, no tanto en la cotidianidad, en la cama o en la cocina, sino en las preocupaciones más trascendentales e intelectuales. Las mujeres deberían casarse más con idealistas que con machistas, deberían dejar de cultivar ese asunto de las funciones preestablecidas; sólo así podrán avanzar más rápido en el reconocimiento que tanto les ha costado en esta sociedad.
Hoy, cuando veo a esas mujeres que “valientemente” se acostumbran al hogar, no dejo de preguntarme lo mismo que se pregunta Montero cuando reflexiona sobre el riesgo que pudo correr Marie Curie si hubiera sido débil, si se hubiera dejado llevar por lo socialmente correcto. ¿Cuántas posibles pintoras, escritoras, ingenieras, inventoras, exploradoras, escultoras, doctoras en medicina, geómetras, geógrafas, astrónomas, historiadoras, antropólogas se arrepienten de lo que nunca pudieron llegar a ser? Sería bueno pensar en estos tiempos en esos mandatos que le corresponden a la mujer pero que poco se han discutido.
desdeelcuarto@gmail.com
@d_aristizabal
