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Dos gatos jugando a tigres

Eduardo Barajas Sandoval

16 de agosto de 2021 - 09:59 p. m.

Hace pocos días la embajada rusa en Irán publicó en su cuenta de Twitter una fotografía en la que aparece Levan Dzhagaryan, jefe de esa misión, sentado con pose trascendental en la silla usada hace 78 años por José Stalin, en el mismo corredor externo del edificio. Silla vacía de por medio se ve a Simon Shercliff, recién llegado embajador británico, obviamente imitando a Winston Churchill, quien ocupó ese lugar en la fotografía oficial de la Conferencia de Teherán, cuando en 1943 se decidió abrir un nuevo frente de guerra contra Alemania por el lado occidental. La silla desocupada correspondería a la que en su momento ocupó Franklin Delano Roosevelt.

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Como a nadie le quedó duda del efecto simbólico del mensaje, las reacciones no se hicieron esperar. El refinado profesor Mohammad Javad Zarif, canciller de la República Islámica, consideró “extremadamente inapropiada” la fotografía, y advirtió que el destino de su pueblo, incluyendo el presente momento de discusión sobre el Plan Comprensivo de Acción Conjunto sobre desarrollo nuclear iraní, nunca puede estar sometido a decisiones de embajadas ni poderes externos.

El “speaker” del parlamento, Mohammad Bager Qalibaf, exigió que los embajadores se disculparan formalmente por su “acción inapropiada”, so pena de que fueran objeto de una “respuesta diplomática decisiva”. Hossein Amir Abdollahian, designado ministro de relaciones exteriores del recién elegido presidente Ebrahim Raisi, pidió la corrección inmediata de ese error, que a su entender muestra no solamente desacato de la etiqueta diplomática sino desconocimiento del orgullo del sensible pueblo iraní. Profesores universitarios y medios de comunicación se sumaron al coro, al punto que no faltó quien dijera que “La conferencia de Teherán fue una violación de la soberanía iraní y un símbolo de los crímenes históricos cometidos por Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido contra los iraníes”.

Semejante aspaviento tiene justificación más que suficiente, pues la Conferencia de Teherán se desarrolló cuando Irán se encontraba bajo la ocupación oportunista y arbitraria de una alianza precisamente entre la Gran Bretaña y la Unión Soviética, con la bendición americana, para controlar los pozos de petróleo del país, como movimiento de alto valor estratégico, por encima de la neutralidad iraní, y de la soberanía y el orgullo nacional del país ocupado, que en realidad les importaban muy poco. Esto quiere decir que Stalin y Churchill recibieron allí, en el territorio que habían tomado por la fuerza, a otro socio imperialista de primer orden, de manera que a los ojos iraníes el espectáculo era el de unos ocupantes indeseables celebrando un festín de poder.

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En Irán tienen claro que ese episodio de 1943 fue apenas uno más en el curso de unas relaciones llenas de incidentes entre Irán y las dos potencias representadas hoy en Teherán por los insignificantes personajes que, seguramente con motivo de la visita de cortesía que acostumbran hacer a sus colegas los embajadores recién llegados a un nuevo destino, decidieron ocupar las sillas de líderes trascendentales de la historia contemporánea, y hacerse fotografiar.

La dinastía de los Pahlavi, derrocada por la revolución que condujo a la fundación de la República Islámica, surgió cuando Reza Shah Pahlavi, astuto oficial de la Brigada Cosaca, copia iraní del modelo imperial ruso de los cosacos del Cáucaso, ascendió con el apoyo del general británico William Edmund Ironside, hasta convertirse en el hombre fuerte de Irán y protagonizar no solamente el derrocamiento del último Sah de la anterior dinastía, sino coronarse a sí mismo y quedarse con el poder.

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Obligados por la cercanía geográfica y el mandato de necesidades económicas, flujos migratorios, intercambio cultural y aspiraciones estratégicas, Rusia e Irán han mantenido desde hace cinco siglos una relación política y diplomática llena de altibajos y turbulencias. Para mencionar solo un ejemplo, los rusos intervinieron de tal manera que inclusive buscaron propiciar el establecimiento de una “República Socialista Soviética de Persia”, proyecto que tuvieron que abandonar en favor de la unidad iraní, aunque no dejaron de tener el ojo puesto encima, al punto de aliarse con los británicos para desatar la invasión ya mencionada, mirando siempre a Irán con ojos imperiales.

Pero los británicos, que residen a cuatro mil quinientos kilómetros de distancia, también han estado metidos ahí. Irán recuerda que la primera acometida de explotación de los recursos petroleros del país estuvo protagonizada por la Anglo-Persian Oil Company, posteriormente Anglo Iranian y luego British Petroleum, fundada en 1908 con motivo del descubrimiento de un rico pozo en Masjed Soleiman, de la cual el gobierno británico adquirió cuidadosamente el 51% en 1914, just in case. Empresa expropiada a mediaos del siglo pasado por Mohammad Mosaddegh, primer ministro reformista que pagó con su vida por ese “atrevimiento”, en un golpe que recibió impulso de la CIA, según documentos recientemente desclasificados.

También recuerdan los iraníes que Winston Churchill, desde mucho antes de la reunión con Stalin y Roosevelt, y de la dulce relación de conveniencia con los soviéticos en los afanes de la Segunda Guerra Mundial, siendo Primer Lord del Almirantazgo estuvo pendiente de asegurar el control de los recursos petroleros de Irán para ayudar a mantener a flote los motores que propulsaban su Royal Navy. Manejo de corte imperial cuyo éxito estuvo garantizado por la ingenua impotencia de la dinastía Pahlavi, que se mantuvo en el poder con el apoyo occidental hasta que el Ayatola Jomeini la derrocó.

Ahí está pues, parte de toda una saga de relaciones intensas y tormentosas entre Irán, Rusia y la Gran Bretaña. Proceso lleno de incidentes desfavorables al sensitivo pueblo iraní, motivo por el cual los mínimos gestos de las partes no se pueden sustraer de ese complicado pasado que les vincula y que al tiempo ha sembrado resentimientos y sensibilidades que es preciso tener en cuenta, máxime por parte de los encargados de llevar el día a día de las relaciones con Irán.

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El Ministerio de Relaciones Exteriores convocó, como debe ser, a los dos opacos personajes, protagonistas de la fotografía en la que aparecen, sin mérito alguno, con ese airecito imperial que produce risa pero tiene significado entendiblemente ofensivo a la luz de todo un proceso histórico que ellos no pueden ignorar. Vinieron por supuesto las explicaciones y las excusas, pero quedó marcado el punto de exigencia de respeto hacia el país en el cual los embajadores han de desarrollar su tarea, siempre temporal, en términos de cuidadosa discreción.

Aquí, donde con alguna frecuencia uno que otro embajador de países que han protagonizado hechos y procesos vergüenza de la humanidad se entromete impunemente en nuestros asuntos sin que nadie proteste, se debería tomar atenta nota de la forma como las cancillerías y diferentes sectores de la sociedad han de velar por el respeto impecable, y la discreción absoluta, que los representantes diplomáticos de países extranjeros deben observar en el país en donde desempeñen su misión.

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