Así se llamaría el nuevo partido de las Farc-EP. Hay que aceptar que es un buen nombre, hablando de marketing político: de fácil recordación, genera emocionalidad, vínculo, apropiación e invita a la acción.
Me genera una alegría inmarcesible el percibir que estoy presenciando un cambio transcendental en la historia del mundo, el día en que la guerrilla más antigua del continente americano deja las armas para pensar. Verlos ahora, tan sonrientes, otros aburridos, en una mesa de trabajo, mantel blanco y azul rey, flores de centro de mesa, pendones con logos y eslóganes, agenda y lápiz en mano, echando labia, entusiasmados creando un movimiento político. Me evoca las cientos de mesas que de trabajo, del movimiento hip hop, el movimiento afro, de competitividad, de derechos humanos, de los Conpes de Gobierno, de niñez a las que he asistido.
Se ven tan tiernos. Es difícil pensar que son los mismos monstruos que cuentan los periódicos, referentes de bombas, masacres, secuestros, dolor y lágrimas ajenas. Bueno, aunque lo mismo sentí el día que le di la mano a Uribe.
Cuando revuelvo las memorias de mi infancia, encuentro una foto de la guerrilla de los años 80 que sí hace honor a lo que sería el nombre del partido ahora; recuerdo imágenes y audios de noticieros, que la guerrilla voló tal oleoducto, que hizo tal cosa, que tal otra, y recuerdo percibir en el ambiente un júbilo colectivo, la victoria en cuerpo ajeno, eran los vengadores, los salvadores, la legión de la justicia, la esperanza del pueblo. Pero en los 90 esa imagen cambió.
Quisiera saber quién fue ese estratega de comunicación de gobierno que hizo el trabajo de transfigurar la percepción de héroes a villanos; y convertir un actor más sangriento, más perverso, más nocivo en salvador. Claro que no lo hizo solo. La guerrilla le ayudó al sucumbir en el conflicto con los paramilitares. Y no había redes sociales para contrastar la información; le ayudó la muerte de Pablo Escobar, contraventor del poder hegemónico de ciertos apellidos; le ayudó que EE. UU. y los Aliados hayan ganado la Segunda Guerra Mundial convirtiéndose en el papá del mundo, que la Unión Soviética se haya derrumbado, y con ella, todo lo que olía a comunismo. Conclusión en el subconsciente colectivo: esa no era la alternativa, adaptación, sin esperanza.
Hoy, con el país dividido en 50 % proparamilitarismo y guerreristas, y 50 % que no quiere la guerrilla, pero quiere paz, toca volver a llamar a ese consultor para que arregle el mierdero perceptivo que nos dejó. Lo cierto es que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ya no existen como grupo guerrillero; están en tránsito a la vida civil, y quieren jugar en la arena política, a seis meses de pugnas, mafias y cochinadas electorales, por quedarse con el poder político más grande del país: el Congreso de la República y la Presidencia.
Por eso ayer, en un streaming, vi a Timochenko anunciar que el 1º de septiembre se constituirán como partido político, en un acto público en la Plaza de Bolívar. Y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, con una angustia inmortal, deseando no estar reviviendo la película de los años 90, y pensé, en que su eslogan no debería ser Esperanza, sino “¡Ay!, ojalá y no vaya a pasar lo mismo que con la UP…”.