No me vayan a entender mal. Tengo familiares y amigos muy queridos en las fuerzas militares, policiacas y de seguridad. Compañeros de la universidad policías, respetuosos, comprometidos y honestos. Incluso mi papá fue policía. Yo mismo hice un curso para escolta. Entonces ¡no es personal!
Pero no se puede tapar el sol… Sentí que ya era el colmo cuando…
La convencí: “Vamos a caminar al parque”, le dije a mi hija de 10 años después de 48 días de cuarentena. Con tan mala suerte yo, que solo al sentir su apretón de mano fue que me espabilé por la moto que venía desbocada y nos frenó casi encima. Mi hija se escondió detrás de mi pierna. Dos policías grotescos, mano en pistola, interpelándome: “¿Usted qué hace aquí? ¡Me vale chimba quién sea usted! ¿Y con esa niña? Lo pueden amenazar con una pistola, la pueden violar y hasta… ¡y usted no podría hacer nada!”.
Yo: “Sí, señor, claro, por supuesto, gracias...”. Normalmente no soy tan sumiso. Pero tenía mi punto más débil apretándome la mano. Ya casi llegando a casa, con la cabeza fría, pensé. De pronto el tipo lo que quería decirme era: “Señor, estoy angustiado de verlos por aquí solos, puede ser peligroso para usted y para su hija”. Pero mi hija me sacó del romanticismo con un: “¡¿Ves?!”. Y añadió unos pasos mas allá: “Cuando yo era niña pensaba que los policías no eran de este mundo, que no eran así, como nosotros, que ya eran así como se ven”. Me quedé plop.
Ya en casa llamé para quejarme con un amigo en Usme. “Nooo, Don Popo, si por allá llueve... Ahora con la pandemia no sé qué pasa, pero en todos los barrios pobres los policías andan más agresivos, más violentos. Anoche me ultrajaron refeo. Y se me llevaron un documento, ‘por si se le ocurre poner la denuncia...’”.
Los grupos de WhatsApp saturados, que asesinaron a Anderson Arboleda y a Janner García en Puerto Tejada, a Camilo Ortiz Jiménez y a Dilan Cruz en Bogotá, a una señora mayor de edad en Buenaventura. Y, pa completar, de morboso me meto al grupo de Matarife, que la vice y Mancuso en El Nogal, que el fiscal de bolsillo, que el embajador narcotraficante... Náuseas, desolación, desesperanza. “¡Tráiganme la minora!”.
A Tripido también lo mató la policía. ¡El tema no es nuevo! “Solo que ahora está siendo filmado”, dijo Will Smith. Y es cierto, Colombia no es Estados Unidos. “Como allá tratan a los negros es como acá tratan a los pobres”. Pero si eres pobre, negro y mujer, y si además eres transexual, ¡te lleva el p*tas!
Según la Constitución, los agentes de policía están llamados a preservar el orden, la seguridad y la convivencia. Capacidades divinas. Pero los policías son terrenales. La mayoría provienen de contextos vulnerables, familias desvertebradas, de madres adolescentes, desplazados por la violencia, estudiados en colegios paupérrimos (públicos) y sin oportunidad de más. Con trastornos psicoemocionales por sus traumas. Tras del hecho, mal, muy mal remunerados. Pero se les da un arma, garrotes y gases tóxicos, se les reviste de la autoridad y el poder supremo de la ley y el orden. ¡Los acabaron de joder!
La Policía colombiana ha expulsado a unos 6.000 agentes en los últimos años por antecedentes de corrupción, vínculos con el narcotráfico o violaciones de los derechos humanos. Ha hecho un gran esfuerzo para reformar la institución con talleres de derechos humanos, capacitaciones, becas, viajes, campañas de acercamiento al ciudadano. Yo mismo en 2013 hice una alianza con la embajada estadounidense para traer a un experto para el fortalecimiento de la policía en su diálogo con la ciudadanía. Sí, de Estados Unidos. ¡No se rían!
No más, dije. ¡La solución es desmontar la policía! Proponer un nuevo modelo de seguridad pública y reorientar esos $16,5 billones anuales de presupuesto a estrategias comunitarias, como se está proponiendo en este momento en Minneapolis.
Legal y constitucionalmente se podría. Me asesoré con el amigo de un amigo, Ph.D. en la materia. ¿Pero también desmontar la policía de infancia y adolescencia, de tránsito, medio ambiente? ¿Sería conveniente acabar las funciones de investigación judicial, de combate al crimen organizado?
¡Sí! Podríamos autorregularnos, tener valores muy altos en justicia y corresponsabilidad, de respeto a lo privado y valoración de lo público, prácticas de otredad y tolerancia, en esta sociedad del más fuerte, de la trampa, del ventajoso, de “el vivo vive del bobo”. ¡Seríamos semidioses!
Mejor hice algo mas productivo. Llevé a mi tesoro a la cama, apagué la luz, me serví un whisky y escuché… el coro que aquí les traje, y el mensaje de mi columna:
“Amarguuura, señores, que a veces me da… la cura resulta más mala que la enfermedad...”.
No me vayan a entender mal. Tengo familiares y amigos muy queridos en las fuerzas militares, policiacas y de seguridad. Compañeros de la universidad policías, respetuosos, comprometidos y honestos. Incluso mi papá fue policía. Yo mismo hice un curso para escolta. Entonces ¡no es personal!
Pero no se puede tapar el sol… Sentí que ya era el colmo cuando…
La convencí: “Vamos a caminar al parque”, le dije a mi hija de 10 años después de 48 días de cuarentena. Con tan mala suerte yo, que solo al sentir su apretón de mano fue que me espabilé por la moto que venía desbocada y nos frenó casi encima. Mi hija se escondió detrás de mi pierna. Dos policías grotescos, mano en pistola, interpelándome: “¿Usted qué hace aquí? ¡Me vale chimba quién sea usted! ¿Y con esa niña? Lo pueden amenazar con una pistola, la pueden violar y hasta… ¡y usted no podría hacer nada!”.
Yo: “Sí, señor, claro, por supuesto, gracias...”. Normalmente no soy tan sumiso. Pero tenía mi punto más débil apretándome la mano. Ya casi llegando a casa, con la cabeza fría, pensé. De pronto el tipo lo que quería decirme era: “Señor, estoy angustiado de verlos por aquí solos, puede ser peligroso para usted y para su hija”. Pero mi hija me sacó del romanticismo con un: “¡¿Ves?!”. Y añadió unos pasos mas allá: “Cuando yo era niña pensaba que los policías no eran de este mundo, que no eran así, como nosotros, que ya eran así como se ven”. Me quedé plop.
Ya en casa llamé para quejarme con un amigo en Usme. “Nooo, Don Popo, si por allá llueve... Ahora con la pandemia no sé qué pasa, pero en todos los barrios pobres los policías andan más agresivos, más violentos. Anoche me ultrajaron refeo. Y se me llevaron un documento, ‘por si se le ocurre poner la denuncia...’”.
Los grupos de WhatsApp saturados, que asesinaron a Anderson Arboleda y a Janner García en Puerto Tejada, a Camilo Ortiz Jiménez y a Dilan Cruz en Bogotá, a una señora mayor de edad en Buenaventura. Y, pa completar, de morboso me meto al grupo de Matarife, que la vice y Mancuso en El Nogal, que el fiscal de bolsillo, que el embajador narcotraficante... Náuseas, desolación, desesperanza. “¡Tráiganme la minora!”.
A Tripido también lo mató la policía. ¡El tema no es nuevo! “Solo que ahora está siendo filmado”, dijo Will Smith. Y es cierto, Colombia no es Estados Unidos. “Como allá tratan a los negros es como acá tratan a los pobres”. Pero si eres pobre, negro y mujer, y si además eres transexual, ¡te lleva el p*tas!
Según la Constitución, los agentes de policía están llamados a preservar el orden, la seguridad y la convivencia. Capacidades divinas. Pero los policías son terrenales. La mayoría provienen de contextos vulnerables, familias desvertebradas, de madres adolescentes, desplazados por la violencia, estudiados en colegios paupérrimos (públicos) y sin oportunidad de más. Con trastornos psicoemocionales por sus traumas. Tras del hecho, mal, muy mal remunerados. Pero se les da un arma, garrotes y gases tóxicos, se les reviste de la autoridad y el poder supremo de la ley y el orden. ¡Los acabaron de joder!
La Policía colombiana ha expulsado a unos 6.000 agentes en los últimos años por antecedentes de corrupción, vínculos con el narcotráfico o violaciones de los derechos humanos. Ha hecho un gran esfuerzo para reformar la institución con talleres de derechos humanos, capacitaciones, becas, viajes, campañas de acercamiento al ciudadano. Yo mismo en 2013 hice una alianza con la embajada estadounidense para traer a un experto para el fortalecimiento de la policía en su diálogo con la ciudadanía. Sí, de Estados Unidos. ¡No se rían!
No más, dije. ¡La solución es desmontar la policía! Proponer un nuevo modelo de seguridad pública y reorientar esos $16,5 billones anuales de presupuesto a estrategias comunitarias, como se está proponiendo en este momento en Minneapolis.
Legal y constitucionalmente se podría. Me asesoré con el amigo de un amigo, Ph.D. en la materia. ¿Pero también desmontar la policía de infancia y adolescencia, de tránsito, medio ambiente? ¿Sería conveniente acabar las funciones de investigación judicial, de combate al crimen organizado?
¡Sí! Podríamos autorregularnos, tener valores muy altos en justicia y corresponsabilidad, de respeto a lo privado y valoración de lo público, prácticas de otredad y tolerancia, en esta sociedad del más fuerte, de la trampa, del ventajoso, de “el vivo vive del bobo”. ¡Seríamos semidioses!
Mejor hice algo mas productivo. Llevé a mi tesoro a la cama, apagué la luz, me serví un whisky y escuché… el coro que aquí les traje, y el mensaje de mi columna:
“Amarguuura, señores, que a veces me da… la cura resulta más mala que la enfermedad...”.