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Conquistadores del Siglo XXI

Eduardo Barajas Sandoval

26 de julio de 2021 - 09:59 p. m.

No falta quien vea a Bezos, Branson y Musk como equivalentes de Colón, Vespucio y Magallanes. Mientras el mundo sufre bajo el impacto del cambio climático, la pandemia, y todo tipo de indefiniciones en cuanto a la forma de funcionar para que la felicidad no resulte tan restringida, a unos billonarios ególatras, visionarios hacia el infinito y miopes hacia problemas elementales del mundo, les ha dado por financiar aventuras orientadas a alejarse del planeta. Las acciones que para tal efecto han emprendido tienen el denominador común y el valor simbólico de sustraerse a la ley de la gravedad, que hasta ahora había sido, salvo para quienes han participado en proyectos aerospaciales de algunos gobiernos, la única ley válida y aplicable para todo el mundo.

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A la manera de los exploradores que permitieron advertir la redondez de la tierra y la existencia de continentes desconocidos, los de ahora han emprendido, por su cuenta, acciones de conquista por fuera del campo del magnetismo terrestre, en paralelo a los estados y compitiendo con ellos, o de pronto con su beneplácito. Se trata, por ahora, de plantear opciones recreativas de darse el lujo de una asomada al espacio extraterrestre, que luego darían paso a la posibilidad de vivir o pasar temporadas en el espacio, y eventualmente asentarse en otros planetas. Vaya uno a saber qué más resulta de éster proceso, pues estamos apenas en el comienzo.

Ahí están en competencia al menos tres grandes empresarios, exitosos previamente en otras cosas, metidos ahora en el empeño de la exploración espacial: Richard Branson, el de Virgin, aventurero acostumbrado a proponer servicios innovadores y a realizar proezas, Jeff Bezos, el de Amazon, exitoso descubridor de nuevas formas comercializar todo tipo de objetos, y Elon Musk, el de Tesla y PayPal, productor y recolector de ideas útiles para proponer nuevas formas de servirse de la ciencia. Los tres coinciden en una carrera sin precedentes que anuncia el comienzo de una era caracterizada por la atención puesta lejos de nuestro planeta. Para ello tienen los recursos financieros suficientes y un apoyo científico y logístico que hasta ahora habían tenido solamente los estados, con la desventaja, para éstos últimos, del tinte político que caracteriza todo lo que hagan o dejen de hacer.

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Como en toda época de conquista, cada protagonista busca conseguir primero que los demás resultados útiles y a la vez impresionantes. Quiere ser el primero, siempre a su manera, y sacar ventaja de la no existencia de reglas preestablecidas ni parámetros que obliguen a una u otra cosa. Así como hace seis siglos estaba expósito el planeta, para descubrir y conquistar nuevos territorios, ahora lo está el espacio que le rodea más allá de ese magnetismo aparentemente inescapable que domina todas las cosas en la superficie y hasta ochenta o cien kilómetros de altura.

Bezos, con Blue Origin, había anunciado su viaje para darse una asomada al espacio, como lo hicieran soviéticos y americanos hace más de medio siglo, cuando esa era la gran hazaña, antes de darle siquiera una vuelta al mundo desde esas alturas y esa perspectiva. Lo haría el 20 de julio, para conmemorar el alunizaje, y en una nave que llevaría el nombre del primero de sus compatriotas estadounidenses que salió al espacio. Pero ignoró el consejo de los navieros griegos: “nunca cuentes de antemano el negocio que piensas hacer, porque uno de los que te escuchan va y se te adelanta”. Entonces Sir Richard Branson, el caballero británico de Virgin Galactic, adelantó su viaje, que tenía planeado para más tarde, y el once de julio realizó su vuelo, para ser el primero. Musk, detrás de Space X, por ahora se ha quedado personalmente en tierra. Ya le llegará su turno.

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Sin perjuicio de las disputas respecto de quién ha volado más alto, y la pregunta de si Branson de verdad salió o no al espacio, con lo cual el uno o el otro habría sido el primer millonario astronauta por cuenta propia, las cosas van para largo, aunque los tres tienen intereses y ambiciones diferentes, por ahora. Branson se querría concentrar en el turismo espacial suborbital, en una especie de confortable “avión espacial” reutilizable, en viajes de recreación hasta los confines de la atmósfera terrestre. Bezos va más allá del turismo, y gracias a su experiencia ya consolidada en cohetería reutilizable, pretende por ejemplo organizar asentamientos humanos permanentes en la luna. Musk, quien también ha lanzado ya decenas de cohetes y ha tenido contratos con la NASA y agencias de otros países para colocar satélites en órbita, e inclusive nuevos alunizajes, se ha adentrado más profundamente en el espacio y planea no solo vuelos comerciales sino poner el primer turista en la luna y colonizar el planta Marte, donde ha dicho que desearía morir tranquilamente.

En medio de propósitos serios, anuncios espectaculares, sin que se sepa en qué van a terminar las presentes aventuras, y cómo serán vistas dentro de cien años, la nueva carrera espacial, desatada desde principios de siglo, ha estado lleno de realizaciones y también de fracasos y frustraciones, que sus protagonistas han sabido asimilar y presentar como parte de la realidad riesgosa de cualquier gran empresa. Así lo advirtió temprano Paul G. Allen, uno de los fundadores de Microsoft, que en 2004 financió el proyecto SpaceShipOne, primera empresa en poner una aeronave en el espacio con capital privado, en una contienda a la que se irán sumando nuevos aventureros, para llevar el proceso hacia fronteras insospechadas.

Tal como ocurrió en la época de Cristóbal Colón, Américo Vespucio y Fernando de Magallanes, los nuevos exploradores realizarán actividades a veces por su cuenta y en otras en alianza o bajo el patrocinio de los estados. Ya Bezos, Branson y Musk, han recibido encargos y celebrado contratos millonarios con entidades estatales para desarrollar nuevas tecnologías y fabricar artefactos no solamente como ejercicio de adelanto en materia de ciencia aplicada a la aeronáutica y la exploración espacial, sino útiles a propósitos militares. Como siempre.

La explosión de iniciativas de exploración espacial avanza por ahora bajo las condiciones de esa deliciosa anarquía creativa que ha de producir resultados antes de que aparezcan las exigencias de regular las nuevas actividades y celebrar convenciones para ponerle orden a tanta efervescencia. Así ha de suceder, como históricamente se ha comprobado, pues llega el momento en que se hace necesario, por ejemplo, evitar la deriva de los progresos hacia las “necesidades de la defensa”, esto es de la guerra. El eterno juego entre el ejercicio de la libertad y la necesidad del orden.

Todo fascinante, alentador, creativo y lleno de intriga, pero al tiempo evocador de contradicciones esenciales de la condición humana: unos cada vez más elevados y otros sumergidos en problemas elementales de supervivencia, en un planeta más vulnerable que nunca. Los problemas de la salud y la alimentación de millones de personas requieren con urgencia de recursos que no se comparan con los del derroche de la carrera de billonarios encima de las nubes. Tal vez por eso “change.org” ha conseguido cientos de miles de firmas para sustentar el argumento de que “los multimillonarios no deberían existir ni en la tierra ni en el espacio, pero si deciden lo segundo, deberían quedarse allá”. O al menos, en unos siglos, a alguien se le puede ocurrir derribar sus estatuas.

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