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Cuando hay que marcar la raya

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Eduardo Barajas Sandoval
02 de noviembre de 2021 - 04:00 a. m.
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Los gobernantes deben marcar, ante quien sea, la frontera del respeto por los asuntos internos de su país. Si no lo hacen, dejan abierta la brecha para que poderes extraños, grandes o pequeños, da igual, se crean con licencia para intervenir en asuntos que no les incumben. Cuando los embajadores, así sea con porte de magos y guantes de seda, toman parte abiertamente en los juegos internos de poder del país donde desempeñan su oficio, depredan la institucionalidad, y eso no se debe permitir.

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan anunció el 23 octubre que había ordenado declarar personas no gratas a los embajadores de diez países significativos estratégica y comercialmente para la propia Turquía y estrellas del elenco internacional. Semejante solicitud, antesala de la expulsión del país, fue su respuesta ante el hecho de que ellos suscribieron una carta urgiendo la liberación de Osman Kavala, empresario, multimillonario y filántropo, arrestado desde 2017 por haber patrocinado manifestaciones no autorizadas en contra el gobierno en 2013 y, como tantos otros en Turquía, haber estado supuestamente en favor del fracasado de golpe de Estado de 2016.

Los cargos contra Kavala fueron descalificados por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que mediante sentencia ordenó su excarcelación. Decisión que el gobierno turco no ha cumplido, a pesar de la obligación que implica para el país el ser miembro del Consejo de Europa. Por el contrario, dentro del ambiente de revancha posterior al intento de golpe de estado, ha aprovechado para agregar el asunto Kavala a la depuración de enemigos políticos y cuadros del aparato estatal. Depuración que complementa la reforma constitucional adoptada por escasa mayoría en un referéndum de 2017, que abandona la tradición de acento parlamentario del fundador de la república, Mustafá Kemal Ataturk, para poner ahora a funcionar el Estado con acento presidencial, en cabeza del propio Erdogan.

Cuando los problemas se ubican en la frontera entre lo político y lo jurídico, dentro de un ambiente que hace girar los asuntos públicos en torno de una fuerte personalidad, esa misma circunstancia se vuelve propicia para que aparezcan manifestaciones de arbitrariedad. En las aguas revueltas de transformaciones institucionales y políticas que se tramitan mediante votaciones aupadas por el caudillismo, todo puede suceder.

Es posible que los embajadores de Alemania, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Holanda, Noruega, Nueva Zelanda y Suecia hayan pensado que un mensaje firmado por ellos, con todo lo que sus países representan, produciría un efecto demoledor en favor de su petición. Aunque frente a los valores, costumbres, exigencias y principios elementales de la diplomacia, eso no se debe hacer. Como no les gustaría que sus equivalentes turcos en Washington, Berlín, Ottawa o donde fuere, hicieran algo similar respecto de algún caso en la frontera borrosa de lo jurídico y los intereses políticos, que no faltan, como el de Julian Assange.

En todo caso, no se sabe hasta qué punto con el visto bueno de sus cancillerías, se lanzaron a la aventura de firmar y publicar un documento que habría implicado un riesgo menor en países con gobernantes fuertes hacia adentro y débiles hacia afuera, de esos que sin pena reconocen haber seguido sugerencias de poderes extranjeros. Pero no podía ser lo mismo en Turquía.

Parecería que no hubieran estudiado historia, o que olvidaron que Turquía tiene larga tradición de vérselas con los más difíciles. No tuvieron en cuenta que, en una versión anterior, ese país era cabeza de un poderío montado sobre los vestigios del Imperio Romano de Oriente, al que los otomanos destruyeron militarmente, pero del que aprendieron artes bizantinas, pues no hay mejor ejemplo de la forma como los conquistadores terminan influenciados por parte de los pueblos que logran someter por la fuerza.

Encima de todo, no tuvieron en cuenta quién ocupa la presidencia turca, ni con qué talante la ejerce y cómo juega con el acelerador a fondo no solamente en los asuntos de la política interna, sino también en los de naturaleza internacional. Parecería que no han advertido que el comportamiento internacional de Erdogan denota el deseo de obrar como potencia regional, y más allá si se puede, razón por la cual su acometida, sustentada en una diplomacia experimentada y profesional, le ha convertido en interlocutor de los jefes políticos desde Moscú y Teherán hasta Argel y Rabat, como si estuviera pensando en una nueva proyección del mundo otomano.

Tamaña equivocación diplomática recibió su merecido. Dura reacción turca, claro. Audaz, también. Plausible, mucho más. Necesaria, naturalmente. Riesgosa, por supuesto. Pero, claro, luego del anuncio de posible expulsión, entró a operar una versión diferente de la diplomacia para buscar que, en lo posible, se aclarara que los unos no tenían mala intención y que el otro tenía el deber de protestar. De manera que las aguas volvieron a su cauce, quedando bien claro que, en adelante, nada de embajadores, por encumbrados que se crean, por ahí metidos a intérpretes o voceros de causas que sean asuntos internos turcos.

Este no será el último incidente internacional suscitado por el fenómeno Erdogan. Personaje de múltiples facetas, cuyo paso por la vida política va dejando huellas gratas para algunos, pero que a otros molesta, pues descompone los cimientos de la construcción republicana que en 2023 cumplirá cien años, afectada por los cambios que precisamente él ha introducido a la versión original de Ataturk.

Como la política internacional también es política, los regañados de hoy no van a olvidar este incidente que no los ha hecho quedar para nada bien. Así que no faltará quien calcule que el presidente turco pagará por todo esto un precio, interno y exterior. Interno, pues a pesar del peso específico que el presidente mantiene, la oposición va ganando espacios importantes en el espectro político, aunque falta mucho tiempo todavía para la siguiente elección. Externo, pues sus aventuras, algunas de ellas armadas, como la de Siria y la de Libia, pueden resultar en cualquier cosa. Pero lo de marcar la línea ante poderes extranjeros lo tenía que hacer. Y lo hizo. Como hay que hacerlo.

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IVAN(96847)03 de noviembre de 2021 - 03:31 p. m.
"...un documento que habría implicado un riesgo menor en países con gobernantes fuertes hacia adentro y débiles hacia afuera, de esos que sin pena reconocen haber seguido sugerencias de poderes extranjeros". Sí señor, de esos cuyo nombre empieza con P de...
JOSE(mpvhd)02 de noviembre de 2021 - 07:35 p. m.
No me parece correcto. Eso de dejar que cada país, cada jefe (o tirano) atropelle los derechos y la justicia, no está bien. Un organismo universal efectivo sería la instancia mejor. Pero si la ONU muestra permisiva, los Estados no pueden permitirse la pasividad. El problema son los intereses comerciales de unos y otros.
Atenas(06773)02 de noviembre de 2021 - 05:07 p. m.
Ahh, eso de pelar los dientes jamás está de más. Es lo ADMIRABLE de URIBE, q' pese a la fiera oposición q" en sus comienzos los enemigos le montaron, y hasta de Caín lo acusaron, firme se sostuvo y confirmado quedó q" las rev. fallidas son medio propicio pa sumir pueblos enteros en la oscuridad. Y ojalá los siga pelando.
  • Gabriel(7913)04 de noviembre de 2021 - 07:18 p. m.
    Ser pillo paga, de acuerdo con moralej.
Arturo(82083)02 de noviembre de 2021 - 12:54 p. m.
Es lo que se llama Dignidad Nacional, un concepto inaplicable en Polombia, donde la dignidad no esta en el ADN del pueblo y la nacion es apenas el primer hervor de un sancocho
  • ERWIN(18151)02 de noviembre de 2021 - 01:59 p. m.
    asi mismo .."dignidad nacional".."sentido de pertenencia" ..desconocidos totalmente por esta elite criolla corrupyta y asesina..
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