Publicidad

Con el eco de Patricio Lumumba

Eduardo Barajas Sandoval
19 de enero de 2021 - 03:00 a. m.

Patricio Lumumba aspiraba a cumplir la tarea histórica de darle forma al Congo independiente, como parte de una nueva África, unida en libertad, después de un periodo de dominación colonial que fue muestrario de opresión, racismo, explotación y desconocimiento de los derechos más elementales de los pueblos.

En el transcurso de una corta vida, antes de ser asesinado a los 35 años, Lumumba demostró que una de las virtudes esenciales del liderazgo es la de entender la hora que marca el reloj de la historia. Era el momento de la descolonización, cuando los europeos después de haberse desangrado entre ellos de manera inmisericorde, por segunda vez en menos de medio siglo, debían ocuparse de la reconstrucción de sus propias casas y se abría el espacio para que abandonaran el esquema colonial que los había entrometido en otros continentes.

Educado como pocos de sus compatriotas y merecedor de distinciones reservadas por el poder colonial belga a un reducido número de congoleños negros, el líder de la independencia comprendió la inocuidad de dádivas que solamente aumentaban la discriminación en el seno de una sociedad que merecía más bien ser toda libre. Las prisiones coloniales le enseñaron las lecciones correspondientes. Había que aprovechar la oportunidad de dar forma política autónoma a naciones africanas de respetable antigüedad, ante las cuáles se abría una ventana de libertad después de los destrozos causados a su configuración tradicional y su arraigo territorial, por la arbitrariedad de un reparto impuesto de manera violenta desde las capitales de Europa.

Ante la calculada independencia que Bélgica concedió al Congo en 1960, condicionada a que el naciente estado asumiera obligaciones de la deuda externa belga, Lumumba, a la cabeza del Movimiento Nacional Congolés, ganó las primeras elecciones generales y resultó aupado al cargo de primer ministro. El 30 de junio, en la ceremonia que marcaba el nacimiento de la nueva República, respondió a los elogios de la colonia hechos por el rey de los belgas con una contundente denuncia de “la burla, los insultos y los golpes recibidos mañana, tarde y noche por ser negros”, la desigualdad de derechos, la esclavitud, la confiscación europea de las tierras africanas y la muerte de millones de compatriotas. Ofreció trato de igual a igual con Bélgica y garantías a los blancos que estuvieran dispuestos a contribuir al progreso nacional, pero no dejó de subrayar que “la independencia del Congo es un paso hacia la liberación del continente africano entero”.

Siete meses más tarde, en enero de 1961, Lumumba cayó víctima de uno de los crímenes más significativos del siglo XX, que se atribuyó a los antiguos colonizadores confabulados con empresas interesadas en las extraordinarias riquezas congoleñas, ayudados por agencias occidentales de talla mayor. Ya entre todos habían montado una rebelión en la provincia de Katanga para frenar el impulso de la nueva república y preparado una sucesión dictatorial que duró más de tres décadas. Todo bajo la mirada y la intervención inocuas de las Naciones Unidas.

Consagrado como mártir, después de haber regado la semilla de su visión anticolonial, libertaria, y de unidad africana, Lumumba entró de inmediato al iconostasio de los personajes simbólicos. El mundo vivía momentos culminantes de la Guerra Fría. Quien se pudiera apoderar de la “marca” del líder sacrificado obtendría réditos políticos innegables. De ello mal podrían ser beneficiarios los propios colonialistas, o los poderes complementarios o afines. Los soviéticos encontraron entonces el campo libre y entendieron que su figura representaba una bandera que serviría para marchar adelante de una procesión de estudiantes del mundo entero, en el camino que condujera hacia Moscú. La consagración del líder congoleño se perfeccionó con la adjudicación de su nombre a la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos, que llevó hasta 1991.

Sesenta años después de la muerte de Patricio Lumumba, y al recordar la significación de su lucha, vale la pena preguntarse cuál sería la tarea política que estuviera dispuesto a asumir si viviera en nuestros días. Cómo leería la hora de hoy en el reloj de la historia. Cuál sería el eje de su discurso, cuando han quedado atrás los dilemas y parámetros de la Guerra Fría, la URSS ha desaparecido y los Estados Unidos presentan espectáculo de república bananera. Qué pensaría del destino de su propio pueblo, de la unidad africana, de la solidaridad entre las naciones que siguen en el pantano del subdesarrollo, la corrupción y encima de todo la falta de comprensión, respeto y solidaridad por parte de otros.

A juzgar por su talante, si el líder africano viviera ahora, o si retornara del pasado, seguramente daría muestras de no quedarse anclado en las disputas de un mundo que ya no es. Sin perjuicio de mantenerse en la defensa de los elementos fundamentales de la libertad y la dignidad humanas, tal vez se estaría haciendo preguntas nuevas y dedicaría su esfuerzo a construir un discurso capaz de cautivar a la gente de ahora, lo mismo que a la del futuro, con la mirada puesta en ese futuro. En lugar de reiterar slogans de ese mundo binario de hace medio siglo, y de apelar a símbolos que ya no representan los problemas de la gente en el siglo XXI, estaría en la tarea de interpretar el mundo de hoy para orientar a su pueblo, y de paso a todos los que andan perdidos en un laberinto de complejidad cuyas claves resulta urgente descifrar.

En medio de este mundo gobernado en gran medida por tecnócratas desabridos, hacen falta personajes como Lumumba, de cuya memoria no han dejado de abusar unos cuántos aspirantes estériles al liderazgo de pueblos que necesitan dejar de echarles en forma genérica la culpa de sus desgracias a otros. En lugar de eso, es preciso construir más bien los elementos de su acción hacia el futuro, sobre la base sólida y concreta de comprender el proceso histórico que vivimos, que definitivamente no es ya el de la Guerra Fría.

Con el eco de precursores que en su momento jugaron un papel importante para animar procesos de cambio, hay que ir viendo cómo le irá al antiguo Tercer Mundo ante el embate de la inteligencia artificial; cómo actuar ante las mutaciones del modelo económico dominante, que ha generado, por su injusticia, reclamos en los confines más inesperados; cómo moverse frente a las grandes vertientes culturales de las décadas venideras, al impulso de las redes sociales; cómo posicionarse dentro del reordenamiento de las potencias mundiales; cómo actuar ante el cambio climático, el deterioro ambiental y la necesidad de nuevas fuentes de energía; cómo apoderarse de los procesos de producción de ciencia y tecnología; cómo manejar el problema de las migraciones; cómo vencer el hambre, la inequidad y la enfermedad, y cómo conseguir que contemos, por fin, con una institucionalidad internacional adecuada a las necesidades del siglo XXI. Quedarse con los slogans y esquemas mentales de hace varias décadas es correr el riesgo de perder el tren de la historia.

 

Gilma(45808)19 de enero de 2021 - 08:18 p. m.
Lumumba estaría liderando grandes cambios para sacar adelante a los pueblos negros oprimidos y esclavizados por los gobiernos complacientes y esclavistas y por los grandes grupos económicos.
Hernando(84817)19 de enero de 2021 - 05:12 p. m.
Una excelente columna que invita a reflexionar sobre la clase de lideres que requiere el cambio de época que estamos viviendo y que esta representado por los grandes avances tecnológicos, políticos, culturales y muchos acontecimientos mas que menciona el autor, acelerados por el evento disruptivo de la pandemia, que obliga a replantear las acciones humanas si queremos sobrevivir como especie.
Liliana(13412)19 de enero de 2021 - 01:20 p. m.
Que maravilla de columna! Esta columna es un verdadero homenaje al GRAN Lumumba.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar