Entre Simón Bolívar y el “tikun olam”

Dora Glottman
27 de julio de 2019 - 07:30 a. m.

Jamás imaginé que recorrer los últimos pasos de Simón Bolívar me llevaría por un camino de misticismo, misterio y cabalá; pero así fue. Por estas fechas de fiebre independentista pasé unos días en Santa Marta y ¿cómo no ir a conocer la Quinta de San Pedro Alejandrino, donde el Libertador pasó sus últimos 12 días de vida? Me habían advertido lo que encontraría: la pequeña cama donde falleció, cubierta por la bandera tricolor, la escultura que refleja un Bolívar de tres edades distintas dependiendo desde dónde se le mire, las ceibas y los samanes sembrados cuando aquí todavía mandaban los españoles, y calor, mucho calor.

Pero nadie me advirtió que, con la misma boleta con la que pasearía por la antigua hacienda, tendría además un encuentro con una de las disciplinas espirituales más antiguas del mundo: la cabalá. Es decir, la interpretación de sabios judíos del libro de la Torá, conocido por los cristianos como el Pentateuco. La experiencia fue gracias a la exhibición “El tiempo del no tiempo”, con la que las directrices de la quinta eligieron homenajear a Simón Bolívar en el aniversario número 236 de su natalicio.

Se trata de la obra del artista Robert Brandwayn, quien, obligado a sufrir el silencio de su padre enfermo, optó por aliviar su angustia reconstruyendo con una caja de fotos viejas la migración de su familia paterna desde Polonia hasta Colombia entre las dos guerras mundiales. En su búsqueda, tropezó con el secreto mejor guardado de sus antepasados, quienes resultaron ser estudiosos de la cabalá y creyentes en el tikun olam, un mandato hebreo que en español traduce “la reparación del mundo”. Su trabajo mezcla las fotos que salvó del olvido con imágenes del “árbol de la vida”, una especie de mapa místico que divide en diez las energías o emanaciones de Dios. Entre las muchas creencias de la cabalá está que la unión de esas ramas resulta en la reparación del mundo y que su sumatoria debería ser la razón de ser de todos los humanos.

Así las cosas, cuando el visitante camina por la Plaza de Banderas, en el centro de la quinta, queda entre los recuerdos de Bolívar, un reconocido masón, y los del rabino Yehudah Brandwain, famoso cabalista y pariente lejano del artista.

A estas alturas del paseo, dos cosas son inevitables: una paleta de mango biche y una pregunta: ¿cuál es el vínculo entre la masonería y la cabalá?

Para empezar, ambas son corrientes de pensamiento que hasta hace poco eran secretas y solo permitidas a hombres blancos mayores de edad. Ambas rinden culto al conocimiento, la ciencia, el arte y la superación personal por medio de la moral y la libertad. Y aunque los masones no usan el término tikun olam, la búsqueda de la mejoría del universo es su prioridad.

Termino con una anécdota del Libertador que cuenta el guía durante la visita. Cinco días antes de morir, Bolívar tomó en sus manos una Biblia y una copia de Don Quijote de la Mancha. Entonces le preguntó a su anfitrión, Joaquín de Mier y Benítez, ¿quiénes fueron los tres “majaderos” más grandes de la historia? El español no entendió el término, que se puede interpretar como “ilusos”, y le tocó al criollo contestar su pregunta: “Cristo, el Quijote y yo”. Con ese sabor amargo murió el caraqueño, quien, si hubiera sido cabalista, habría entendido que podía morir en paz con la tranquilidad de saber que lo que hizo por el bien de la humanidad, tras su muerte, ¡le significaría la gloria!

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