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¿Qué crees que hay en la cabeza de un joven que dura seis horas de pie, bajo la lluvia, tullido por el frío, exhortado?
El día anterior a ese, estuve en la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá, en la invasión Bosques del Madrigal; fui a acompañar al equipo de la familia Ayara en la repartición de las diez toneladas de alimentos que los asistentes al festival Hip Hoppers por la Paz aportaron en intercambio por la entrada.
Me llamaron la atención los más de 200 niños y niñas que brotaban de todas partes acompañados de sus abuelos, cuando escuchaban mis palabras en rap, amplificadas por un pequeño parlante: “Me engañaron, mi deber con la Nación es un descaro… que no me ha dado, me ha quitado y ha atado a la miseria a todo mi pueblo...”; “levántate pueblo, toma el control, la mejor clase oligarca se basa en que estés peor, di sí a la revolución, es mejor estar muerto que vivir en la opresión...”; “anoche tuve un sueño, de un mundo sin dueño...”.
“¡Qué vergüenza!”, me excusé. “Les prometo la próxima rapear en tono para niños”.
Agradecí si alguien me invitara un tinto, y tuve que hacer un tour por las seis casas que me consintieron. “Casas” literalmente de cartón, con paredes en tejas de zinc, de madera, pisos de barro, sin acueducto ni alcantarillado, que contrastaban con las torres de Colpatria y Bacatá que se observaban en el horizonte. Pero algunos, con sus propias manos, ya están echando cemento, baldosa, segundo piso; se evidencia el progreso, el ingenio y la dedicación. 156 familias, más de 600 personas, desplazados del Amazonas, de Putumayo, Córdoba, Santander, el Valle, del Chocó… “¡Solo venimos a decirles que no están solos!”.
“¡Coño, pero es que flipas, tío! ¡Qué fuerza tiene esta gente!”, me dijo Locus, el rapero español que invité. “Tío, ¿y qué significa rebusque?”.
“Del reciclaje, la construcción, del servicio, es de lo que vivimos”, respondió el líder, “pero solo queremos que nos dejen vivir tranquilos en este lotecito”.
Cansados de que el sistema de reparación integral a victimas los revictimizara, los desgastara para darles menos, decidieron valerse sin el Estado, como lo han hecho siempre allá de donde provienen, y ocuparon ese lote que resultó ser de Metrovivienda, del cual los quieren desalojar. Una vez más. Este Gobierno arremete contra la gente que implora justicia social, equidad, tranquilidad, educación, agua, salud, empleo, a la misma que lo eligió para que la proteja le responde con bolillo, gases, balas; como a Buenaventura, el Chocó, los maestros.
“Son unos bellacos. Ladrones. No están ahí por nosotros, están por los intereses de sus empresas, los apellidos de siempre. La única forma es que los quitemos de ahí. Vamos por lo que nos pertenece, ¡el poder! Pero sin violencia, con nuestra arma de construcción masiva, el arte. Con conciencia, unión y organización. Será la única forma en que tendremos paz”, les dije en la invasión, y lo grité en el concierto al siguiente día.
“Le hemos dado nuestra vida a este país, nuestro talento y emprendimiento para construir los barrios, los pueblos, y nos estigmatizan, nos discriminan, nos matan, ¡nos merecemos más!”.
Y más de 3.000 jóvenes firmes, dignos, fieles, leales, hora tras hora, escucharon cada palabra, cada canción, cada denuncia de los Hip Hoppers por la Paz de Colombia y España.
Si pudieras ver la cabeza de un hip hopper, ¡verías que hay esperanza!
