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Joven antigua con futuro

Eduardo Barajas Sandoval

23 de agosto de 2022 - 12:01 a. m.

Jawaharlal Nehru, quien ha debido ser Nobel de literatura, y también de paz, describió en su extraordinario libro “El descubrimiento de la India” el proceso milenario de formación de una nación que, bajo la forma de Estado contemporáneo, ha cumplido apenas 75 años de existencia. Allí se advierten los fundamentos de una cultura originalmente atada al sánscrito como taller de pensamiento y se descubre su influencia remota en la cultura occidental. También figuran elementos que, bajo la guía de Gandhi, permitieron la posterior invención de India como país que tiene la oportunidad de jugar un papel importante en el mundo del Siglo XXI.

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El compromiso con la democracia, en las proporciones enormes de una de las naciones más populosas del planeta, formó parte de los propósitos esenciales del estado que surgió a partir del desmonte de la dominación colonial británica, a cuya derrota contribuyó la acción política no violenta, que es ya patrimonio político de la humanidad.

La amplitud cultural y geográfica de la India exigía el diseño de un estado que tuviera en cuenta la concurrencia de diferentes grupos étnicos y religiosos, agrupados bajo la insignia de un estado secular. También requería encontrar fórmulas para que las tradiciones de división social en castas no entorpecieran el ejercicio de la democracia.

La nueva India ha escogido sin falta sus gobiernos mediante procesos electorales de proporciones no vistas en otra parte. Las mujeres fueron incorporadas desde un principio como votantes. La separación de poderes ha sido respetada. Siempre ha habido espacio político para la acción de factores de poder como un empresariado fuerte, sindicatos activos, campesinado organizado, medios de comunicación omnipresentes y partidos políticos con visiones alternativas de la economía y la sociedad.

Dentro de ese marco, con un crecimiento económico sobresaliente, apoyada por su fuerza cultural, bajo su modelo democrático y con sus proporciones poblacionales, la India figura en la competencia que señalará cuáles serán las potencias del futuro. Con un sistema educativo de alta exigencia y un desarrollo tecnológico sobresaliente, ese país hoy figura con nombre propio en el panorama empresarial del mundo, participa en la carrera espacial de este siglo, y es invitada a los foros informales en los que se discute sobre el tratamiento de los asuntos globales.

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A lo anterior se puede agregar una cuota adicional de “poder blando” que muestra el talante de su sociedad: existe una constelación de emigrantes, de primera o segunda generación, ubicados en epicentros de poder foráneos, con funciones de alta dirección en empresas de talla global o participación exitosa en la competencia política de países de primer orden, como Gran Bretaña, otrora poder imperial, que en algún momento puede llegar a ser gobernada por un político de origen indio, con todo lo que ello pueda significar.

Sin perjuicio de la validez de los factores de éxito hasta ahora mencionados, los estremecimientos de nuestra era de mutaciones afectan a la India de hoy tanto en sus procesos políticos internos como en sus perspectivas internacionales. En el primero de esos escenarios, siempre será difícil mantener la unidad de propósitos, la coherencia social, y un nivel aceptable de bienestar generalizado en un país de proporciones mayores. La supervivencia del sistema de castas, y el manejo de la presencia de poblaciones minoritarias, pero a la vez significativas por su volumen y sus aspiraciones políticas, plantean retos enormes para los gobernantes y para toda la sociedad.

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También continúa pendiente la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Tarea compleja en un país en el que las creencias tradicionales aceptan diferencias de clase que disminuyen la animosidad o el interés por alternativas políticas de cambios radicales, pero dejan un trasfondo de falta de la “funcionalidad” requerida por el modelo económico. Para mayor confusión, las mismas creencias populares disminuyen los niveles de exigencia en materia de alimentación y sensación de bienestar. Problemática difícil de entender desde el mundo occidental, caracterizado por el espíritu desaforado de la acumulación y por un sentido estético y una idea del bienestar de contenido y expresión muy diferentes.

Pero el problema mayor puede radicar en el avance de una especie de “nacionalismo hindú” que buscaría la proclamación de un estado hinduista excluyente de las minorías, principalmente la musulmana, que revive el gran problema del momento fundacional de la India contemporánea, cuando los británicos terminaron por establecer aquella división que condujo a la fundación de un país separado de musulmanes, hoy Pakistán y Bangladesh, sin que semejante decisión hubiera resuelto un problema de convivencia que sigue vivo.

Los retos del manejo de minorías están encadenados de manera que pueden producir una avalancha de acontecimientos políticos peligrosos para el futuro de la paz en el gigante asiático. El gobierno del Partido Bharatiya Janata, ahora en el poder, parece aceptar con sus actitudes e iniciativas políticas y legislativas, la idea de que el hinduismo ha de ser base fundamental de la sociedad y del Estado, con lo cual depreda la idea original de un estado secular y de una sociedad multicultural y multireligiosa. En la correspondiente lista de “damnificados” no sólo figuran los más de doscientos millones de musulmanes que habitan el territorio, sino los Parsi, los Sikh, los Budistas, e inclusive los cristianos, que temen que su destino sea el de ser considerados ciudadanos de segunda clase.

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Acciones como la prohibición en las escuelas del uso del hiyab, el velo aquel que las mujeres musulmanas deben usar en presencia de personas ajenas a su familia, la demolición del hábitat de musulmanes, los reclamos sobre sitios sagrados y las protestas por la realización de rituales, van alimentando una controversia que encadena prohibición, protesta, represión, castigo, revancha, en sucesión dramática que tiende a crecer con efectos devastadores en todas direcciones. Si no aparecen propuestas y hechos que frenen un cataclismo anunciado, y que atiendan los problemas históricos de la pobreza y la desigualdad en el acceso al bienestar, así sea en los términos de la cultura propia, el progreso del país sufrirá un golpe que afectaría severamente su marcha exitosa.

En el gran escenario internacional, no basta con que a la India la inviten a combites exclusivos y muestren a sus gobernantes en las fotografías con los “grandes del mundo”. La institucionalidad diseñada en favor de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, que se refleja en particular en las Naciones Unidas, debe cambiar ante la evidencia de nuevas realidades. Cualquiera que llegue a ser un nuevo esquema de organización de la controversia política del mundo del futuro, la India tendrá que ser tenida en cuenta, conforme a una realidad que exige la intervención de nuevos actores en unas instituciones renovadas.

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La India sigue siendo una promesa. El impulso de su trayectoria histórica, la fuerza de su cultura, la pujanza de su economía y sobre todo la convergencia de sus diferentes factores de poder en unos propósitos comunes, la mantendrán vigente y con posibilidades de éxito en el mundo de las próximas décadas. Premio para quienes hace 75 años obraron como visionarios consecuentes con la obligación de pensar en el destino de su pueblo en el largo plazo.

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