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En lugar del ejercicio de escoger personajes del año, que en franco atropello a las proporciones presenta a pequeños jefes locales de uno u otro país mezclados con líderes de importancia mundial, se debería tratar de responder a la pregunta de si al cabo de cada período anual la sociedad está mejor o peor en ciertos campos fundamentales.
La prensa turca, como la filipina, la iraní, la somalí, la peruana o la de Madagascar, reiteran cada año el ejercicio de escoger un personaje nacional, que se presenta cándidamente al público como la figura del año al lado de figuras de significación internacional. En muchos casos nadie sabe cuáles son los motivos verdaderos para que una u otra persona aparezca en la lista, aunque no hay duda de que el ganador obtiene unos cuantos beneficios por cuenta del espaldarazo.
El hecho de centrar la atención en un personaje, como si sus ejecutorias hubiesen sido las determinantes de la dicha o la desdicha de su comunidad, puede llevar a equívocos, porque obliga a los fervientes seguidores de los medios a pensar en el éxito de una sola persona, y en los temas que giran alrededor de su figura, de manera que se alejan de apreciaciones más amplias y profundas.
Las preguntas de cada cambio de año deben ir mucho más allá de los personajes que descollaron por uno u otro motivo particular y que de pronto, en la euforia de las comunicaciones, fueron quienes mejor cuidado tuvieron de manejar su imagen en los medios. El ejercicio se debería centrar, por lo menos, en dos temas esenciales: el del bienestar de los ciudadanos y el de la marcha de las instituciones.
En el orden ciudadano, es apenas lícito preguntarse por las variaciones que el período ha traído para las condiciones de vida de los diferentes grupos sociales. Los avances en oportunidades, la evolución de los derechos, la protección de los más débiles, las medidas de justicia social y los progresos o retrocesos en el nivel de bienestar para la mayoría, han de ser calificados con todo juicio, para obtener conclusiones.
Pero no se trata solamente de hacer las cuentas de las medidas que hayan beneficiado a las mayorías y en particular de los sectores menos desarrollados. Justamente se trata de hacer una apreciación del conjunto de la sociedad, que mueva a todos los sectores a fortalecer su conciencia sobre el estado de la nación y de pronto despierte su sensibilidad en torno a la conveniencia del interés general por encima del individual.
Las transformaciones institucionales, consecuencia inevitable del dinamismo de la vida política, y que van configurando cambios no sólo en las reglas de funcionamiento de la sociedad, sino que juegan un papel fundamental en la calidad de la vida pública, deben ser también en estas ocasiones sometidas al escrutinio ciudadano de la manera más exhaustiva posible. No de otra forma se pueden apreciar avances o desviaciones respecto de los cuales vale la pena estar alerta, porque es frecuente que, a punta de toques pequeños de timón, las instituciones terminen por cambiar de rumbo al ritmo de intereses pasajeros, y que las naciones paguen más tarde por ello precios muy altos.
Mientras no se adquiera la buena costumbre política de hacer balances serios y fundamentados sobre los asuntos esenciales de cada sociedad, y agitar una sana discusión sobre los mismos, la tendencia a concentrar el interés en personajes mediáticos, con cualquier argumento, continuará desviando la atención pública y servirá de cortina de humo que evita advertir a tiempo resultados y tendencias que es mejor enderezar a tiempo.
