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Fueron, destruyeron, fracasaron, abandonaron (I)

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Eduardo Barajas Sandoval
24 de agosto de 2021 - 02:59 a. m.
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No debe ser fácil derrotar a la OTAN y sacarla de un territorio poblado de aldeanos y campesinos, con la excusa que fuere, tratando de ocultar su impotencia. En Afganistán nuevamente se ha demostrado que las guerras no las ganan necesariamente quienes parecen más fuertes, ni los que tienen mejores herramientas. Las convicciones, y la razón elemental de defender el suelo propio, superan los argumentos de intervención que jamás podrán ostentar soldados invasores que luchan sin el impulso del alma.

Sun Tzu, el pensador antiguo de los asuntos bélicos, sentiría regocijo al ver cómo en Afganistán se ha cumplido su recomendación ideal de conducir a que el enemigo se retire sin pelear del campo de batalla, de manera que “el triunfo de los buenos guerreros no se debe a la suerte, sino a haberse ubicado de antemano en posición de ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que desde un principio ya han perdido”. Todo lo cual aplica tanto a las fuerzas americanas y europeas en territorio afgano, como a las de un gobierno que, siendo mayoritarias, terminaron por no oponerse a la toma del poder por los Talibán.

El trance de un presidente estadounidense tratando de salir del foso de sorpresa, vergüenza y ridículo en el que vino a caer, junto con sus aliados, por haber calculado mal lo que podría pasar en una región cuyos procesos políticos se había ufanado de conocer, no es sino el último episodio de un drama que comenzó hace mucho tiempo.

Subido en las montañas asiáticas, Afganistán era, al comenzar los años setenta del siglo pasado, un reino ocupado en su mayoría por aldeanos y campesinos que llevaban una vida sencilla conforme a sus propias interpretaciones y usanzas islámicas. Las exigencias de cambio en diferentes aspectos de la vida cotidiana, originadas en la ciudad capital, eran vistas en provincia con preocupación por sectores tradicionales. Les inquietaban, por ejemplo, propuestas en favor de las mujeres, sometidas a un dominio masculino absoluto, y vendidas o compradas como objeto de uso doméstico.

Surgieron entonces organizaciones islámicas con el ánimo de contrarrestar el avance de “costumbres foráneas”. Así se politizaron sentimientos religiosos que generaron rechazo a la eventual prevalencia del mundo occidental. Al mismo tiempo, los conflictos sociales de uno de los países más pobres, aislados y atrasados del mundo, y las correspondientes aspiraciones de bienestar, encontraron vehículo de avance en partidos como el comunista, cuyo discurso contrarrestaba el del islamismo. Ahí quedó planteado un conflicto entre fuerzas tradicionales, de un lado, y transformadoras, de otro, que no se ha resuelto a pesar de que se hayan presentado cambios de protagonistas.

Un golpe de estado acabó con la monarquía en 1973 y proclamó una república bajo el mando de un pariente del rey, con apoyo de los comunistas. Pero esa república vino a caer en 1978, cuando los propios comunistas se adueñaron de todo el poder luego de asesinar en una noche a varias generaciones de la familia real, para evitar el rebrote de la monarquía. Bajo una nueva “República Democrática de Afganistán”, cuya fundación se dice sorprendió a la misma URSS, se inició entonces el experimento de construir una sociedad socialista que al lado de sus propósitos de desarrollo bajo un nuevo modelo intentó, por la fuerza, la supresión de las prácticas y los sentimientos religiosos.

De nada sirvieron los intentos del régimen por liberar a los campesinos del modelo feudal en el que vivían, plantear la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, abolir los matrimonios forzados, legalizar los sindicatos y promover la alfabetización. Medidas que fueron interpretadas por los sectores radicales como opuestas a las tradiciones nacionales que estaban dispuestos a defender, amparados en la bandera de la religión. Vino entonces una represión brutal con purgas políticas y eliminación masiva de oponentes, que sembraron semillas de nuevos odios y cuentas por arreglar, además de producir el éxodo de legiones enteras de descontentos, mujeres y niños, refugiados en países vecinos.

La creciente y exitosa oposición armada de combatientes islámicos, esto es muyahidines o protagonistas de una “guerra santa” en contra del régimen comunista, produjo preocupación en el Kremlin de Moscú, ante la eventualidad de avance de la causa de un islam político en el vecindario musulmán soviético del Asia Central. Razón por la cual a finales de 1979 se produjo la llegada masiva de tropas soviéticas en apoyo al “solicitante” gobierno afgano. Apoyo que se convirtió en ocupación que vino a radicalizar amplios sectores de la población que buscaron argumentos ancestrales para oponerse a los invasores, como los habitantes del territorio lo habían hecho en el pasado contra los persas, los griegos macedonios, los árabes, los mongoles, Tamerlán, los Sikhs, los británicos y los mismos rusos.

La presencia soviética en Afganistán se convirtió en tema de controversia dentro del proceso de la Guerra Fría, al punto que los Estados Unidos entraron a apoyar a los muyahidines mediante el refuerzo de su sentimiento religioso y la provisión de armas diversas, como cohetes tierra-aire que se convirtieron en instrumento letal contra un ejército soviético que, limitado en sus posibilidades de acción por la inutilidad de sus elementos convencionales de guerra, apeló a ignorar la tenue frontera entre campesinos y muyahidines e incurrió en atrocidades que solo reprodujeron el odio y la capacidad de resistencia y destrucción de los locales, amparados en las breñas de un territorio por el que no podían transitar vehículos de guerra. Hasta que Mihail Gorvachov resolvió retirar las tropas soviéticas, impotentes, del territorio afgano.

Con el retiro soviético solamente desapareció uno de los factores de conflicto. En realidad, quedaba todo por arreglar. Los comunistas seguían lánguidamente en el poder. Se había perdido tiempo precioso. No había claridad sobre nada. Entre los resistentes, cada quién creía tener la razón y buscaba fuerza para prevalecer. Para entonces el radicalismo se había apoderado de los campos de refugiados, principalmente en Pakistán, donde apareció el saudí Osama Bin Laden a cosechar resentimientos y sensibilidades antioccidentales.

También fue entonces cuando surgió, entre otros, el movimiento de los Talibán, esto es de los estudiantes del Sagrado Corán, que en gran medida eran esos niños que tuvieron que salir de su tierra, principalmente hacia Pakistán, despavoridos y con sus familias destrozadas. Justamente allí encontrarían como oportunidad única de educación y realización personal la de ser entrenados en madrazas, o escuelas coránicas, que les proveyeron de los elementos de convicción necesarios para volver a su patria y luchar por un gobierno islámico que llevara su marca.

“Abandonados por Occidente”, que según ellos se interesó en el país solamente para contrarrestar la aventura soviética, los actores locales protagonizaron, todos contra todos, una feroz disputa por el poder. El régimen comunista cayó. En una horrible guerra civil, los jefes de la resistencia forcejearon entre ellos de manera brutal, todos con la pretensión de representar mejor los viejos ideales del islam campesino de otras épocas, ahora con armas en la mano. Las mujeres fueron las víctimas más ostensibles de los intentos de aplicación de nuevas reglas de vida social. Se les obligó a andar tapadas y se les prohibió salir solas, decidir sobre su vida por su propia cuenta e inclusive estudiar. Se les menospreció hasta externos inauditos y se les proscribió del panorama como si existieran solamente como objetos de reproducción.

Como culminación de ese conflicto interno se produjo la primera toma del poder por los Talibán, aquellos niños estudiantes formados en el exterior, convertidos ahora en soldados que prometían la paz y la recuperación del país, bajo su propia forma de estado religioso, ante la mirada curiosa de un Occidente que hacía gala de su ignorancia sobre el proceso histórico de una nación a la que consideraba exótica y extraviada. Hasta que decidió invadir el territorio afgano como reacción a los atentados del 11 de septiembre de 2001, proyectados desde Afganistán como brutal arremetida terrorista del radicalismo islámico en contra del mundo occidental. Invasión a la que los Estados Unidos convidaron a sus socios del Atlántico Norte y con la cual se inició la aventura que acaba de culminar estrepitosamente, luego de haber ido, destruido y fracasado, para después abandonar. Interpretación de los hechos que en otro capítulo se tratará de explicar.

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Julio(87145)26 de agosto de 2021 - 04:28 a. m.
Muy buena ilustración.
juan(9371)24 de agosto de 2021 - 11:35 p. m.
Emerge una nueva realidad : el mundo occidental es un tigre de papel , oriente es la nueva potencia con diferentes paradigmas.
ANA(11609)24 de agosto de 2021 - 05:22 p. m.
Muy buena lección de historia. Gracias, señor Barajas. Bueno es saber que los pueblos dignos, luchan por vivir bajo sus propias reglas y defendiendo su cultura.
Hernando(84817)24 de agosto de 2021 - 04:55 p. m.
Excelente columna que nos introduce en la comprensión de un conflicto generado por la prepotencia de quienes quieren imponer su verdad, desconociendo la diversidad de las culturas, y las consecuencias nefastas que debe afrontar toda la humanidad ante sus fracasos. Espero la siguiente.
María(6115)24 de agosto de 2021 - 01:15 p. m.
Estábamos esperando su sabia interpretación y explicación de los hechos. Muchas gracias.
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