Una de las cosas que me impresionan de Donald Trump es que alguien pueda tener tantos problemas. Esta semana pasó de la revelación de su escandalosa declaración de impuestos a protagonizar el peor debate presidencial de la historia y a enterarse que tiene coronavirus. Todo en cinco días. A él sí le aplica la frase “cada día trae su afán”. Importante aclarar que en su caso los problemas no son gratuitos; casi todos se los buscó él mismo, incluyendo el COVID-19. Solo le falta que Melania publique un libro y cuente su verdad, porque además ya no quedan más piedras por voltear.
Que Donald Trump sea noticia ya no es novedad. El debate contra Joe Biden fue un acto de matoneo puro y ―aunque no le deseo el mal― me parece una ironía que tenga “el virus chino” que no impidió que se propagara por su país. Lo cierto es que Trump y sus dramas poco me importan; para mí lo verdaderamente grave es lo que sucede en las calles de Estados Unidos cada que él habla, la manera como sus palabras provocan una división política que hace que una nación ―infestada por armas y municiones― esté al filo de un conflicto armado interno. Cuando la noche del martes se rehusó a condenar a grupos de extrema derecha como “proud boys” y más bien les pidió “estar preparados”, su llamado no cayó en oídos sordos.
Al día siguiente del debate fue arrestado en Portland, Oregon, Alan Swinney, acusado de 12 cargos en su contra por irrumpir de manera violenta una protesta por la muerte de George Floyd. Bastó una sola imagen suya para que los fragmentos de la crisis que divide a Estados Unidos se unieran como un rompecabezas en una foto que lo cuenta todo. En el corazón de Portland se le vio a Swinney desenfundar un revólver que apuntó en contra de otro estadounidense, un simpatizante de Biden convertido en su enemigo. Con el brazo derecho tatuado con las palabras “Proud boys”, el pecho protegido por un chaleco antibalas negro y con tres cruces blancas dibujadas sobre el corazón, Swinney personificó la tragedia que vive su país. El crimen no se dio, pero quedó la imagen, la de un hombre enfrentado a otro por sus diferencias políticas y entre los dos: un arma.
Mientras los políticos en su país tratan de defender o esconder a los grupos radicales, hay un elemento que no se presta para debates porque es un hecho y existen las cifras para comprobarlo. Me refiero al aumento desde enero de un 80 % en la venta de armas en los siete estados sin un claro favorito para las elecciones del 3 de noviembre, es decir, los llamados “swing states” y el incremento en un 139 % de municiones en ese país. Mientras Trump y Biden se acusan mutuamente de no denunciar a grupos como ¨Proud Boys" de ultraderecha o Antifa, de ultraizquierda, sus palabras pueden ser letales si se tiene en cuenta que hoy circulan cinco millones más de personas armadas en Estados Unidos que el año pasado y que fanáticos como Swinney no necesitan más que un empujón para salir a usarlas.
Para mí, hombres como Swinney, armados con pistolas y falsos argumentos de un enemigo interno, deberían ser la noticia por encima de los insultos poco interesantes de Trump y Biden. De acuerdo con el FBI, de enero a hoy, han recibido casi 26 millones de solicitudes de permisos para comprar armas; una cifra histórica que ha hecho que colapse su sistema y que se estén otorgando licencias sin el debido proceso. Ojalá al presidente Donald Trump no le pegue muy duro el coronavirus y su cuarentena sea una oportunidad para reflexionar, pues no son sólo las encuestas o las cifras de COVID las que importan,; también lo son las de las ventas de armas que dan fé de que a un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, sus ciudadanos se están armando hasta los dientes.