Creo que fue Diana Uribe quien una vez hablando de la historia de los pueblos del Golfo Pérsico y del Asia Central afirmó que el político paquistaní Muhammad Alí Jinnah era un tipo tan complicado que Gandhi lo llamaba "el hombre con un problema para cada solución".
Esa frase no se me olvidó nunca porque en un país como Colombia abundan esas personas que se especializan en estropear procesos, densifican todo para que una buena idea se vuelva lo más compleja posible y se desista de ella.
Nada más la semana pasada en Bogotá ante una propuesta sensata: empezar a modificar los horarios de los empleados de la Administración Distrital para contrarrestar los problemas de movilidad, un grupo de trabajadores protestó porque con este decreto se les vulneraba el derecho a tener una familia y era una clara muestra de discriminación. Como si el Alcalde les hubiera dicho que ya no podían volver a casa o los hubiera enviado por largos años en comisión a un lugar recóndito sin posibilidad de llamadas.
Nos quejamos por todo, chistamos sin que el otro termine de hablar y no nos damos cuenta de que si queremos lograr que esta ciudad sea más vivible es necesario que cada uno haga algo. Queremos vivir en la “gran ciudad” pero no estamos dispuestos a ceder en nada, nos gusta que todo funcione a cuesta de los demás. Que las cosas cambien desde la comodidad de mis caprichos, parece ser la manera como aspiramos a que se modifiquen las cosas en esta Bogotá caótica.
Que ojalá no hubiera pico y placa, se quejan algunos habitantes de la capital, cuando, por ejemplo, en una casa donde vive una sola persona hay dos carros o una familia opta por tener un vehículo por integrante. Que ojalá me respetaran como peatón, agrega otro, cuando éste al manejar le tira el carro a los transeúntes. Y así vamos simplemente deseando.
Por eso me parece importante la propuesta del Alcalde. ¿Quién dijo que todo tiene que funcionar a la misma hora? Ojalá la medida se extendiera a otras instituciones, que la propuesta la acogiera también la empresa privada, los colegios y universidades, que las calles fueran vitales todo el tiempo; tal vez así se alcanzaría el sueño de que Bogotá, al fin, esté despierta 24 horas.
¿Qué estamos dispuestos a hacer por Bogotá? Es una pregunta que todos los que vivimos en este lugar deberíamos respondernos. ¿De qué manera modifico ese entorno que me afecta todos los días apenas pongo un pie en la calle? debería llevarme a evocar el bien común.
No nos lamentemos tanto por cosas que no valen la pena, si queremos una Bogotá distinta empecemos por modificar los hábitos. Quienes vivimos en la capital debemos dejar de ser un problema para cada solución.
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