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El mundo encriptado de los halcones

Eduardo Barajas Sandoval

07 de junio de 2021 - 10:00 p. m.

En los lugares, circunstancias y momentos más insospechados, siempre hay un oído o un ojo que se entera de las cosas, para guardar la información como valor apreciable. Es una de las facetas más antiguas del control social y de las relaciones internacionales, y seguirá presente con medios cada vez más ingeniosos. Un mundo de escuchas y miradas capaces de advertir e interpretar voces, hechos y detalles, en su posible significación política. Una comunidad de epopeyas y héroes ocultos, sin ausencia de traidores, que inspira decisiones aparentemente inexplicables. Así ha sido siempre y no hay motivos para pensar que eso vaya a cambiar y mucho menos a desaparecer, pues siempre existirá, por una u otra razón, la necesidad de alerta permanente respecto de los planes de otros. Es más: en esa lógica, el que se quede atrás saldrá siempre perdiendo.

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La información según la cual una agencia de los Estados Unidos intervino las comunicaciones de la canciller de Alemania, y de altos funcionarios del gobierno de ese país, además de otros de Francia, Noruega y Suecia, se vino a sumar a una secuencia interminable de intervenciones aparentemente insospechadas de los organismos de inteligencia, aún en los patios de los estados amigos. Acciones que, en este caso, no se llevaron a cabo en la era Trump, sino en la era Obama, con su vicepresidente Biden, y para las cuales los americanos habrían obtenido el apoyo de Dinamarca. Prueba irrefutable de que, en esas materias, no hay amigos ni enemigos para siempre, y cada cual hace lo que puede, si no puede hacer lo que quiere, con el ánimo esencial de defender sus intereses y de recoger, para usarla en su momento, toda información que le pueda ser útil.

A manera de rechazo ritual, por el hecho de que algunos países traten a sus aliados como si fueran enemigos, la señora Merkel dijo en su momento, no se sabe con qué dosis de ingenuidad, o asomo de hipocresía, que “espiar entre amigos es inaceptable”. Todo para que más tarde investigaciones a uno y otro lado del Atlántico llegaran a concluir que aún en los estados que pretenden exhibir las mejores credenciales democráticas y de transparencia en todas sus actuaciones, el oficio de la inteligencia no conoce límites. Como es precisamente el caso de Alemania, cuyo servicio secreto habría desarrollado acciones de espionaje en contra de amigos, como Francia y Austria, inclusive en algún momento se supone que en alianza con los estadounidenses.

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Ya Edward Snowden, el renegado operario americano, ahora bajo la protección de Rusia, resolvió poner al descubierto, desde 2013, acciones de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, para la cual trabajaba como consultor, con el argumento de que se violaban principios en los que él creía. Entonces permitió que se conociera tal cantidad de información reservada que se abrió como “caja de Pandora” con datos sobre las proporciones y alcances inverosímiles de las actividades de inteligencia que, para entonces, se desarrollaban por parte de la mencionada agencia en los escenarios más insospechados.

La Guerra Fría había sido, antes que muchas otras cosas, un festival de “inteligencia”. Una danza permanente de agentes dedicados a defender los intereses de sus respectivos estados, a coleccionar e intercambiar información, a realizar montajes de verdades aparentes para engañar a sus contrapartes, a construir interpretaciones de las cosas que formaban un mundo aparte, movido por dinámicas propias, en ocasiones independientes de los gobiernos.

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En Berlín fue famoso un centro de observación de los Estados Unidos, construido sobre una montaña de ruinas de la guerra, Teufelsberg, que formaba parte del gran proyecto Echelon, destinado a coleccionar inteligencia y monitorear las comunicaciones diplomáticas y militares de la Unión Soviética y sus aliados. Curiosamente, y para demostración de la índole del oficio y la complejidad de las cosas, aunque el centro se encontraba en territorio bajo control británico, la desconfianza era tal entre amigos tan cercanos, que cada uno operaba por su lado.

A estas alturas de la historia han quedado bien atrás las épocas en las que los gobernantes realizaban sus reuniones estratégicas, recibían embajadores o celebraban acuerdos de importancia en salones rodeados de caídas de agua diseñadas para que, con un suave susurro, impidieran escuchar o entender lo que estuvieran hablando. Sabían muy bien que alguien podía estar interesado en conocer sus decisiones o sus pactos, pues ellos mismos, por su lado, hacían lo propio en otras partes.

Así que hoy agencias especializadas acumulan a toda hora información en todas y de todas partes del mundo. Con base en ella asesoran a los gobiernos en decisiones de política y acción exteriores. También “ahorran” datos para cuando se ofrezca. Y los sueltan según convenga. O negocian con ellos. En ese propósito ocultan lo que les parece, pero también se ayudan mutuamente, si de pronto les sirve. El problema es que el espectro de las actividades a desarrollar puede desbordar el ejercicio legítimo de la búsqueda de información sobre lo que piensan amigos o enemigos y puede también eventualmente afectar procesos internos y traspasar los límites del respeto a las libertades públicas.

La vigorosa y expandida realidad de los medios electrónicos y las redes sociales plantea en nuestros días en estas materias retos enormes en cuanto a los límites geográficos, éticos y morales de las “actividades de inteligencia” que desarrollan agencias que, por la naturaleza de su trabajo, parecerían con licencia abierta para establecer sus propias reglas de acción en un campo en el que aparentemente todo vale.

Motivo por el cual aparecen esporádicamente reclamos sobre la conveniencia del establecimiento de controles al ejercicio de una tarea que sería ingenuo eliminar del panorama, porque a toda hora surge la necesidad de contar con información adecuada que permita prevenir problemas o adelantarse a los hechos en defensa de los intereses propios.

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Queda por explorar el espacio universal del manejo de la información que empresas y estados acumulan respecto de sus propios clientes o ciudadanos. Asunto que pertenece sin duda al reino de la información encriptada y que merece no solo debates académicos sino acción política y decisiones normativas, antes de que sea tarde. Tema que debe interesar a quienes alertan contra la supuesta inyección de chips para controlar su vida, mientras de manera eufórica facilitan día y noche información personal y comparten sus intimidades en las redes sociales.

También quedan entonces por escrutar los avances de la tecnología y de las regulaciones en la dirección de la defensa de los derechos individuales y sociales, en un mundo cada vez más inmerso en el trámite de relaciones aparentemente invisibles que afectan de manera definitiva la vida cotidiana, que es el escenario y la oportunidad verdadera del ejercicio de la libertad.

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