En medio del debate sobre si las consultas del 27 de septiembre fueron un éxito o un fracaso, se ha pasado por alto un hecho que puede tener consecuencias profundas sobre la política colombiana a mediano plazo.
Por primera vez, desde que Álvaro Uribe asumió la presidencia en el 2002, hay una oposición seria, honesta y viable que tarde o temprano cambiará el escenario político nacional.
Pueden tener razón los uribistas al decir que las votaciones fueron menores que lo que se esperaba y que las encuestas confirman que el país aún quiere más Uribe pero la elección de Gustavo Petro y Rafael Pardo como candidatos del Polo y el Partido Liberal suponen un cambio significativo en el discurso de la oposición respecto a lo que hubo en el 2006. Por un lado ya no está el espectro del regreso al Samperismo que suponía una victoria de Horacio Serpa y por el otro, independiente de cuál sea el resultado electoral de Petro, podemos estar tranquilos que en su discurso del día de elecciones no habrá gente gritando “Uribe fascista usted es el terrorista”.
Los dos candidatos, lejos de los dogmas, han sabido reconocer que la seguridad es importante y que haber dejado que Uribe se apoderara de esa bandera fue un error. Pero a diferencia del presidente, los dos son defensores a ultranza de la constitución del 91 y han esbozado programas para distribuir tierras entre los campesinos y los desplazados, facilitar el acceso a crédito, promover la integración latinoamericana y profundizar la cobertura de la seguridad social. No se trata de destronar a Uribe porque es populista y autoritario sino de empezar a proponer la construcción de una sociedad diferente a la que se ha estado forjando durante los últimos 7 años: un mensaje que los liberales y el Polo aún no han podido transmitir bien.
Evidentemente entre Pardo y Petro hay diferencias importantes no solo en orígenes sino en ideología y propuestas pero “el acuerdo sobre lo fundamental” alrededor de la constitución del 91 que ha venido promoviendo el candidato del Polo se está concretando casi que por inercia. Eso no implica que necesariamente vaya a haber una consulta interpartidista o un candidato conjunto pero sí que se empieza a articular un nuevo proyecto de país diferente al del uribismo y que de ser difundido con creatividad y entusiasmo lo puede sustituir antes de lo esperado.
Por supuesto articular esta nueva visión de país sólo es posible si tanto Petro como Pardo son capaces de consolidar su liderazgo dentro de sus partidos. Reto que será sobre todo difícil para Petro, ya que algunos de sus copartidarios lo atacarán como si fuera el más acérrimo de los uribistas. Pero bueno, eso es a lo que Lucho Garzón se refería como maltrato intrafamiliar y Petro sabía a lo que se enfrentaba tanto en caso de que ganara la consulta como de que la perdiera. Es un político hábil y si es digno de la presidencia tendrá que lograr al menos controlar a sus copartidarios.
Así que el reto es claro. Hay dos excelentes candidatos que deben precisar cuál es el país que desean construir y enamorar a los colombianos de esa visión. Para eso necesitan disciplina, entrega pero sobre todo carisma. El 27 de septiembre fue un paso en esa dirección; de la decisión y firmeza que demuestren en seguir adelante depende en gran parte el futuro político de Colombia.