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Fueron, destruyeron, fracasaron, abandonaron (II)

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Eduardo Barajas Sandoval
31 de agosto de 2021 - 02:59 a. m.
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La ocupación de Afganistán solo fue paréntesis de una confrontación de largo plazo. Después de la retirada de “los aliados”, el problema no es solamente controlar nuevos ataques terroristas desde territorio afgano, sino evitar un tsunami de yihadismo violento, de variada procedencia, aupado por la derrota de los intrusos occidentales.

Mientras media humanidad presenciaba sobrecogida el avance talibán hasta tomar el palacio presidencial, y se dolía del atentado del “Estado Islámico” en el desorden de fin de mundo del aeropuerto de Kabul, esos mismos hechos eran motivo de regocijo en lugares donde subsisten resentimiento y encono ante la interferencia de extraños en un mundo que no comprenden.

La “humillación de la América arrogante”, huyendo con sus soldados vestidos de astronautas bajo la amenaza de unos guerreros de turbante y shalwar kameez, deja por el suelo la promesa de una América benefactora formulada por el presidente Bush y la seguridad en la victoria que el presidente Obama expresó a sus tropas. Encima de todo, la afirmación del presidente Biden en el sentido de que no habían ido allí a “construir nación”, permite concluir que el propósito de dos décadas de acción era destructivo.

Una vez más, los Estados Unidos no interpretaron adecuadamente las señales de la cultura que arropa el proceso político de sociedades antiguas. A pesar de que muchos académicos, y la CIA, lo tuvieran claro, parecería que los orientadores políticos y militares no entendieron las complejidades de la composición étnica afgana, entrelazada con países vecinos, y sobre de todo la índole y las tradiciones milenarias de una cultura que ya tenía fisonomía propia cuando pasó por allí Alejandro Magno.

Otra vez se hizo ostensible que, a diferencia de los británicos y los franceses, que han administrado territorios ajenos en escenarios culturales muy distintos de los propios, los Estados Unidos han tramitado su experiencia imperial por interpuesta persona, llámese juntas militares, dictadores, presidentes abyectos u oligarquías incondicionales. Por eso siguen cometiendo errores como los de la aventura afgana.

En lugar de proveerse de su propio margen de maniobra, el presidente Biden se plegó a lo acordado por Trump, que en su momento resolvió negociar con el talibán, como fuera, a espaldas de sus aliados y del gobierno afgano, con tal de retirar las tropas y quedar bien con sus electores. Negociación que desde el punto de vista talibán resultó ser el punto de quiebre. La victoria anticipada. La rendición del invasor. El cierre de la ordalía. La oportunidad conferida por los cielos. El inicio de una nueva era. El retorno al poder y al deber ser de las cosas, como ellos las conciben.

Si se tratara solamente de la popularidad del presidente norteamericano y del sentimiento de frustración de británicos, franceses, alemanes y demás miembros de la Alianza Atlántica actuando en el centro del Asia, sería lo de menos. El problema es que al espacio ampliado de una confrontación entre el islam radical y occidente entra todo un elenco de nuevos actores, unos más visibles que otros, todos sueltos, comenzando por los enemigos de los talibán al interior de la sociedad afgana, algunos de los cuales se declaran todavía más radicales.

No hay que confundir la toma del palacio presidencial en Kabul con la toma del poder. En muchas partes hay palacios habitados por gente que tiene una cuota de poder reducida, en medio de un reparto complejo y sutil entre muchos factores, unos más visibles que otros. De manera que en Afganistán está por verse quién prevalece en un concurso feroz que va a dejar muchas víctimas, pues nadie parece estar dispuesto a hacer concesiones. Los atentados del aeropuerto son muestra fehaciente de lo que estaría por venir.

Ahora se especula sobre el futuro de Pakistán y la amenaza del radicalismo en su propio patio de potencia nuclear, que tiene extensa frontera y comunidad étnica con los afganos, además de haber jugado un papel relevante en la formación de los talibán. También se lamenta la “derrota” de la India, que había apostado duro en las últimas décadas, con la presencia de sus empresas dedicadas a la construcción de infraestructura. Se piensa que China sacará ventaja de la situación, desde su condición de oferente y promotora de desarrollo. Lo mismo se dice de Rusia, conocedora del territorio. Y los británicos, optimistas, y la Unión Europea, piensan que “hay que hacer algo”, y “ejercer alguna influencia moderadora”, como si no hubieran fallado ya de manera calamitosa, y como si alguien les fuera a creer.

Tal vez lo esencial del problema que hay que afrontar ahora radica en que las calificaciones occidentales de la sociedad afgana se caracterizan por la falta de conocimiento sobre su trayectoria y sus complejidades. Algo que sucede respecto de muchas sociedades, inclusive la nuestra, que resultan descalificadas desde los estándares típicos de epicentros arrogantes, ignorantes e hipócritas, que giran en torno a sus propias vanidades y consideran anómalo a todo el que no coincida con unos ideales que ni siquiera ellos mismos alcanzan cabalmente a cumplir.

En virtud de lo anterior, se reprocha el radicalismo de talibanes y muyahidines, sin advertir que ese radicalismo fue en gran medida elemento esencial de la reacción contra la invasión soviética, ante la cual el islam se convirtió en factor creíble de cohesión para sustentar la lucha guerrillera. Por lo demás, se descalifica la aptitud afgana para una vida democrática a la manera propia de las democracias occidentales, como si ese modelo, con todos sus detalles, fuese fácil de incorporar a una sociedad más antigua que todas aquellas juntas, con sus propias concepciones del poder, cargadas de factores teológicos y religiosos.

También les queda difícil entender, y reconocer, que en medio de la corrupción y el desorden de un país ocupado por tropas extranjeras que subían y bajaban en todas direcciones en vehículos extravagantes y mortíferos, sin hablar los idiomas locales y con aire de superioridad, buena comida y elementos de tecnología de otro mundo, los talibán no pudieran representar para muchos la esperanza del retorno de un mando propio, así fuese con los rigores absurdos de algunas de sus creencias, con base en la interpretación radical de la ley islámica.

La idea del martirio, expresado en la auto inmolación a través de actos terroristas, será siempre difícil de entender e imposible de aceptar para nosotros, pero no tanto para quienes consideran que ese es camino propio de otras formas de ver la vida, la sociedad, el poder y la muerte, bajo poderosas consideraciones que provienen de una fe arraigada en el fondo del alma, que es la que produce combatientes resueltos a todo.

En las diferencias que marcan estos y otros desencuentros entre los ahora salientes invasores de Afganistán y la sociedad destrozada que dejan, fruto no solo de su presencia y su acción sino de su interferencia ignorante y atrevida en lo más profundo de su vida campesina y aldeana, radican elementos que, extendidos a otras sociedades, se convierten en banderas de un desencuentro de civilizaciones que puede amenazar la paz del mundo.

De manera que, cerrado el paréntesis que representó el capítulo de la ocupación de Afganistán a lo largo de dos décadas, y luego de la destrucción, el fracaso y el abandono de esa aventura, por la cual nadie responde, se vuelve a dibujar la amenaza del retorno de una confrontación que no faltará quienes estén dispuestos a reanudar, animados por la derrota momentánea de potencias que no solamente tendrán que defenderse sino que, ya veremos, se ocuparán de inventar nuevas formas de recuperarse del golpe.

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Alvaro(31173)31 de agosto de 2021 - 05:31 p. m.
Gracias dos importantes lecciones de historia mundial. Y a donde lleguen los norteamericanos solo habra desgracia. " Solo tienen intereses economicos"
Carlos(33105)31 de agosto de 2021 - 04:14 p. m.
EXCELENTE COLUMNA, El fracaso gringo estaba asegurado, recuerden lo que Ben Laden dijo alguna vez, jamás nos vencerán, ellos le temen a la muerte, nosotros no.
Hugo(12843)31 de agosto de 2021 - 03:09 p. m.
La teoría militar de Napoleón resultó, en este caso, superior a la de Clausewitz. El segundo decía que en una confrontación por la fuerza gana quien posea la mayor fuerza. Napoleón decía que el estado de ánimo de las tropas es el factor definitivo.
Hernando(84817)31 de agosto de 2021 - 03:06 p. m.
Excelente tambien esta segunda parte.
Antonio(45414)31 de agosto de 2021 - 02:15 p. m.
Gracias por ayudar a entender la difícil momento que está viviendo el pueblo afgano. Ojalá, aunque lo dudo, esta experiencia sirviera para que los países de bien piensen bien antes de acometer estúpidas guerras.
  • Hugo(12843)31 de agosto de 2021 - 03:11 p. m.
    Antonio, ¿no será que todas las guerras son estúpidas?
  • Jaime(81095)31 de agosto de 2021 - 02:59 p. m.
    Este debe de ser " gente de bien " como los uribistas que disparan a la gente de mal. USA ha fracasado en Vietnam,Irak,Libia,Afganistan,Cuba,Nicaragua,Venezuela,etc,los americanos no son verracos sino en las peliculas
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