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Ante la pandemia del desencanto

Eduardo Barajas Sandoval

05 de julio de 2021 - 10:00 p. m.

Elecciones regionales cerca de una presidencial se vuelven termómetro nacional. Lo ideal sería que, con oportunidad de los comicios de nivel regional, se dieran debates específicos sobre temas relacionados con la vida inmediata y cotidiana de los votantes. Pero, aún si eso se llega a dar, la proximidad de unas elecciones generales, en las que se ponen a prueba los grandes proyectos políticos, cuya existencia se exige y cuya validez se reclama a toda hora, muchos votantes van a las urnas con la mente puesta más allá de su entorno cercano.

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En la lógica anterior, las elecciones regionales no dejan de ser una prueba de talla nacional para los partidos y movimientos políticos. Y ello es así no solamente porque están obligados a exponer sus propuestas respecto de los problemas de una u otra comarca, sino porque deben llevar a todo nivel el tono de su interpretación de los procesos políticos, y la adaptación de su proyecto a las circunstancias reales de la vida de la gente. También, claro está, son prueba para los gobiernos, de cualquier nivel, sometidos a la observación, el apoyo o el reproche hacia los partidos que representan, y sobre todo hacia lo que hayan hecho o dejado de hacer.

Tampoco se puede dejar de lado que los comicios son, por excelencia, muestra del compromiso político y del estado de ánimo de los ciudadanos, que se mide en las proporciones de su concurrencia a las urnas y permite advertir su entusiasmo, su apatía o su desgano por participar, a través de elecciones, en la vida política. Así su actitud se vea afectada por la propaganda, los medios, las redes sociales, la capacidad de organización de los partidos o el aparato del clientelismo.

Las recientes elecciones regionales y departamentales francesas han sido muestrario de todo esto. Su realización, a través de dos vueltas en el curso del mes pasado, se convirtió en prueba de opinión popular respecto del panorama y el proceso político del país. Se tomaba una fotografía de la vigencia de los proyectos de los partidos, la gestión del presidente, la idoneidad institucional para manejar la pandemia, la disciplina social, el manejo de la economía, el apoyo popular de cada quién, y la participación ciudadana.

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La gama de interpretaciones de los resultados parece un arco iris. Hay de todo. Algunos consideran que no es correcto, ni justo, sacar conclusiones dramáticas de un proceso electoral circunscrito a la elección de gobernantes regionales, además bajo las condiciones de una pandemia que no ha terminado. Otros, por el contrario, estiman que ahí está la demostración de un estado de cosas que ha de marcar el tono y las proporciones de las fuerzas de cada quién con motivo de la elección presidencial que se ha de llevar a cabo en abril de 2022. Esto es, a la vuelta de la esquina.

La prueba para la gestión del presidente Macron y para la solidez de su partido como organización política era inevitable. Aunque el resultado desfavorable se podría justificar en el hecho de que su movimiento “En Marcha” es tan reciente que jamás había participado en elecciones de ese nivel, pues hace seis años, con motivo de los anteriores comicios regionales, no existía. De manera que todavía carece de organización, fuerza e inercia comparables a las de los partidos tradicionales.

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El partido de derecha radical, que preside por herencia la señora Le Pen, aunque cambió calculadamente su nombre para “pescar” votos del centro derecha tradicional, sufrió también un revés inesperado para quienes piensan, comenzando por ella, que su oposición a políticas y compromisos esenciales derivados de la vinculación de Francia a la Unión Europea, le seguirían dando el tiquete para ir a la segunda vuelta presidencial, como ha pasado ya dos veces. Otra formación política coyuntural que estaría recibiendo su castigo.

En cambio, partidos que a lo largo de la existencia de la Quinta República han tenido ocasión de echar raíces en los niveles local y regional, y que además han gobernado al país, parecen haber vuelto a encontrar sus raíces para hacer florecer de nuevo sus proyectos. En el caso de los socialistas sea en alianza con los nuevos verdes o inclusive con miembros de la herencia del viejo partido comunista. En el de la derecha, mediante las tradicionales alianzas entre los de enfoques e intereses parecidos. Claro, todos tienen trayectoria y maquinaria. Han sufrido altibajos y saben de las artes de la resurrección en política.

Lo interesante de todo esto, visto desde otra orilla, es que hay algo que afecta a todos los partidos y movimientos que concurrieron a esos comicios y tiene una significación política muy grande: se trata de la proporción enorme e inédita de la abstención electoral, que debe ser objeto de interpretaciones más allá de la amenaza del contagio por el hecho de haber tenido que ir a las urnas en plena pandemia.

Sin perjuicio de las particularidades del escenario francés, buena parte del tradicional mundo democrático se encuentra afectada por un contagio de falta de credibilidad en las instituciones, los partidos, la clase política, e inclusive el valor y la efectividad de la participación de los propios ciudadanos en procesos electorales. Situación que golpea de manera gravísima todos los esquemas sobre los cuales se ha venido construyendo la interpretación reciente de la democracia.

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Ya sabemos que hay que ir mucho más allá de la democracia electoral, pero eso no significa que sea conveniente desprenderse de ella. La sensación de inutilidad de prácticamente todos los factores de poder democrático, seguida del desencanto que termina en la abstención, conduce a gobiernos débiles, minoritarios, faltos de peso y credibilidad, incapaces de llevar a cabo proyectos de trascendencia, dedicados a negociar a toda hora para subsistir, y otra vez a partidos amorfos con proyectos hechos de retazos, que refuerzan la incredulidad ciudadana; y vuelve y juega.

Sin defraudar el compromiso de criticar y cuestionar, hay que romper ese círculo para evitar el colapso de conquistas duramente conseguidas en la búsqueda de la democracia. No hay que quedarse esperando a que sean otros quienes lo rompan, no se sabe de qué manera, por ejemplo a través de propuestas populistas, que sacan ventajas del descontento y ofrecen soluciones milagrosas. Deben surgir propuestas adecuadas a las necesidades de un mundo en permanente mutación, que cambia más rápido que los actores políticos.

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La formulación de esas propuestas debe ser ahora, sin excusa, oficio de los animadores de partidos y movimientos políticos, de los gobernantes, de los funcionarios, y de las organizaciones de todo tipo, que convergen en el escenario de la vida pública. También deben concurrir los ciudadanos, que ahora más que nunca cuentan con elementos de acceso a la información, ingredientes de reflexión y capacidad de acción, que hay que aprovechar cabalmente, con el ánimo de darle renovado vigor y contenido a la participación política, romper con el clientelismo y los vicios electorales, y recuperar el valor político y social de ir a las urnas.

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