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Desde algún lugar del túnel

Eduardo Barajas Sandoval
13 de septiembre de 2022 - 05:00 a. m.

En medio de la oscuridad de un túnel no es fácil saber quién va adelante. Los contendientes de las guerras proclaman victorias como parte misma de cada batalla; así buscan mantener en alto el ánimo de su gente y de sus combatientes e impresionar a los interesados en el curso de los acontecimientos. Como la verdad es una de las primeras víctimas de todas las guerras, nadie puede prever con acierto el resultado final de ninguna de ellas, y las apuestas tempranas sobre su desenlace suelen resultar equivocadas. Pero eso no puede impedir en ningún momento el reclamo bien intencionado en favor de la paz.

Los contendientes de la guerra en Ucrania no son aquellos que figuran como contrapartes con sus cañones humeantes, y las batallas no se libran solamente bajo la forma de enfrentamientos militares. Además de ucranianos heroicos que resisten y de rusos que atacan bajo la falsa premisa de que “los neonazis” están ahí al otro lado de la frontera, existen terceras partes que ayudan abiertamente a sostener el ritmo de la guerra. La destrucción de ciudades habitadas por civiles inermes tampoco es la única forma que reviste, pues la disputa por las fuentes de energía se hace cada vez más relevante cuando se acerca el invierno.

Ucrania sola, con su armamento y su presupuesto, jamás habría podido sostener por medio año feroces combates, detener a los rusos y aún expulsarlos de ciertas áreas, si no hubiese sido por la ayuda extranjera. Ayuda que convierte a sus proveedores en parte de la guerra. Rusia lo tiene claro, y también los gobiernos occidentales que han convertido el asunto en causa que esperan sacar adelante con una victoria ucraniana, con las armas que ellos facilitan.

Lejos de los campos ucranianos, y más allá de la esfera de las estrategias militares, los precios de la energía golpean a gobiernos y pueblos de Europa por el sensible costado de las condiciones de la vida cotidiana. La tarea de conseguir gas distinto del ruso para afrontar los rigores del invierno que se aproxima se suma al esfuerzo por recuperar el terreno perdido por la pandemia, con la implicación preocupante de que cada ciudadano obligado a pagar ahora seis veces más por su cuenta de energía se convierte en oponente eventual del apoyo de su gobierno a la causa de Ucrania.

Como las guerras son procesos esencialmente mutantes, no se sabe cuándo ni cómo va a terminar la que desataron los rusos hace seis meses, ni hasta qué punto estarán dispuestos a llegar los involucrados en el conflicto. Para orientarse un poco en materia tan compleja hay que volver a mirar el conjunto del problema desde la perspectiva más amplia posible. Entonces aparecen otra vez argumentos y conductas anteriores, así como factores nuevos, que no pueden ser ignorados a la hora de pensar en el futuro.

Rusia esperó desde 2015 el cumplimiento de los acuerdos orientados a que Donetsk y Lugansk tuvieran un estatuto especial al interior de Ucrania, sin que los gobiernos de Kiev hubieran respondido favorablemente a esa pretensión, según Putin, alentados por los Estados Unidos, que a la cabeza de la OTAN, y con la neutralización de Alemania y Francia, garantes de los Acuerdos de Minsk, habrían apelado a todo tipo de prácticas para frenar cualquier aspiración de influencia rusa más acá de las fronteras de la época soviética.

Metidos ya en la aventura de la guerra, y a la hora de los encuentros para una posible negociación con Ucrania, los rusos insistieron en el reconocimiento de su anexión de Crimea, lo mismo que de la independencia de las regiones ya mencionadas, convertidas por la fuerza en “repúblicas” bajo la protección de Moscú. Peticiones todas imposibles de aceptar para el gobierno de Zelenzki, que se ha propuesto la tarea de reconquistar todos esos territorios.

A pesar de los ambivalentes resultados militares, cuyo balance es difícil de establecer, el presidente ruso sostiene hoy que Ucrania es “un enclave antirruso” y que quienes luchan bajo su mando en esa guerra deshilvanada lo hacen para defender a la madre patria. Plantea además la idea de “extirpar de Ucrania la ideología nazi” y desmontar los beneficios que los comunistas Lenin y Stalin le concedieron, para lo cual espera cerrarles el acceso a los mares y reducir su eventual existencia a las regiones central y occidental, mientras el resto debería pasar a soberanía de la Federaciónn Rusa, mediante “referendos”, seguramente realizados bajo mano armada.

A las anteriores pretensiones agrega la decisión de cerrar las llaves del suministro de energía a la Europa que decidió ahondar en las sanciones impuestas al poner un precio tope al gas de procedencia rusa, no sin advertir que su país no se ha perjudicado por el castigo impuesto hasta ahora, mientras que el desequilibrio afecta poco a poco a sus oponentes como consecuencia de los precios que afectan directamente los hogares de los consumidores. Situación de indudable valor estratégico que adquiere cada día mayor importancia ante la inminencia del cambio de las estaciones, como seguramente tanto él como sus oponentes han calculado.

Como las disputas internacionales van cambiando de objetivos y de contenido según las circunstancias, vale la pena preguntarse si Rusia estaría en capacidad de sostener una confrontación militar ampliada, sea por más tiempo o ante un grupo mayor de oponentes, si se tiene en cuenta que, hasta ahora, no ha podido siquiera doblegar a Ucrania. También es preciso preguntarse si los países que hasta ahora han intervenido de manera indirecta se podrían considerar en algún momento “obligados” a entrar de manera directa en una confrontación armada con Rusia para sacar adelante el propósito de contenerla. Todo esto sin conocer las proporciones reales del apoyo que la guerra pueda recibir en el ámbito interno en ambos campos, más difícil de establecer en Rusia que al otro lado, donde sociedades abiertas permitirán advertir las proporciones del beneplácito de una ciudadanía que difícilmente puede aceptar la austeridad, el gasto y las privaciones de su vida cotidiana, derivadas de una guerra que no ve como propia.

Sin caer en las proclamas triunfalistas de las partes, que buscan fomentar el entusiasmo de quienes se solazan al escuchar noticias y pronósticos que sean de su gusto, sería bueno que, en medio de la oscuridad del túnel, surgieran voces que reclamen la búsqueda de una paz negociada. Una demostración del valor de la diplomacia que evite este mismo año el sacrificio del bienestar y de la vida de millones de seres humanos cuyo destino no puede depender de las interpretaciones arbitrarias, los intereses y las vanidades de los políticos. Para esos efectos deberíamos reclamar, como ciudadanos del mundo, el uso de tanta herramienta institucional inutilizada, la participación de todos los que han intervenido de manera directa o velada en el conflicto de Ucrania, y el concurso de tanto premio Nobel de la Paz que anda en busca de nuevos escenarios para ratificar su compromiso con esa noble causa.

 

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