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Sentí pena ajena cuando vi ese video que involucra a un joven borracho que fue detenido por las autoridades en la vía Cota-Chía la semana pasada.
El pobre, al ser detenido y al no permitir que le realizaran una prueba de embriaguez, consideró que lo mejor sería decir: “Yo soy amigo del Procurador General de la Nación, huevón”. Pobre, como si así se abriera la tierra y se tragara a los policías de tránsito, como si así temblara la noche y todos huyeran despavoridos por el simple hecho de escuchar aquel nombre que tantos le han dado el poder de intervenir entre lo divino y lo humano.
También sentí lástima por el pobre muchacho, no debe ser fácil ser detenido en ese estado y, aparte de tener que enfrentar a los agentes y los controles pertinentes, soportar una cámara de televisión con un periodista que hace preguntas que dejan respuestas que muy probablemente, cuando esté sobrio, lamentará. Todo sería tan distinto si este joven hubiera guardado silencio, si se hubiera tragado la soberbia.
Una vez más se repite el vergonzoso proceder de tantos colombianos: “Es que usted no sabe quién soy yo, es que usted no sabe que yo soy amigo personal de…”, como si la condición de ser un individuo, un ciudadano como todos, no bastara. Así pues, debemos soportar que salgan a relucir las apariencias, el manto de los otros que brinda esa seguridad que tantos no poseen por sí mismos.
Pero esto no es solo un asunto de borrachos, muchas personas en sano juicio, y en situaciones comunes y corrientes, consideran que su nombre y apellidos sin alcurnia no sirven de nada y prefieren identificarse como apadrinados de, como parientes de, o mejor, como adalides del irrespeto. Porque cuando uno quiere empezar un diálogo con otro que de entrada considera que es importante que sepa que él no es él sino que aparentemente está protegido por otro, sencillamente se elimina la posibilidad de que esos dos, solo esos dos, se reconozcan por lo que son.
Decir: ¿Usted no sabe quién soy yo?, como dicen muchos en este país de “apadrinados” y de leguleyos, es una frase de pésimo gusto que de entrada descalifica al otro y deja en el ambiente la única certeza de que si es capaz de pronunciar eso tan feo, daría vergüenza conocerlo más a fondo.
Yo, que a duras penas tengo un padrino de bautismo, que no heredé ni una vaca de mis abuelos campesinos, pienso, con un fervor de iluso, que cuanto más aprendamos a valernos por nosotros mismos, por nuestros propios actos, sencillamente aprenderemos a ser más responsables, nos dará un gusto enorme saber lo mucho o lo poco que somos, disfrutaremos más el valor que tiene ser un ciudadano, y esto, la verdad, no es poca cosa.
desdeelcuarto@gmail.com
@d_aristizabal
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