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La orden de la reina era clara: “Tratar a los indios muy bien y con cariño y abstenerse de hacerles ningún daño”. Así lo dictó en 1493 Isabel la Católica, junto con otras 16 instrucciones que deberían cumplirse en la segunda expedición financiada por ella al Nuevo Mundo. Pero Cristóbal Colón no obedeció y —como si se tratara de un hechizo— las palabras de la reina lo persiguen 500 años más tarde como una maldición que viene a cobrar su venganza y que no se saciará con pedazos de esculturas destruidas, porque viene tras la reputación de Colón y su puesto en la historia.
Comenzó como un fenómeno no digno de ser atendido. Tras el asesinato de George Floyd en Minnesota a manos de un policía, las marchas pacíficas para protestar por el abuso policial y el racismo del que fue víctima se deformaron en algunos estados, convirtiéndose en protestas vandálicas que arremetieron contra las esculturas de defensores de la esclavitud en Estados Unidos, así como las del descubridor de América, Cristóbal Colón. Las manifestaciones no son dignas de ser tomadas en cuenta por tratarse de una manera violenta de llamar la atención, la cual no tiene cabida en un debate civilizado. Pero esta semana sucedió algo en una ciudad que lleva el nombre de Colón y que hace que las palabras de la reina Isabel hagan eco en las Américas como si las acabara de pronunciar en su despacho de Castilla.
La ciudad se llama Columbus y está en Ohio. Mientras en Virginia, Massachusetts y la Florida quemaban, decapitaban y pintaban de rojo las esculturas de Colón, en otros lugares como Sacramento, en California, fueron removidas de espacios públicos para protegerlas de los vándalos, pero en Ohio fue distinto. En Columbus (el nombre de Colón en inglés) la quitaron de la alcaldía por orden del alcalde, Andrew J. Ginther, quien considera que su figura representa “el patriarcado, la opresión y la división”, y mandó retirarla cuanto antes pues “la gente de Ohio no puede seguir viviendo a la sombra de nuestro feo pasado”.
La reina se lo advirtió. Los nativos que encontraría Colón tenían que ser tratados según los valores católicos, ya que la motivación de la monarca era convertirlos a su religión y “salvar” su alma. Pero Colón no hizo caso. Frustrado porque no lograba llenar sus embarcaciones con oro, estando en Haití en 1495, decidió llenarlas con indígenas que convertiría en esclavos. Sus hombres capturaron a 1.600 nativos con la intención de venderlos en Europa; embarcaron a 400, de los cuales murieron la mitad en el camino, y al llegar a España fue tal la ira de la reina Isabel que obligó a Colón a devolverlos. En el camino de regreso, murieron los pocos que quedaban y la relación del almirante italiano y la reina quedó para siempre afectada.
No sabemos si el alcalde Ginther conoce ese episodio de la historia y si en algo tiene que ver con su decisión de retirar la escultura que la ciudad nativa de Colón, Génova, en Italia, regaló a la ciudad de Columbus, Ohio. Lo cierto es que Colón —más allá de sus faltas o aciertos— en este caso representa el período de la Conquista y no a un solo hombre. Ohio le reconocía su aporte a la globalización y la extensión de la civilización europea. Colon falleció sin saber qué tanto había revelado del nuevo mundo a expansionistas europeos y tal vez sin imaginar el extenso daño que haría el perverso negocio de la esclavitud al que le abrió las puertas en nuestro continente. Y aunque no usara el término esclavitud, es así cómo él y sus hombres trataban a los indígenas en su propia tierra. La esclavitud durante la Conquista es el pecado original y es la misma herida abierta que tenemos en Colombia. El origen de muchos de nuestros males.
El alcalde de Columbus dice que la escultura de bronce quedará guardada mientras se define cuál sería su lugar correcto en la historia y en la ciudad. Retumban las palabras de Isabel la Católica exigiendo que a los nativos no se les haga ningún daño y su hechizo no deja en paz la memoria de Colón, cuyo legado hoy está en veremos.
