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¿Y Lina qué?

Diego Laserna

29 de octubre de 2009 - 11:50 p. m.

En Colombia no es difícil encontrar ejemplos de primeras damas superficiales y derrochadoras que poco o nada le han aportado al país aparte de espacio en las páginas sociales y una cuestionable influencia sobre sus maridos. 

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Desde el recuerdo de Bertha de Ospina con su revólver al cinto durante el 9 de abril hasta los famosos vestidos de Nora y de Jacquin, hay una multitud de imágenes de las primeras damas que producen escalofríos.

Pero en el 2002 llegó al Palacio de Nariño una mujer independiente, sobria y con consciencia social que prometía cambiar esta nefasta tradición. Sorprendentemente, era la esposa de Álvaro Uribe.

Lina Moreno, cinco meses antes de la elección de su marido anunció que no utilizaría el título de primera dama por petulante y rosa. No contenta con eso, pocos meses después  anunció públicamente que si su esposo no fuera candidato a la presidencia  votaría por Lucho Garzón, en ese entonces candidato por el Polo Democrático. Después de elegido Uribe, se echó al hombro la red de gestoras sociales con el objetivo de transformar la tradicional tarea de las esposas de los mandatarios locales, departamentales y nacionales de una labor meramente asistencialista a una solidaria que promoviera un desarrollo real en las comunidades. Ha tomado posiciones públicas a favor de la despenalización del aborto, promocionado jornadas de salud en los rincones más apartados del país, ha promovido la lectura entre niños y niñas y llegó inclusive a darle unos cursos a agentes del DAS sobre la importancia de respetar el derecho a la intimidad.

En resumen, Lina Moreno ha sido igual de discreta a lo que ha sido versátil y activa, hasta el punto de ganarse el respeto entre muchas personas que no soportan a su esposo. Pero el tiempo para que una mujer de principios y que esté comprometida con el país siga callada se está acabando rápidamente.

Si suponemos bien sobre la calidad humana de doña Lina, no puede estar tranquila con el escándalo de los falsos positivos. Si suponemos bien sobre el compromiso social de doña Lina, no puede estar satisfecha con la política de regalarle plata a los ricos para favorecer a los pobres. Si suponemos bien sobre la entereza intelectual de doña Lina, no podrá compartir la conveniencia de una segunda reelección para la democracia colombiana.  Y si suponemos bien sobre sus principios, no podrá excusar que su esposo haya comprado por segunda vez consecutiva el derecho a ser presidente de Colombia. Es hora de que se haga oír.

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Evidentemente se le exige coherencia a Lina Moreno y no a Fabio Valencia Cossio porque hasta hoy ha sido un referente de honestidad y compromiso y como figura pública sus palabras tendrían un inmenso valor para la sociedad colombiana, pero nadie desconoce el gran costo personal que tendría asumir una posición coherente en su situación.  Ya lo hizo alguna vez la esposa de Fujimori al denunciar la corrupción de su marido y sus cuñados y fue tildada de loca y mentirosa no sólo por el gobierno y la prensa sino hasta por sus propios hijos.

En Colombia, dadas las circunstancias, dar ese paso sería pasar de ídolo popular a chavista cuasiguerrillera y nadie lo haría fácilmente. Ojalá la sabiduría ilumine a Lina Moreno y pueda hacer lo mejor para ella y para el país antes de que sea demasiado tarde. Al fin y al cabo es mejor pasar a la historia como Susana de Fujimori que como Imelda Marcos.

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