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Divorcio a la australiana

Eduardo Barajas Sandoval
21 de septiembre de 2021 - 02:59 a. m.

Cada vez parece más claro que China es la nueva obsesión de los Estados Unidos. El problema es que esas obsesiones desatan procesos que, por lo general, no terminan bien. Por eso la idea de debilitar el pacto atlántico para fortalecer acuerdos en el Pacífico, con la novedad de “reclutar” a Australia y convertirla en abanderada de la contención de China en las aguas calientes del “Indo-Pacífico”, es una aventura de destino incierto.

El discurso de Scott Morrison, desde una pantalla en la Casa Blanca, con Boris Johnson del otro lado, presidente Biden de por medio, con motivo de la constitución de una nueva alianza tripartita para la seguridad en los mares de Asia y Oceanía, deja atrás la idea de esa Australia tranquila y aislada, con sus animales raros y sin enredos internacionales que pudieran preocupar a ciudadanos que ahora pasan a ser soldados de una alianza de aquellas que acostumbran a liderar los estrategas norteamericanos.

El anuncio de ese pacto no solamente llama la atención por los desenlaces de sus objetivos, sino porque ha afectado severamente lazos tradicionales de los tres signatarios con sus aliados europeos, en especial con Francia. La inverosímil decisión australiana de anular un contrato, ya firmado y en desarrollo, con una de las más antiguas empresas francesas para la provisión de doce submarinos, y el anuncio, sin rubores, de su reemplazo por otros, de fabricación americana, movidos por energía nuclear, ha producido justa indignación en Francia, golpeada por la pérdida del “negocio del siglo”, y por “la traición del siglo”.

Por su parte, la OTAN y la Unión Europea han sentido en carne propia aquello de que los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses. Y no es para menos, al no haber sido informadas, advertidas o consultadas sobre la nueva alianza. Como si el modelo despectivo de Trump hacia ellas continuara vigente. Actitud coronada por la preferencia explícita hacia la Gran Bretaña, que con Boris Johnson se solaza en participar en todo festival que la separe de Europa.

Como si Francia fuera una república de esas que lo mismo quedan contentas si los Estados Unidos las tratan o las maltratan, Biden trató de darle una palmadita en la espalda al afirmar que “trabajará estrechamente con Francia”, como “aliado clave”. Afirmación torpe y vacía que ignora la tradición Gaullista, el orgullo republicano, el pensamiento, la experiencia y las ambiciones de talla mundial de los franceses. Johnson, por su parte, dijo que el pacto “no busca oponerse a ninguna otra potencia, sino que refleja simplemente nuestras relaciones estrechas con los Estados Unidos y Australia”. Comentario inocuo, típico de los que piensan que se puede decir cualquier cosa porque los demás no entienden nada.

A quienes estén acostumbrados a una lectura atlántica de las relaciones internacionales les puede sorprender que los Estados Unidos privilegien ahora al Pacífico, donde en realidad tienen larga tradición de alianzas e intereses, y donde libran ya con China una confrontación de múltiples caras. Asunto del que se ocupó la vicepresidente Harris en su reciente gira asiática, continental y marítima, que para muchos pasó desapercibida.

Al faltarles al respeto a sus “aliados” tradicionales, Biden demuestra que está equivocado en la lectura de su propio slogan de “América está de regreso”. Con lo cual puede terminar cosechando dificultades y malquerencias, pues amigos, contradictores y escépticos, se van a preguntar sobre las proporciones de la confianza y la respetabilidad que el nuevo mandatario merece.

El bloque de los Estados Unidos, el Reino Unido y una Australia “igualada”, no deja de evocar y plantear interrogantes, por ejemplo en Francia, sobre la idea de una resurrección imperial de países de habla inglesa, a pesar de la rudeza de Biden hacia Johnson con motivo de la evacuación de Kabul. Idea que obliga a Europa a pensar una vez más en su propia defensa, en sus alianzas, y en su visión de las relaciones con todos los poderes que ejercen influencia en diferentes campos en el mundo de hoy, comenzando por China.

El fortalecimiento de la capacidad submarina de Australia, con naves que no tienen que parar en estaciones de combustible, marca un precedente imitable por otros, que aumentaría el desorden armamentista en detrimento de la paz del mundo. También agita, por interpuesta persona, la confrontación multicolor en una región donde los países no se quieren ver forzados a escoger entre Occidente y China.

Para Pekín, el refuerzo de Australia “afecta gravemente la paz y la estabilidad regionales, intensifica una carrera armamentista y compromete los esfuerzos internacionales de no proliferación nuclear”. Ahí está dicho todo. Pero claro, los dichos van acompañados de hechos, de previsiones, de medidas, de reajustes estratégicos, de preparación militar, y de discurso para manejar el futuro de la controversia planteada, tanto al interior del país como hacia afuera.

Sin perjuicio del ritmo de los desarrollos en aguas asiáticas, hay definiciones que no pueden esperar. La más difícil corresponde al presidente Macron, camino hacia su reelección, con un frente interno complejo, pues debe decidir un curso de acción que evite la puesta de su país en el congelador, como potencia de segundo orden, a la que sus “aliados históricos” pueden ignorar y a la que se le puede tirar la puerta en la cara sin que nada pase.

Por otra parte, existen interrogantes fundamentales sobre la continuidad y la solidez de la alianza atlántica y la forma como Francia, que asume próximamente la presidencia de la Unión Europea, va a liderar la política exterior de un grupo muy significativo de países desairados en este lance por los Estados Unidos en momentos en que la figura de Angela Merkel desaparece del escenario. Vaya uno a saber si Macron, aupado por la historia, termine por reivindicar el “espíritu gaullista” y decida plantear el retiro de Francia de la alianza atlántica, a la que ya en ocasiones ha considerado debilitada, mientras plantea el fortalecimiento de Europa, por su cuenta.

El comportamiento reciente de los Estados Unidos hacia Europa, primero con Trump y ahora con Biden, deja ya fisuras en esa alianza, para dicha de los rusos y demás interesados en el fracaso de un equipo cuya prestancia se había basado hasta ahora en el trípode político y militar representado en la presencia y el compromiso de los Estados Unidos, Francia y la Gran Bretaña.

En todo caso, a los aliados que ahora andan en crisis les asiste en común la necesidad de manejar adecuadamente las relaciones con China. Vuelve y juega, ahí está, en todos los tableros, el esbozo de uno de los grandes dilemas por aclarar en las próximas décadas del Siglo XXI. Con un detalle adicional: el grupo occidental en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está más desunido que nunca.

 

Atenas(06773)21 de septiembre de 2021 - 02:51 p. m.
Muy interesante ilustración de cómo se mueven las más poderosas fichas del ajedrez mundial, con partidas en las q’, disponer de gambitos, es lo acostumbrado.
  • George(98053)21 de septiembre de 2021 - 05:35 p. m.
    ...y sacrificar peones.
Win(76151)21 de septiembre de 2021 - 04:29 p. m.
Excelente su análisis. Muchas gracias.
German(51480)21 de septiembre de 2021 - 01:56 p. m.
Gracias don Eduardo por esta descripción sucinta del contexto geopolítico internacional, es inquietante, porque, en dicho contexto, los demás países somos como los restos de una piñata en una fiesta infantil. Parecería que ante un poder tan abrumador estuviéramos destinados a ser siervos o parias.
George(98053)21 de septiembre de 2021 - 10:32 a. m.
USA sabe que a los gobernantes lacayos y arrodillados como un Macron o Duque se les puede patear el culo que seguiran sumisos y complacientes, son gobernantes sin dignidad.
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