Desde el 24 de noviembre de 2022 Anwar Ibrahim es el nuevo primer ministro de Malasia. Noticia desapercibida en estas lejanías, donde la ciudadanía interesada en las cosas públicas observa las declaraciones entrecruzadas de recién llegados al ejercicio del poder, que cursan las asignaturas de su estreno como gobernantes, y las proclamas de voceros espontáneos, sueltos de palabra y solícitos en la exigencia de una retaliación permanente que sería la negación misma del buen gobierno porque se apartaría de la responsabilidad de gobernar para todos.
Dato Seri Anwar bin Ibrahim tiene ahora setenta y cinco años, pero en 1993 era ya viceprimer ministro del gobierno de Mahathir Mohamad. Este último era su padrino político y figura legendaria que a los 93 años volvió a ser jefe del gobierno entre 2018 y 2020 y se mantiene vigente en la vida política del país, con lucidez ostensible.
La vida política de la Federación de Malasia ha estado a lo largo de los últimos cuarenta años marcada por la presencia, o la ausencia, de Mahathir y de Anwar, pero además por sus alianzas, sus rupturas y sus reencuentros. Imperfección de cierre de compuertas para la renovación, se puede observar. Pero al tiempo acumulación de experiencia al servicio de un Estado en cuya conducción también se requiere apelar a los conocedores del país y del oficio, se puede responder.
Mahathir fue el primero en irrumpir en la escena política, desde cuando abandonó su destino como médico para vincularse en 1946 a la Organización Nacional de Malayos Unidos, que proclamaba el nacionalismo malayo, la defensa de la cultura propia y la expansión del islam, además de la independencia del dominio británico. En 1976 era viceprimer ministro y llegó a la jefatura del gobierno para quedarse allí desde 1981 hasta 2003, habiendo sido el protagonista de transformaciones que cambiaron el destino del país para las siguientes décadas.
El despido fulminante de su viceprimer ministro Anwar Ibrahim, en 1998, fue la sorpresa más grande para la época del cambio de milenio. Todos lo consideraban el más seguro sucesor de Mahathir, no solo por su cercanía personal, sino por haber sido artífice de medidas exitosas para superar la crisis financiera asiática del fin de siglo.
El argumento formal del despido, que fue seguido de su arresto, juicio y prisión, resultó ser escandaloso en un país confesionalmente musulmán: se le acusó de “sodomía homosexual” y de haber usado supuestamente su influencia para coaccionar a quienes habían tenido con él relaciones de esa índole. Anwar, con el apoyo de su esposa, negó siempre los cargos y los atribuyó a la envidia típica de la que pueden ser objeto figuras en ascenso dentro de la comparsa de la política.
Al salir de prisión, Anwar se convirtió en jefe de la oposición a los siguientes gobiernos, y superó tanto la prohibición temporal de participar en política como un nuevo encarcelamiento por el mismo motivo del primero, mediante el expediente de ubicar a su esposa en la curul que a él correspondería, habiendo sostenido siempre que las acusaciones en su contra eran políticamente motivadas.
Años más tarde, y en el momento menos esperado, Mahathir resolvió sumarse a la oposición inspirada por Anwar y los dos viejos amigos, y después enemigos, se aliaron de nuevo en un “Pacto de la Esperanza” que pudo derrotar al gobierno de Najib Razak, quien alguna vez también fue ministro de Mahathir, pero ahora tuvo que dejar el poder, involucrado en escándalos financieros, con lo cual se abrió el camino para el retorno de Mahathir al poder, que ejerció desde mayo de 2018 hasta febrero de 2020.
Después de dos años de crisis bajo gobiernos de corte antiguo y corta duración, se hizo efectivo un “perdón real” para Anwar Ibrahim, con el beneplácito de Mahathir, y en recientes elecciones parlamentarias recibió un claro mandato popular que le ha llevado al sitio que esperaba ocupar a comienzos del Siglo XXI. El Pacto de la Esperanza, con el apoyo de su antiguo jefe, luego acusador y aliado postrero, ha vuelto al poder. Los dos personajes aliados otra vez en el escenario.
Anwar no llega a gobernar solamente con sus credenciales de ministro estrella de hace más de veinte años, ni con la historia de sus caídas en desgracia, su evidente popularidad, y el apoyo incondicional de su esposa. Human Rights Watch y la Comisión Internacional de Juristas no vacilaron en estimar que el gobierno se había inmiscuido en los asuntos judiciales y que al menos las últimas decisiones en su contra tuvieron clara motivación política.
Aparte del ejercicio de la oposición, rigurosa escuela de aprendizaje, antes de ser vice primer ministro ocupó los ministerios de cultura, de agricultura, de educación y de finanzas. En sus años universitarios había sido presidente de la Unión Nacional de Estudiantes Musulmanes de Malasia y de la Sociedad de Lengua Malaya de su universidad. Fue representante de Asia Pacífico en la Asamblea Mundial de la Juventud Musulmana, ayudó a fundar el Instituto internacional de Pensamiento Islámico de los Estados Unidos, fue profesor de St. Antony’s College en Oxford, Johns Hopkins y Georgetown en Washington, presidente honorario de la organización AccountAbility de Londres y presidente de la Foundation for the Future, en la capital norteamericana.
Nadie puede garantizar que la nueva alianza de Mahathir y Anwar vaya a ser perdurable, porque la temporalidad es una de las lecciones que los políticos veteranos aprenden temprano y tienen ocasión de repasar a lo largo de su vida.
Cada país maneja una cuota determinada de inverosimilitud en el funcionamiento del juego del poder. En unas partes se hace presente la perdurabilidad de figuras que por decenios ocupan espacios esenciales, sea o no desde la jefatura de los gobiernos. En otras se critica, o se falla, por inexperiencia o falta de formación o entrenamiento en el ejercicio del gobierno o de la oposición. En casi todas la corrupción no falta, como tampoco la existencia de fronteras borrosas entre la justicia y los intereses políticos.
La democracia es invocada en diferentes sentidos como denominación o argumento a veces abusado y otras desgastado, pero siempre valioso e irremplazable como ideal, así no existan coincidencias sobre la realidad de su contenido a la hora de la práctica dentro de uno u otro pretendido estado de derecho.
En unas partes eligen gobernantes bajo el embrujo del mito de la juventud como promotora de cosas nuevas, al tiempo que se desconoce la experiencia de algunos por la sencilla razón de que la gente acumula a lo largo de su trayectoria luces y sombras. En otras se valora la combinación del conocimiento y la experiencia y se elige a veteranos de la vida política, cuyas virtudes y defectos ya se conocen.
El problema es que, en regímenes de libertad de participación política, se mantiene vivo y a veces tiende a crecer el fantasma del desinterés de la verdadera mayoría de los ciudadanos por los asuntos públicos. En los motivos de ese desconocimiento y en el hallazgo de los argumentos y medios para revertir la tendencia a no participar en la vida política, radica la gran incógnita sobre el futuro de la democracia, tal como la conocemos.