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El retiro de tropas de Malí

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Eduardo Barajas Sandoval
22 de febrero de 2022 - 05:30 a. m.
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Macky Sall, presidente de Senegal, a la cabeza de la Unión Africana en la reciente cumbre entre esa organización y la Unión Europea, dijo que los países del Sahel requieren una dosis mayor de solidaridad en su lucha contra el terrorismo.

Según Sall, el agitado cinturón de mil kilómetros de ancho y más de cuatro mil de largo, que va por el sur del Sahara, desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo, se ha convertido en escenario de acción violenta de muchos actores, pero no ha merecido atención comparable con la que se prestó a Afganistán. País que, en su momento, fue objeto de ayuda de todo tipo, incluyendo la destinación de 100 mil soldados de al menos 40 países, aunque hubiese sido para fracasar.

Como si la paz y la seguridad del mundo no estuvieran amenazadas por la inestabilidad africana, muy pocos se han ocupado de colaborar con los gobiernos de la región y algunos lo han tenido que hacer bajo la sospecha de intervenir para garantizar la continuidad de su anterior presencia colonial y la defensa de sus intereses. Algo que, sumado al problema de la violencia y la debilidad estatal, puede resultar poco favorable para la construcción de una África democrática, libre, estable y desarrollada.

Los nombres de Senegal, Mauritania, Burkina Faso, Níger, Chad o Malí pueden ser apelaciones de países borrosos, cuyo destino no es sobresaliente ni atractivo para quienes viven pendientes de los vaivenes de las sectas que se agrupan en las redes sociales en torno de las veleidades de la vida occidental. Así como casi nadie recuerda las glorias del Antiguo Imperio de Malí, que ocupaba buena parte del Sahel de hoy, descubiertas al mundo en el siglo XIV por Ibn Battuta e Ibn Jaldún.

Otra cosa piensan los protagonistas de movimientos que parecerían venidos de otros tiempos, como el Estado Islámico, Boko Haram, Ansaroul Islamy o Jamaat Nusrat al Islam wal Muslimin, que agitan un desorden inenarrable a nombre de distintas fórmulas de ambiciones y “mandatos” políticos y religiosos, a los cuales se pueden sumar simples emprendimientos delincuenciales. Frente a lo cual reaccionan en cámara lenta, con contadas excepciones, las potencias europeas y Estados Unidos, bajo el acecho de gobiernos con viejas o nuevas aspiraciones universales, como Rusia y China.

Cuando los jefes de países que habían sido amigos y aduladores de Muamar el Gadafi, y cuyos presidentes, reyes y primeros ministros lo visitaban en su carpa del desierto, resolvieron darlo de baja, abrieron las compuertas que le permitieron al Estado Islámico salir de Oriente Medio y desplazarse al terreno abonado del Sahel. Territorio ávido de cambios y de soluciones fáciles de predicar, de aquellas que prometen resolver de una vez los problemas del alma y los del estómago. Fórmula poderosa de reclutamiento de una juventud abandonada y sin rumbo, de la cual salen soldados que se creen capaces de todo desde el platón de una volqueta.

El sentido reclamo del jefe del Estado senegalés se produjo justo antes de que se anunciara el retiro de tropas de diferentes países europeos instaladas en la región, dentro de las cuales sobresale la terminación de la presencia militar de Francia en Malí, para cerrar el capítulo de una intervención iniciada en 2013, cuando el presidente François Hollande decidió ayudar a repeler una embestida que aspiraba a fundar un Estado aparte, al impulso de mercenarios tuareg, con armas de Gadafi y el apoyo de Al Qaeda, en el norte del país.

La idea era volver pronto a casa, pero ya se sabe que las tropas extranjeras suelen quedar atrapadas en los alocados enredos de enfrentamientos sin pies ni cabeza, que no corresponden a la ortodoxia de sus escuelas militares. De manera que Francia terminó con 5.000 soldados desplazados principalmente en Malí y ayudando a “atajar yihadistas” en Mauritania, Chad, Níger y Burkina Faso. Además, por decisión del Consejo de Seguridad, se hicieron presentes en Malí soldados en “misión de preservación de la paz”, Minusma, especialmente organizada para ayudar a ese país.

Como era de esperarse, con el paso de los años, sin que se produjera la solución definitiva a los problemas que fueron a resolver, la presencia de los soldados extranjeros se volvió cada vez más incómoda, particularmente en la antigua colonia francesa de Malí, no solo para los ciudadanos, sino para los gobiernos, encabezados allí últimamente por golpistas que han aplazado a voluntad la consabida promesa de realizar elecciones. Aplazamiento que, al ser criticado por el embajador francés, motivó su expulsión del país. Todo mientras el terrorismo hace de las suyas por todas partes y va dejando miles de muertos y procesos sociales y económicos truncados.

Nada más fácil ni más agradable para degustar en momentos de efervescencia patriótica, que la protesta contra poderes extranjeros, sin discriminar si su presencia ha sido útil o no. Al mismo tiempo, nada más difícil que echarse al hombro la tarea de frenar la arremetida de fuerzas que aprovechan el desorden que han generado para empujar sociedades enteras hacia un destino indeterminado, bajo esquemas autoritarios y retrógrados. Problema que en el caso de Malí ha tratado de resolver mediante la invitación a mercenarios de la conocida compañía rusa Wagner, para que vayan ayudar a combatir a los yijadistas. Aspecto del problema que, a pesar de las negativas reiteradas del Kremlin, termina por involucrar a Rusia en todo este enredo.

La preocupación del presidente Sall, expresada a nombre de la Unión Africana, es compartida por muchos en todo el continente. Los Estados, cada vez menos capaces de contrarrestar el reclutamiento de efectivos para ejércitos irregulares, ven cómo el poder se les escapa por entre los dedos ante el atractivo de la oferta de saciar la sed de reconocimiento y propósito en la vida de millones de jóvenes que se convierten en combatientes de las causas más disímiles. Y por ahí van la anarquía en Estado puro, la ley del más fuerte y la violación de derechos fundamentales por parte de todos los actores.

La estabilidad africana sí cuenta, y de manera más importante de lo que se pueda pensar bajo el egoísmo y la miopía tradicionales, para el logro de la paz y la seguridad internacionales. La presencia creciente de movimientos terroristas y violadores de derechos humanos no puede resultar repudiable en otras partes y aceptada, por omisión, en el Sahel. Con todo lo dispendioso que el manejo del problema pueda llegar a ser, es necesario atender puntualmente el reclamo del presidente Macky Sall, que habla a nombre de un continente cuyo destino debe preocupar al resto del mundo.

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Maria(94539)22 de febrero de 2022 - 05:56 p. m.
Francia llevando la democracia al Sahel de la mano de una multinacional que anora quedarse con el 42% del URANIO que aun existe sin extraer en el Mundo?
Pedro(86870)22 de febrero de 2022 - 05:48 p. m.
Ni el continente africano, ni América latina cuentan en el escenario internacional. Apenas se genere un conflicto internacional en alguna de estas regiones ahí si la ONU y las Comunidad de Naciones estará pendiente. Por ahora lo que necesitan estas regiones es superar la miseria y la desigualdad tan tremenda. Empecemos por la situación que tiene Colombia con este modelo extractivista y neoliberal
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