La aventura del destructor defensor

Eduardo Barajas Sandoval
29 de junio de 2021 - 03:00 a. m.

En el mar del entorno de Crimea se adelanta una contienda de nueva guerra fría. El incidente protagonizado por un destructor de la armada británica, interceptado por barcos y aviones rusos, obrando como dueños de áreas que en la lectura occidental son ucranianas, revive recuerdos de pesadillas de otra época y es señal de problemas que se veían venir y que pueden presentar nuevas ediciones en el futuro.

La disponibilidad de costas y puertos sobre el Mar Negro parece haber sido uno de los eternos sueños rusos. En la lógica del país territorialmente más grande del mundo eso es entendible, pues de pronto, para efectos prácticos, vale más un metro de costa en ese mar que cincuenta en el Océano Ártico, el Mar Báltico, el de Okhotsk, el del Japón, el Caspio o el de Azov.

Lo cierto es que Rusia tuvo siempre su mirada puesta en península de Crimea, premio mayor de los países ribereños del antiguo Ponto Euxino. Allí ha competido, a lo largo de los siglos, con otros imperios, y con países contemporáneos. También se las ha tenido que ver con potencias de la Europa occidental no relacionadas geográfica ni culturalmente con el vecindario, pero que, en virtud de los grandes balances de poder, e intereses estratégicos aparentemente ajenos, han intervenido en la región.

La confrontación más famosa fue la Guerra de Crimea, a mediados del Siglo XIX, cuando poderes occidentales consideraron indispensable contener el avance ruso en la parte final del curso del Danubio y contrarrestar el patrocinio de Moscú a los cristianos ortodoxos en los lugares santos de Palestina. Querían de una vez frenar la intención, atribuida a Rusia, de derrotar a los turcos, recuperar lo que estos le habían arrebatado a Bizancio, resucitar a Constantinopla y entronizar a Moscú como la “Tercera Roma”. Para ello Francia y Gran Bretaña se pusieron del lado otomano, la una como campeona del mundo latino y la otra para mantener despejado su camino hasta y desde la India.

Todo desembocó entonces en una guerra infame, con trincheras, enfermedades, penurias climáticas, armas nuevas, reporteros de guerra, noticias falsas y otros precursores de guerras posteriores, que se vino a librar en territorio de Crimea. León Tolstoi pudo dar fe de todo eso en sus “Relatos de Sebastopol”, ciudad emblemática, que había sido fundada por los rusos tiempo atrás cuando, después de derrotar a los turcos, anexaron la península a su imperio.

Rusia perdió la guerra e hizo concesiones en otros parajes, pero conservó la ciudad, la península y el puerto. Después tuvo que defender todo eso de los nazis, que al entrar a la ciudad protagonizaron una matanza horrorosa, para saber que más tarde la marea se les devolvió y los ocupantes corrieron suerte similar de exterminio. Horrores de esos que los herederos de los autores ahora se cuidan de mantener en los archivos, mientras critican a los demás.

A lo largo de la era soviética Crimea pasó a ser administrada por Ucrania y continuó a cargo de ella, como “república autónoma”, después del desmonte de la URSS. Sebastopol mantuvo un régimen especial, bajo tutela directa del gobierno ucraniano. Hasta que ambas, ciudad y península, quedaron involucradas en el juego peligroso de una Ucrania animada a sumarse a la Unión Europea y una Rusia opuesta en toda la línea a semejante propósito.

Vino entonces la maniobra de ingeniería política de Rusia para promover un referéndum orientado a que los habitantes de la región y de la ciudad definieran si se quedaban con Ucrania o preferían unirse a la Federación Rusa. Referéndum precedido de cuidadoso movimiento poblacional que, a lo largo de los años, fue consolidando una numerosa población rusa en torno a la base de Sebastopol, y “adornado” con presión propagandística y militar, agitación de sentimientos culturales favorables a Moscú, y promesas de nuevas realidades favorables a una decisión que resultó positiva y ha sido interpretada por Rusia como ejemplo de libre determinación de los pueblos.

La Unión Europea y los Estados Unidos se han sumado a Ucrania para reprochar toda esa maniobra y, en lugar de irse a la guerra, a la usanza de hace siglo y medio, la han emprendido contra Rusia por el lado de las sanciones económicas, además de expulsarla del grupo de los ocho grandes, que pasaron a ser siete, y cuestionarla por todo lo que hace o deja de hacer, de manera que la alejan cada día más del resto de Europa y de un buen entendimiento en general con el bloque occidental.

Este es el contexto en el que se ha dado el incidente entre un destructor británico, llamado “Defender”, y barcos y aviones rusos que aparentemente le han obligado a cambiar su rumbo en aguas aledañas a Crimea, con el argumento de que se trata de zonas de soberanía rusa. Argumento que, en virtud de la disputa sobre el status contemporáneo de la península, las potencias occidentales no están dispuestas a reconocer.

El barco de guerra, con periodistas invitados a bordo, salió del puerto ucraniano de Odessa con destino a Georgia, usando una ruta tradicional a través de aguas que considera ucranianas, en ejercicio del derecho de tránsito inocente. Al parecer la misión fue aprobada por el primer ministro Boris Johnson, a pesar del riesgo de que el incidente resultara oportunidad para que Rusia apareciera coleccionando un trofeo al ahuyentar la nave.

Los británicos insisten en que su destructor no estaba allí para buscar un pleito, sino para afirmar el derecho de libertad de navegación en aguas internacionales. Actitud de principio que se ha encontrado con la interpretación rusa de que se trató de un acto deliberado de provocación frente al cual dice haber respondido con disparos de advertencia y bombas lanzadas sobre el curso posible de la nave.

Alexander Grushko, viceministro de exteriores de Rusia, ha dicho que Occidente escogió “una espiral de confrontación” en lugar de cooperar con Rusia, y que en esos términos la situación es explosiva, de manera que no se puede descartar un conflicto real, de consecuencias impredecibles. Además, no dejó de poner el hecho en el contexto de lo que su país considera una creciente presencia militar de la OTAN, con ejercicios de aire, mar y tierra, en las fronteras rusas. Por su parte, el General Nick Carter, alto responsable de defensa del Reino Unido, le dijo al Daily Telegraph que un “error de cálculo en ese juego del gato y el ratón con Rusia, podría eventualmente conducir a una guerra”.

Ahí está planteada, otra vez, una situación típica de guerra fría. Contendores conceptualmente irreconciliables en torno a un asunto que cada quién ve desde un ángulo diferente y propio, y cuya interpretación no están dispuestos a cambiar, en un diálogo de sordos que se tramita en el lenguaje de la disuasión. Con todos los peligros que ello implica. Sin que haya autoridad capaz de despejar el ambiente, de manera que queda en manos de las partes oscilar entre el ejercicio de una capacidad mayor o menor de producir miedo. Fórmula nada edificante para un mundo que no está para juegos peligrosos.

 

Adrianus(87145)29 de junio de 2021 - 09:41 p. m.
Occidente, con su papá mayor, EEUU, busca, como siempre, expresar su poderío ya sea de frente o a través de la Unión Europea, en este caso. Su batalla política siempre se establece contra todo lo que tenga que ver con Rusia y con China, pues la última cumbre de los 7 tuvo como plato fuerte el poder económico de los Orientales. Lo indignante de esto es que la UE se comporta como Polombia: abyecta
Atenas(06773)29 de junio de 2021 - 04:13 p. m.
Leer al Señor Edo. Barajas es como querer reconciliarse con lo q' debe ser un buen, sano y objetivo propósito de periodismo pa admirar e imitar, amén d q' mucho ilustra sobre geopolítica. Y no ser este desierto de pánfilos opinadores de dos peso q' aquí se dan cita a diario tan desvergonzadamente. Excelente columna.
Blanca(66976)29 de junio de 2021 - 01:06 p. m.
Otro escrito basado en creencias y deseos del autor.
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