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Hambres nocturnas

Doña Gula

27 de noviembre de 2009 - 10:21 p. m.

Desde niña he atracado la nevera todas las noches y hoy, con más de medio siglo de existencia encima, no me arrepiento de tan venial pecado.

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Como es de suponerse, esta manía me ha generado más de un inconveniente, sobre todo cuando por cuestiones del azar me he visto obligada a pernoctar en casas ajenas. Quede claro: esté donde esté y aunque un dóberman cuide el aposento, cometo el delito. No sé cómo explicarlo y si para muchos de mis amigos se trata de una enfermedad, para mí es una auténtica aventura.

A mí el hambre me despierta y cual robot salgo disparada para la cocina; en otras palabras, no me gusta mantener provisiones en la baranda de mi cama y mucho menos en la mesa de noche, pues el encanto de mi aventura está en lo que la mayoría de la gente cree que es maluco: la levantada. La verdad sea dicha: lo hago con una prontitud de recién bañada y en nada me trastorna la continuidad de mi sueño. Ahora bien: no me levanto a preparar huevos pericos o a recalentar ajiaco, ¡en absoluto!, me levanto es a pellizcar una brizna de dulce o una brizna de sal, las cuales indefectiblemente remato con escarchado vaso de agua o en su defecto, con refrescante vaso de leche. Eso si, las briznas en cuestión abarcan los mas variados sabores y consistencias, pues unas veces pellizco una torta de atún, otras veces caigo encima del arequipe, otras tantas me hipnotizan los ojos del queso, con mucha frecuencia el bizcocho negro es mi víctima; jamás las rebanadas de un serrano han durado una semana en mi nevera; también destapo tarros de galletas o voy al horno a descubrir recalentados; en cuanto a la olla del arroz blanco, cual pajarito enfermo la zapoteo con cuchara de tinto, si una sobra de lasaña u otra pasta se encuentra mal tapada, la organizo bien, no sin antes probarla… les puedo asegurar, nunca me demoro más de dos minutos en la cocina y siempre regreso oronda a mi cama a conciliar mi sueño.

Hoy he traído a colación esta íntima manía, pues viviendo en el mundo en que vivimos, esta cotidiana aventura me hace pensar todas las noches en que soy una privilegiada absoluta y que sin razón justificada hago parte de las minorías del mundo que jamás hemos sufrido ni hambres diurnas ni hambres nocturnas.

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