Publicidad

Dialogar con la oposición

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Eduardo Barajas Sandoval
22 de septiembre de 2020 - 03:31 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

No hay gobierno responsable que pueda cerrar el paréntesis de la pandemia y seguir campante con su programa de antes, como si nada hubiera pasado. Como si el impacto del aislamiento y el cierre de todo un país hubiera sido lo de menos para las oportunidades de subsistencia de amplios sectores sociales, las finanzas del estado, la marcha de las empresas, el ánimo de la gente, y la prosperidad general. Como si hubiera acertado absolutamente en todo y no hubiese nada qué explicar, ni qué corregir. Seguir así nomás sería avanzar sobre premisas inciertas.

La diversidad de interpretaciones de la realidad, con base en conceptos diferentes de los asuntos públicos, contribuye al desarrollo y la consolidación de la democracia. Haber ganado las elecciones no implica la adjudicación excluyente de la orientación del estado, y la derrota no implica el ostracismo, el silencio obligatorio, y tampoco la interferencia a toda costa hacia la gestión del gobierno. No solamente quienes hayan obtenido el favor popular para ejercer el gobierno tienen responsabilidades, sino que las hay para todos los protagonistas de la vida pública.

En Colombia echó raíces desde el siglo antepasado, y se convirtió en marca de nuestra historia, la tradición de que los gobiernos se encerraban a gobernar desde Bogotá, mientras los derrotados, que se consideraban desdichados mientras no fueran propietarios de pedazos de gobierno, se dedicaban a confabular para ver cómo obtenían una revancha. Así llegaron en muchos casos a convertir campesinos en soldados de ejércitos supuestamente animados de un fervor que no era otro que el de algún caudillo interesado en tomar por la fuerza el relevo.

Es posible que el Frente Nacional, venerado por muchos por haber traído elementos de concordia que permitieron cerrar un periodo de luchas partidistas basadas en el ejercicio armado de la oposición, haya cerrado las puertas al progreso hacia una nueva cultura de coexistencia creativa, desde posiciones diferentes. Lo que sí es cierto es que en su momento entronizó el reparto de la burocracia y neutralizó la libre competencia política, como precio de la paz.

El presidente Virgilio Barco rompió la tradición de reparto del poder entre los partidos tradicionales y planteó el llamado “esquema gobierno-oposición”, que causó espanto entre los adictos a la teoría de que nadie podía quedar por fuera del gobierno. Interpretación peregrina y oportunista de la democracia que solamente contribuía a debilitarla. Afortunadamente la Constitución de 1991 abrió, así hubiese sido tímidamente, el espacio institucional para el ejercicio protegido de la oposición, dentro el sistema, que tardó casi cuatro décadas en formar parte del paisaje político, a raíz de los acuerdos de paz de hace cuatro años.

Elemento esencial de la democracia, la oposición debe representar la expresión permanente y renovada de una visión alternativa a la de quien está en el poder, a su proyecto político y a sus acciones en la conducción del aparato del gobierno. Los escenarios para su ejercicio son muy variados. Por supuesto que los foros de las corporaciones públicas son los más propicios, pero también se puede ejercer, de manera constructiva, cuándo y donde quiera que exista algo qué aportar al bien de la sociedad.

En el seno de cada democracia debe existir un diálogo abierto y permanente entre gobierno y oposición, con la mirada puesta en la responsabilidad común de ejercer un liderazgo colectivo. Todo gobierno será pasajero. Gobernar no puede consistir en hacer, de manera exclusiva, aquello que la inspiración o los intereses propios o de un grupo consideren conveniente o necesario. Siempre será útil escuchar otras voces, conocer visiones diferentes, sobre la base de denominadores comunes, que no pueden ser otra cosa que esos acuerdos sobre asuntos fundamentales que deberían estar a la base de la acción del estado a lo largo de los grandes procesos históricos, como el de la reconstrucción post pandemia y el cumplimiento de propósitos nacionales ya establecidos.

Hacer oposición política es una forma de ejercicio de derechos y consolidación de libertades. Por supuesto que no se trata de oponerse a todo de manera intransigente, quejarse por nimiedades ni llamar al desconocimiento de lo que hagan los gobiernos, cuando a alguien no le guste. En su ejercicio hay una especie de ética del respeto por las instituciones y por las reglas de juego del Estado de Derecho. Precisamente su ejercicio leal hacia valores y principios comunes marca una diferencia sustancial con las tiranías y las pseudo democracias.

Al gobierno y la oposición les caben responsabilidades diferentes en cuanto a la gestión de los asuntos públicos, pero similares en cuanto al compromiso con el bien colectivo, con el desarrollo institucional, y con el manejo de grandes problemas. En toda circunstancia, el funcionamiento de un sistema democrático requiere de un diálogo entre el gobierno y la oposición. A la salud de la democracia colombiana le convendría que, justo ahora, el gobierno y la oposición entablaran un diálogo sereno y fluido sobre los problemas y el destino de la nación.

Dialogar con la oposición no significa abandonar, ni vender, el proyecto político de un gobierno. Más bien significa un acto de responsabilidad. De compromiso histórico con el sistema democrático. Los encuentros de gobierno y oposición no deben ser entendidos, ni desde dentro ni desde fuera, como actos de rendición, de confabulación, de acuerdos oscuros, de alianzas indebidas. Una nación anhelante, exhausta a la salida del túnel del aislamiento y el encierro, deseosa de reparar, entre otros, los daños de la pandemia, espera del conjunto de su liderazgo un ejemplo de concordia y reconciliación que debe trascender a todos los escenarios de la vida nacional.

El gobierno nacional debería señalar el ejemplo y establecer la costumbre de reunirse, uno por uno, con los jefes de la oposición, y con los representantes de las principales fuerzas políticas, para conocer sus puntos de vista sobre la coyuntura que vivimos y sobre el futuro que nos espera. La nación interpretaría las imágenes de esos encuentros como símbolo de reconciliación y de civilización política. Si a partir de ellos fuese posible conseguir acuerdos que contribuyan a la reconstrucción de bienes y espíritus afectados por una conjunción de fenómenos preocupantes y ostensibles, y enderezar el rumbo de grandes propósitos nacionales, podríamos estar orgullosos de un liderazgo que en lugar de permanecer en el Siglo XIX, se proyecte en forma democrática hacia el Siglo XXI.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Javier(17568)22 de septiembre de 2020 - 05:04 p. m.
EXCELENTE, PRECISAY CONTUNDENTE COLUMNA..,No. obstante Cocientes de que estamos en tiempos de: La KGB,La Gestapo, El III Reich, o sea en,!LaCosaNostraColombiana!,de, “MATARIFE, él Genocida Innombrable", toca, ESPERAR, no salgan los: Tontos de Capirote, Mal Pagos Operarios de la ,"BODEGUITAFURIBESTIA",a Insultar, y tergiversar la OPINIÓN y, COMENTARIOS!!!, cierto Señores de este DEMOCRÁTICO FORO?
Atenas(06773)22 de septiembre de 2020 - 02:50 p. m.
Fue lo q' intentó hacer en medio del desastre legado el actual gobierno. Tan putrefacta herencia con séquito de largartos esperando más mermelada poco o nada propició y ahi fue Troya; y de contera, lo ominoso del indigno acuerdo guerrillero, torció cualquier intento, y sólo lo sería, y así lo dejan entrever, si el presidente DUQUE depone sus banderas cual continuidad de Santos. ¡Ni riesgos!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.