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Hermanos de Italia

Eduardo Barajas Sandoval

04 de octubre de 2022 - 12:00 a. m.

La victoria contundente de una alianza de la derecha italiana, encabezada por la jefe de un partido de la saga del movimiento político de Mussolini, suscita agitación y genera interrogantes en toda Europa. Si al triunfo de Giorgia Meloni se agregan la derrota de los legendarios socialdemócratas suecos ante los radicales de derecha del país nórdico, el avance de movimientos de la misma índole en Alemania, España y Francia, las veleidades de los gobernantes de Hungría y Polonia, y el fondo nacionalista, religioso e imperial del discurso del presidente ruso, acompañado en este caso de acciones que recuerdan las de radicales nacionalistas agresivos de hace un siglo, hay razones para que los partidos del resto del espectro político en ese continente se vean obligados a agudizar su reflexión sobre el papel que les corresponde jugar hacia el futuro.

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Con el nombre de Fratelli d’Italia, la exclamación con la que comienza el himno nacional, un partido fundado en 2012 por Meloni y antiguos miembros del partido neofascista que sucedió al mussoliniano, y que se define como nacionalista y conservador en el campo social, fue el más votado y el que recibió mayor número de curules en las recientes elecciones generales. La coalición que formaba, con la Liga de Matteo Salvini, y Forza Italia de Silvio Berlusconi, obtuvo un mandato claro. El resultado para el conjunto de la derecha no habría podido ser mejor. De haberse sumado a la alianza el Movimiento Cinco Estrellas, liderado por Giuseppe Conte, la mayoría habría sido suficiente para que la derecha pudiera llegar a realizar cambios constitucionales desde el legislativo, sin necesidad de referéndum.

Giorgia Meloni está a punto de ser la primera mujer gobernante de Italia y la primera figura política representante de la derecha radical en gobernar un país de la Unión Europea. Ante la inminencia de su llegada al poder, en Italia se va a escenificar una prueba de fuego por la avanzada de una propuesta que comparte ideales con organizaciones políticas equivalentes en otros países, cuya postura puede oscilar entre el escepticismo y la hostilidad hacia la Unión.

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Sin perjuicio de que existan matices, la tendencia a la que pertenece Hermanos de Italia fortalece la convergencia de sectores de la población sensibles a una serie de fenómenos contemporáneos cuya irrupción les produce inquietud. Los líderes políticos de esa tendencia proclaman las amenazas que se ciernen sobre la identidad nacional, los sentimientos religiosos, el valor de la familia y las definiciones tradicionales de género, al tiempo que advierten sobre el deterioro del bienestar ante las alzas reiteradas en el costo de vida, agravadas ahora por la amenaza de una crisis energética. Lugar común éste último con otros partidos de diferente orientación.

Los propagandistas de esa oleada consideran que la identidad nacional se ve menoscabada por los poderes que se han ido transfiriendo a la burocracia comunitaria de Bruselas, y por el desorden de una inmigración que compite por oportunidades de trabajo, problematiza las circunstancias del hábitat individual y colectivo, y trae elementos culturales y religiosos extraños a la tradición, como el islam, difíciles de aceptar para una sociedad añeja en los códigos no escritos de su vida diaria.

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Las nuevas opciones de género, que han llegado a ganar espacio dentro del ambiente liberal de muchos países, despiertan sentimientos adversos en sectores que consideran que los defensores de nuevos derechos se han convertido en propagandistas de su causa, al punto que ven amenazada su idea de la familia tradicional. A todo lo cual se suma la bestia negra del momento, que tiene dos cabezas: la de los requerimientos de recuperación del impacto de la pandemia, y la amenaza de crisis energética cuando se aproxima el invierno, cuya severidad se ve reflejada en las cuentas de la electricidad y el gas, que afectan el sensible ánimo de la gente en sus hogares.

La verdadera medida de la profundidad y los efectos de un gobierno de Hermanos de Italia solamente se podrá advertir cuando, después de que Giorgia Meloni logre armar un gabinete, formule propuestas legislativas, responda a problemas concretos que no figuran en ningún proyecto político pero hay que manejar cuando se ejercen responsabilidades ejecutivas, conduzca el carruaje brioso de la economía y adopte una u otra actitud en sus relaciones con sus émulos de los otros países miembros de la Unión Europea, donde se teme que entre a formar en las filas de los gobernantes de Hungría y Polonia. Curiosamente, la discusión sobre su cercanía o lejanía del fascismo no parece haber preocupado demasiado a los italianos, que se dejan impresionar menos que los extranjeros por la proximidad de algunos lemas y símbolos con los del movimiento de hace un siglo.

Con la independencia de no haber participado en el gobierno saliente de unidad nacional que congregó al resto de los principales partidos, Giorgia se ha dedicado a despejar dudas sobre algunos tópicos que podrían preocupar. Primero que todo ha dicho que el fascismo quedó atrás en la historia y nada tiene que ver con su proyecto, que es simplemente conservador. Ha afirmado también que no intentará retirar a su país de la Unión Europea y que seguirá firme dentro de la OTAN. Se ha manifestado en contra de la agresión de Rusia a Ucrania. No desmontará el esquema de las regulaciones sobre el aborto ni las que permiten uniones civiles del mismo sexo. En cambio, será dura en inmigración, y está por verse su cercanía o alejamiento de la ortodoxia económica liberal, habida cuenta de su aversión a los mercados financieros y a la globalización.

No hay duda de que las extremas buscan en todas partes cosechar los frutos del descontento por las dificultades que diferentes gobiernos de tono liberal han tenido para manejar la pospandemia y mantener la calma ante el efecto depredador de la crisis que genera el conflicto desatado por Rusia no ya en el frente de Ucrania sino en el de la provisión de recursos energéticos para pasar el invierno.

El problema que emerge con los avances de la derecha radical en Europa es la combinación del populismo, que lleva una carga de emotividad milagrera a la postre contraproducente, con la exacerbación de los nacionalismos, incluyendo el ruso, la presencia creciente del euroescepticismo, la errática acción ante migraciones desordenadas que causan problemas sociales, culturales, morales y humanitarios que dejan heridas de conciencia por todas partes, y la desbandada de partidos vigorosos en otras épocas, cuyos militantes decepcionados buscan respuestas políticas fáciles y atrayentes en esta época de mutaciones en todos los campos.

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Frente a ese complejo panorama de realidades y peligros en permanente movimiento, será necesario agudizar la imaginación para plantear propuestas de hondo calado democrático, de manera que los debates políticos se vuelvan a ocupar del bienestar de la gente en lugar de consagrarse a la promoción del crecimiento económico bajo un modelo socialmente excluyente. Una ciudadanía cada vez más ilustrada políticamente, y más conocedora del modelo económico dominante en el mundo occidental, con sus fortalezas y debilidades, deberá formular exigencias en ese sentido y no limitarse a concurrir periódicamente a las urnas. Mientras no se le hagan los ajustes necesarios y adecuados al sistema económico, para satisfacer necesidades cotidianas del bienestar de las mayorías, el electorado seguirá corriendo de un lado para otro, tras los cantos de sirena del populismo.

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