Los socialistas europeos han pasado a jugar un papel que jamás soñaron. Ahora tienen la responsabilidad, adquirida o impuesta, de contradecir las pretensiones de los sindicatos para poder dar cumplimiento a obligaciones de naturaleza económica que afectan a los sectores obreros, que fueron siempre la fuente de su inspiración y de su lucha política.
Es la consecuencia de los pactos de integración supranacionales. También la de haberse ido tanto hacia el centro, al punto de fundirse a veces con quienes llegaron al mismo espacio del escenario político, procedentes de la derecha. Derecha que no puede sino estar de plácemes porque ahora tiene quién le ayude a pagar parte de sus culpas históricas, en cuanto el detrimento de los intereses populares proviene de procesos en los que fue esencialmente protagónica.
El tradicional espectáculo de manifestaciones públicas de protesta, que cada otoño congrega a miles de trabajadores, ciudadanos activos más allá del voto, estudiantes interesados en la vida política y todo tipo de descontentos, tiene ahora en algunos países la particularidad de estar dirigido en contra de gobiernos socialistas. Dirigentes sindicales que en otras épocas fueron aliados de los gobernantes de ahora, confrontan a sus antiguos socios, que desde las oficinas del gobierno ejercen responsabilidades que les obligan a defender intereses muy variados, cuando no a atender compromisos internacionales como los que se derivan de los parámetros de manejo económico de la Unión Europea.
Giorgos Papandreou y José Luis Rodríguez Zapatero, para mencionar dos casos sobresalientes, aparecen en los periódicos dando declaraciones que en otra época habrían sido normales en boca de alguno de sus antecesores de la derecha. Llegados al poder, entre otros, con el voto de los sindicatos, y con la promesa de gobernar a favor de ellos, de pronto se manifiestan de manera que contradice aparentemente los postulados que sus partidos defendían hace unas décadas. Se aferran a decisiones abiertamente impopulares justificadas en el interés nacional y en la obligación de mantener unos estándares de manejo económico que provienen de los compromisos de las instituciones europeas. Lo que les permite cumplir en ese frente pero les debilita al interior de sus movimientos políticos.
De alguna manera se configura un realinderamiento, al menos en países que han avanzado hacia instancias de desarrollo político y social en las que las profundas diferencias de otras épocas se consideran superadas, y en las que las disputas por el poder giran alrededor de variables secundarias sobre la manera en la que uno u otro partido ofrece manejar detalles de la vida cotidiana. La nueva alineación pone de un lado prácticamente a todos los gobiernos de la Unión Europea, que no pueden más que cumplir con propósitos de manejo de su déficit fiscal, por ejemplo, o de tomarse el trabajo de corregir las equivocaciones de quienes no fueron fieles a los parámetros comunes en el reciente pasado. De otro lado quedarán siempre los sindicatos y los sectores populares, junto con sus intérpretes y campeones, que al verse perjudicados por las medidas de choque, reaccionan como les corresponde.
Paradójicamente tanto la alianza implícita de los gobiernos, por una parte, como la de los sindicatos de diferentes países, por la otra, son consecuencia natural de los pactos de integración que animan la vida de la Unión y que deben ser apreciados como una de los efectos inevitables de su existencia y sobre todo de su proceso de maduración. Como damnificados resultan, eso sí, los partidos de izquierda democrática, que deben pensar en los argumentos de su futuro, luego de haberse ido al centro, con el riesgo ostensible de desteñir su proyecto original. Otros perdedores son los propios sectores populares, como siempre, que deben ponerse en el oficio de encontrar el camino para obtener una representación política acorde con sus intereses en la era que se avecina. La derecha, también como siempre, flota políticamente gracias a sus críticas y espera que, una vez superados problemas que en su momento ayudó a crear, se le presente una nueva oportunidad. Para terminar haciendo algo parecido a lo que ahora se ha vuelto denominador común: gobernar con políticas de centro que ayudan aceleradamente a que se esfumen las diferencias de otras épocas.