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La nueva cara de Alemania

Eduardo Barajas Sandoval

13 de diciembre de 2021 - 11:59 p. m.

Nada de echar andar y arreglar las cosas después, por el camino. Consecuentes con la lógica más refinada del sistema parlamentario, los alemanes sólo permiten el comienzo de un gobierno cuando existe un programa definido, con suficiente apoyo político para conseguir decisiones legislativas, previas observaciones de la oposición, y gobernar conforme a esos acuerdos sobre lo fundamental tan anhelados en otras partes.

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Como las elecciones de septiembre no le dieron a ningún partido mayoría parlamentaria, las negociaciones para armar un gobierno dieron como resultado una “coalición semáforo” de socialistas, liberales y verdes, bajo la dirección del socialdemócrata Olaf Scholz, cuyo primer reto es llenar el vacío de Ángela Merkel. Desafío que adquiere importancia especial en materia de relaciones exteriores, porque es preciso dar comienzo a una nueva era, después de aquella marcada por la presencia, la influencia y la prestancia de la canciller saliente, que jugó un papel definitivo no solamente en la orientación de la vida europea sino en otras instancias de dimensión mundial.

La política internacional del nuevo gobierno debe mostrar su propia cosecha frente a asuntos para los cuales Olaf Scholz, hasta ahora encargado de la economía en la coalición que acaba de terminar, no tiene mayores credenciales. Como sus prioridades inmediatas serán el control de la pandemia y la mitigación del cambio climático, dentro de un programa socialdemócrata que le permita volver al país “más justo, más liberal y más digital”, sin las ataduras que implicaba la extinguida alianza con la democracia cristiana, la persona que conduzca las relaciones internacionales debe ser capaz de suplir las carencias del canciller y mantener la prestancia alemana en muchos escenarios.

Al celebrar la llegada de Scholz, el presidente francés dijo que su país y Alemania deberán trabajar juntos para darle forma al futuro de Europa, y que juntos van a “escribir el siguiente capítulo para los franceses, los alemanes y los europeos”. La Presidente de la Comisión Europea también celebró el inicio del nuevo gobierno y se manifestó dispuesta a trabajar con él. Desde el Kremlin, el gobierno ruso ha expresado su esperanza en que Scholz y Putin lleven una buena relación y que el nuevo canciller entienda que “no hay alternativa al diálogo cuando se trate de resolver aún las más agudas diferencias de opinión”.

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El proyecto internacional del nuevo gobierno se alimentó de lo planteado por los socios a lo largo de la campaña, se condensa en el programa común y se sintetiza en declaraciones del canciller Scholz, quien ha sentado la premisa de que en materia de política exterior habrá continuidad, ahora con su liderazgo. Habrá énfasis en el fortalecimiento de una Europa “fuerte y soberana”, que para jugar un papel en el mundo debe hablar con una sola voz. También en el propósito de fortalecer la cooperación con la OTAN y los Estados Unidos. Se han calificado como inaceptables las amenazas de Rusia contra Ucrania, se ha proclamado el apoyo al gobierno de Varsovia en el manejo de la crisis migratoria con Bielorrusia, y se ha reclamado el respeto por el estado de derecho y expresado su apoyo a la Comisión Europea en las escaramuzas con ese mismo gobierno, y con el de Hungría.

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Ese discurso internacional, estereotipado y poco prolífico, conduce a realzar la importancia de quien tenga a su cargo la conducción de la política exterior; tema que ha suscitado incógnitas marcadas por la incertidumbre. Al repasar la composición del nuevo gabinete, resultante de negociaciones entre políticos, se observa que los verdes se hicieron a la vice cancillería, y a los ministerios de economía y protección del clima, nutrición y agricultura, familia, tercera edad, mujeres y jóvenes, medio ambiente, naturaleza, seguridad nuclear, protección del consumidor, y relaciones exteriores, este último que será ocupado por Annalena Baerbock, la más reciente jefe del partido, que en esa calidad participó en las negociaciones del acuerdo para la conformación del nuevo gobierno.

Aparte de haber estudiado derecho internacional en la Gran Bretaña, Annalena tiene por ahora para el cargo más gracia personal e imagen de frescura que experiencia en relaciones internacionales. En la campaña reclamó en contra de la pasividad alemana ante casos como el del deterioro de los derechos fundamentales en Hungría. Ahora, al comenzar a actuar, ha dicho que adelantará una política basada en valores. Muy bien. Muchas gracias. Pero eso no significa nada nuevo. Bien que mal, todos lo hacen conforme a los propios. Entonces es de esperar que los derechos humanos, la protección ambiental, el cambio climático y la cooperación en el desarrollo de nuevas fuentes de energía, en lo posible bajo liderazgo alemán, asuntos esenciales de la doctrina verde, jueguen desde ahora un papel importante. Pero hace falta mucho más.

No necesariamente por ser joven e inexperta, Annalena Baerbock puede ser descalificada para el cargo. Más daño le puede hacer el hecho de que, luego de haber liderado las encuestas hacia las elecciones generales, su prestigio se fue desinflando debido a errores político crasos y actos reprochables, como el de haber incluido imprecisiones en su curriculum, para inflar su imagen, e incurrido en omisiones en su declaración de renta y en plagio en la publicación de un libro. Asuntos aparentemente internos, y “políticamente perdonados”, que son observados desde fuera con suma atención y de los cuales se echa mano cuando resulte necesario, porque la credibilidad política es una sola y no tiene fronteras.

Ya se cumplió el ritual de la visita del canciller y de la ministra de relaciones exteriores a París y Bruselas, cada uno por su cuenta, para refrendar los fundamentos de la amistad francoalemana, soporte y motor de la Unión Europea, y reiterar el compromiso con los proyectos comunitarios. Ahora viven ese momento de gracia en el que todavía no se han presentado situaciones que exigen tomar posiciones, orientar acciones, hacer alianzas, y marcar el tono de la política exterior frente a situaciones que permitan apreciar su tino, su criterio y su acierto en una tarea cada vez más importante, por la creciente relevancia de Alemania en el mundo.

Están por verse, por ejemplo, los resultados de los encuentros de la nueva ministra con avezados diplomáticos como los jefes de la diplomacia rusa, estadounidense o china, curtidos en el oficio y entrenados para un juego político duro y sofisticado en el cual se pagan caro las improvisaciones. Entonces ella verá cómo el ejercicio de conducir relaciones exteriores no es solamente cuestión de principios ni ideales de partido sino de acierto integral en asuntos en los que están en juego los intereses de una nación. Claro que la nueva ministra cuenta con un equipo formidable de profesionales, de manera que nada de raro tiene que, perdonados los pecados de su juventud, estemos ante una estrella en ascenso no solo en la vida política alemana, sino en el firmamento internacional. Algo que no tardará en ser confirmado o desmentido, porque el ritmo del mundo no espera.

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