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Jugando a grandes

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Eduardo Barajas Sandoval
15 de junio de 2021 - 02:59 a. m.
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Una combinación de ego y circunstancias que consideran propicias lleva a ciertos políticos creer que de verdad son trascendentales. Entonces comienzan a actuar como si lo fueran y, a más no poder, resuelven emular gratuitamente a las grandes figuras de la historia. No importa si la talla les alcanza para llenar la casaca de sus antepasados. Como son apostadores, no les produce ningún rubor intentarlo.

Antes de la reunión de los 7G, esto es el club de los siete “grandes” de Occidente, que curiosamente incluye al Japón, con su modelo impuesto por la fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, el presidente de los Estados Unidos y el primer ministro británico decidieron suscribir una “Nueva Carta Atlántica”, que refrendaría la que convinieron hace 80 años sus antepasados Franklin Roosevelt y Winston Churchill.

La carta original, adoptada meses antes de que los Estados Unidos entraran en la guerra mundial, declaraba el compromiso de ambos países con la democracia y la integridad de los estados, y se orientaba sustancialmente a la derrota del nazismo. Allí se sembró la simiente de la OTAN. De paso, también se dio comienzo a la hegemonía norteamericana en el mundo occidental y al ejercicio estadounidense como potencia mundial.

La carta de ahora centra su atención en la urgencia de consolidar una alianza de democracias, algo maltrechas por sus contradicciones internas, para atender desafíos provenientes del “modelo autocrático de Rusia y China”, poner orden en el ciberespacio, salir universalmente de la pandemia, reforzar las instituciones, proteger la biodiversidad, apoyar tecnologías emergentes y actuar en contra del cambio climático. Todo al tiempo que se mantiene la OTAN como alianza nuclear.

A pesar de las buenas intenciones, los Estados Unidos de ahora no son los de Roosevelt, ni la Gran Bretaña la de Churchill. Ni Biden ni Johnson son los que no son. El presidente americano tiene la ilusión de retomar un liderazgo que piensa le corresponde por derecho propio, como si el mundo no hubiera cambiado, como si hubiera sido inocuo el paso del despectivo y aislado Trump por el ejercicio del poder, y como si su país pudiera reclamar una autoridad en la que ya pocos creen. Y de la Gran Bretaña no queda siquiera clara su militancia en la causa europea y mucho menos la reserva efectiva de su antigua influencia imperial en el resto del mundo.

Afortunadamente al presidente francés no le ha dado por tratar de volverse un De Gaulle. El canadiense, que representa un país que hace 80 años no tenía todavía el peso de ahora, no tiene tampoco pretensiones de esa índole. Y a los gobernantes de los tres restantes miembros del grupo, Alemania, Italia y Japón, antiguas “potencias del Eje”, les quedaría muy mal buscar un referente de hace ocho décadas digno de imitar, pues ya se sabe quiénes lideraban sus países al comenzar la guerra.

Sin perjuicio de la pretensión de integrar un “equipo de los buenos”, lo que queda al descubierto respecto del G7, es que se trata de un club de abanderados del modelo político que complementa los esquemas del capitalismo occidental, que se reúnen de vez en cuando para buscar, desde su condición privilegiada, acuerdos sobre la forma en que les conviene que funcione el mundo. Por lo demás, se consideran a sí mismos portaestandartes de la humanidad entera a la hora de afrontar problemas comunes, y no desaprovechan la ocasión para mostrar un poco de generosidad en el orden caritativo, como ahora a través de la provisión de vacunas. Muchas gracias.

No es que no tengan derecho a reunirse, sobre la base de sus afinidades. Ni más faltaba. Solo que, si quieren servir de algo, deben dejar de pensar que lo pueden todo a su manera, como junta directiva del mundo, y deberían acceder a abrir otros espacios, especializados por supuesto, para un diálogo abierto e inclusivo, no para organizar obras de caridad, conforme a su criterio, sino para pactar procesos de acción en favor del desarrollo con mayor amplitud y abandonar la explotación abusiva de economías menores, propia del sistema dominante, al que hay que buscarle una faceta humana.

Aunque los países más ricos de occidente tienen derecho a defender sus intereses, si de verdad piensan servirle al mundo, podrían comenzar por buscar una relación más armónica con otras potencias. Pero han decidido marchar en la dirección contraria. Ahora Rusia no solo está excluida, por su aventura de Crimea, sino que se le ubica como parte de un campo incompatible. Y, en cuanto a China, se han hecho el propósito de contrarrestar la acción de la República Popular como promotora del desarrollo, que evita a sus clientes pasar por los vericuetos tradicionales del modelo financiero tradicional.

Si bien es posible que, para los países que requieren de ayuda al desarrollo, termine por ser benéfica la competencia de diferentes modelos de cooperación y financiamiento de procesos fundamentales, como los que se requieren en materia de construcción de infraestructura, en el fondo se va tejiendo una nueva y preocupante polarización, alimentada otra vez por ese aire de superioridad de los 7G, que no sirve de mucho al futuro de la armonía mundial.

Con la nueva “Carta Atlántica”, y con los propósitos declarados, no solo se anuncia entonces un mundo más dividido, sino una confrontación que puede ir creciendo en contenido, intensidad y temas abordados, entre los del G7 y otras potencias de talla global. Algo que de pronto no es la mejor noticia para la estabilidad y la paz, en un mundo dramáticamente desigual, que no ha sido capaz de ponerse de acuerdo para resolver problemas fundamentales. Frente a ese reto, sería bueno saber qué saldría de reuniones de otros grupos, como el de los países más poblados del planeta, el de los más ricos en recursos naturales, el de los más golpeados por el hambre, la enfermedad y la pobreza, e inclusive el de los que tienen hoy mayor potencial de desarrollo.

Pero, de la reunión de Cornwall, realizada cuando la Unión Europea y la Gran Bretaña estrenan el acuerdo del Brexit, queda otra preocupación, relacionada con la institucionalidad internacional, cuya defensa algunos proclaman con ostentación, mientras relativizan peligrosamente el valor de la palabra y, aún más, el de los documentos firmados. Según el primer ministro británico, el acuerdo en el sentido de ejercer controles marítimos, en lugar de establecer una frontera terrestre que separe a Irlanda del Norte del resto de la isla irlandesa, debe ser interpretado con flexibilidad. Razón por la cual su país no lo ha observado a cabalidad.

Curiosa forma de incumplir con lo pactado. Como si al mundo le conviniera relativizar los tratados, para volver a una época, que ya se creía superada, en la que las potencias europeas, con el Imperio Británico a la cabeza, adelantaban una política que mezclaba acuerdos formales con acciones de contrabando y asedio de cañoneras. Pregúntenle a la China de siglos anteriores. Todo lo cual configura una perspectiva preocupante para el futuro. ¿Así piensan jugar a grandes?

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juan(9371)15 de junio de 2021 - 11:04 p. m.
Ah falta que hace el movimiento de no alineadosen este momento... la China es el nuevo poder económico y político. Los demás comienzan a ver que de verdad son tigres de papel.
Contumaz(likt7)15 de junio de 2021 - 12:17 p. m.
Usted no tiene la más mínima idea…como todo genuflexo gobiernista. Señor obsecuente, esto no es un paro…le suena una revolución antisistema?…irónicamente es una revolución apolítica, pero en búsqueda reformista en materia de políticas públicas. Pare de confundir.
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