La noticia de que el hombre más rico del mundo ha adquirido la red sin fronteras a través de la cual “trinan” como pájaros de pocas palabras desde magnates hasta personas ficticias, pasando por jefes de estado y millones de seres en busca de notoriedad, o de anonimato, abre más interrogantes que los que puede responder.
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“El pájaro es liberado”, trino victorioso de Elon Musk para anunciar la compra de Twitter, plantea una cuestión enorme porque él mismo será quien controla a su acomodo y conveniencia el flujo de la algarabía portadora de verdades, falsedades, ilusiones, provocaciones y desahogos que se cruzan simultáneamente a través de trinos procedentes de todos los rincones del planeta.
Contra el avance del pensamiento elaborado, en cualquier dominio, ya ha producido severo impacto el hecho de que las reflexiones, declaraciones, manifiestos, argumentos y discursos de otras épocas, hayan resultado reemplazados por brevísimos mensajes no siempre afortunados ni acordes con esa lógica elemental que ha contribuido al desarrollo y la expresión refinada, completa y compleja de ideas que puede nutrir diferentes culturas.
Aunque sobreviven medios tradicionales de pensamiento elaborado, la tribuna de los trinos favorece la ley del menor esfuerzo, que facilita el uso de argumentos incompletos, la evasión de explicaciones debidas, cuando no la expresión de verdades a medias, para terminar con discusiones inconclusas, atajos y abandono de la responsabilidad de expresarse y responder a cuestiones fundamentales en textos más comprensivos.
Elon Musk considera que la plataforma no ha estado al nivel de su potencial en favor de la libertad de expresión, aunque al tiempo, como usuario, ha bloqueado a contradictores y ha hecho afirmaciones con talante provocador o de pontífice que ahora, en su condición de dueño, deberá evitar. Sus seguidores vieron cómo declaró, así no más, que los niños eran inmunes al Covid 19, calificó de Hitler al primer ministro liberal canadiense por su manejo de una huelga de camioneros, protagonizó burlas a la comunidad LGTB, mintió al decir que Tesla había quebrado, y se entrometió en asuntos de política internacional al proponer que Crimea sea entregada formalmente a Rusia.
Esas y otras afirmaciones y actos protagonizados por Musk suscitan incertidumbre por la forma como una sola persona vaya a asumir la responsabilidad de controlar semejante factor de poder, en abierta competencia con otras redes sociales, medios y magnates que andan lo mismo de sueltos, así como con estados, corporaciones, y grupos religiosos, civiles y políticos. De ahí que exista preocupación por los efectos del papel que Twitter pueda jugar hacia el futuro en procesos políticos y movimientos de opinión.
Más importante resulta todavía el hecho de que el magnate, genial, libertario, autista de alto rendimiento y asombrosa capacidad de trabajo, iniciativa y convicción, tiene intereses y propósitos que van mucho más allá de la compra de Twitter y la acumulación de riqueza, ya suficientemente relevantes dentro de la distribución del poder en el mundo contemporáneo, cada vez con menos fronteras, en búsqueda de nuevas libertades y de una democracia renovada, capaz de satisfacer requerimientos novedosos y complejos de la vida cotidiana.
Además de su protagonismo terrenal en la producción de automóviles eléctricos, robots, elementos de inteligencia artificial y aventuras experimentales como implantes cerebrales, el papel personal de Musk en la conquista espacial del Siglo XXI es apenas equiparable al de los estados más desarrollados, poderosos tecnológica y económicamente, audaces y protagónicos en el empeño de ir mucho más allá de las conquistas del Siglo XX. Posee ya una red privada de internet satelital con pretensiones de alcance global, que pondría al servicio de quien quisiera, como lo ha hecho hasta ahora con la resistencia ucraniana, y va tomando decisiones de talla universal en los campos que le interesen.
La cadena admirable de éxitos de Elon Musk está orientada, según él mismo, hacia algo mucho más grande. El control de Twitter, afirma, no tiene por objeto ganar dinero sino “servirle a la humanidad” y convertirse en “acelerador” del proyecto de fondo, que es el de crear la “Aplicación X”, que no sería otra cosa que el gran emporio, plaza de mercado en sentido literal, donde puedan circular todo tipo de comunicaciones, transacciones y relaciones, en un solo espacio, dentro de una misma lógica y bajo lenguaje y valores comunes. Todo esto supuestamente al servicio del género humano, que de paso quedaría en gran medida bajo control el control del dueño de la aplicación. Una idea intrigante, amenazante, presente y futurista, de la cual Musk no es el único apóstol, que con las mejores intenciones borraría conquistas resultantes de la lucha por libertades entrelazadas con valores democráticos que bien vale la pena preservar.
Aunque Jennifer Grygiel ha advertido que Musk compró Twitter pero no ha comprado a la gente, y si bien es posible que el negocio se desinfle por alguno de sus complejos dominios, lo cierto es que el avance de este millonario, los propósitos que anuncia, su audacia e ingenio mezclados con su arrogancia tranquila y el exceso de confianza en su talento y en su instinto, le asimilan a los dictadores, a quienes nadie eligió pero tienen fuerza, y cauda, y constituyen un reto y rompecabezas para la práctica democrática de la representación popular en el ejercicio de poder.
No cabe duda de que, dentro de las grandes discusiones que es obligatorio sostener en esta hora de mutaciones trascendentales para la humanidad, en medio de amenazas comunes como el cambio climático, el deterioro ambiental y el descontento ciudadano ante la insuficiencia de los sistemas políticos para manejar la lógica implacable de un sistema económico que perece un monstruo indomable, hay que incluir el papel de personalidades que, por su propia cuenta, juegan ya en el tablero de las grandes definiciones, donde no solamente figuran por su riqueza sino por las herramientas que dominan, con impacto en muchos casos superior al de los estados, cuyas fronteras para ellos no existen.
Vamos a tener que aceptar la coexistencia de actores clásicos y nuevos y de tribus diferentes, agrupadas por intereses y por afinidades explicables en un mundo integrado como nunca por distintas motivaciones. Los estados, como organizaciones políticas, y las universidades como generadoras de ideas que ayuden a dar forma a un nuevo mundo, tienen obligación de promover un diálogo universal sobre la forma como han de convivir tantos factores y actores sin exclusividad en el protagonismo. Un mundo que debe funcionar conforme a parámetros que no sean fetiches normativos sino muestra de la capacidad de la especie humana para aprovechar los valiosos avances de su convivencia, a sabiendas de que aún la misma selva obedece a un orden sabio, fruto de experiencias reiteradas y de controles y equilibrios que sirven de fundamento a su funcionamiento armónico.
La responsabilidad internacional de los estados, de las corporaciones, y de los billonarios, deben entrar en el juego de nuevas definiciones del mundo del Siglo XXI. Sin perjuicio de que haya partidos y movimientos ciudadanos sin fronteras, en torno a causas comunes, en lugar de plegarse a caciques de talla mundial. Entretanto, el pájaro cuya libertad acaban de proclamar, tiene dueño conocido.