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Las estaciones australes

Eduardo Barajas Sandoval

07 de junio de 2022 - 12:01 a. m.
"El triunfo de Anthony Albanese en las elecciones generales, a la cabeza de los laboristas australianos, representa la llegada al poder de un veterano de la lucha política, que con sus credenciales busca asegurar un “cambio seguro”. Algo muy diferente del cambio como expresión genérica que suena bien como argumento para entusiasmar a la gente y que entre menos se concrete sale curiosamente más fácil de vender, porque cada quién se imagina lo que quiere y lo vuelve “posible”" - Eduardo Barajas Sandoval.
Foto: EFE - MICK TSIKAS

Fruto de una unión furtiva entre australiana e italiano, un joven se fue abriendo paso, desde la barriada de Sidney, hasta llegar a ser elegido el 21 de mayo como primer ministro de Australia. Su llegada al poder representa, al interior del país, la introducción de variantes de acción más incisiva del Estado en asuntos económicos y sociales, y hacia afuera abre nuevas expectativas sobre la actuación australiana en el juego político del escenario que va desde el Mar del Japón hasta el de Tasmania.

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En el orden interno, sin perjuicio de que el péndulo de las preferencias ciudadanas tome de pronto un curso errático, las democracias avanzadas permiten identificar respuestas populares de apoyo alternado a propuestas conservadoras y proyectos de cambio. Y así van pasando, como de estación en estación, la euforia de la primavera, el fragor del verano, la expectativa del otoño y el frío del invierno. Con la peculiaridad de que no todos los sectores políticos se sienten en la misma estación, porque lo que es frío para unos resulta caliente para otros.

El triunfo de Anthony Albanese en las elecciones generales, a la cabeza de los laboristas australianos, representa la llegada al poder de un veterano de la lucha política, que con sus credenciales busca asegurar un “cambio seguro”. Algo muy diferente del cambio como expresión genérica que suena bien como argumento para entusiasmar a la gente y que entre menos se concrete sale curiosamente más fácil de vender, porque cada quién se imagina lo que quiere y lo vuelve “posible”.

Albo, como lo llaman sus seguidores, creció convencido de que su padre había muerto antes de que él naciera. Después descubrió que estaba bien vivo en Italia, a donde fue a verlo llevado por ese mismo espíritu de acción que le llevó a moverse en favor de las causas sociales, y le permitió hacer, desde abajo, una brillante carrera política. Su largo paso por el ejercicio parlamentario y el tiempo de experiencia como ministro refinaron el contenido de sus propuestas en favor de la salud, la defensa de derechos de las minorías y toda la gama de valores propios de la socialdemocracia en un país solvente para sustentar el apoyo del Estado a sectores sociales que lo necesitan, sin caer en la trampa del bienestar como regalo. Su desplazamiento hacia el centro y la inclusión de causas como la lucha contra el cambio climático, el refuerzo de la seguridad nacional y una actitud más dura hacia China le llevaron al poder.

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Sobre la base de la militancia de Australia en el “bloque occidental”, respecto de la cual todos los partidos del país están de acuerdo, aparecen para el nuevo primer ministro responsabilidades ineludibles en materia de relaciones internacionales, marcadas por la necesidad de contribuir a la contención de China en una enorme porción del globo.

La acción australiana tiene, como política de Estado, el propósito de presentarse en todos los escenarios posibles, desde Nueva Zelanda hasta el Japón, pasando por países costeros o insulares de diferente tamaño y significación política y económica, como un socio confiable, dispuesto a representar una alternativa ante las ofertas de las seductoras fórmulas de seguridad y apoyo al desarrollo que plantea en la región el gobierno de Pekín.

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Una cosa es la proclamación de ese propósito, y otra su realización, y sobre todo sus frutos, que están todavía bastante lejos. Y como en el fragor de la vida internacional cuenta en buena medida la condición personal de quien dirija las acciones, bien vale la pena observar las condiciones de Penny Wong, cuidadosamente elegida para llevar a cabo esa nueva acometida.

Nacida en el seno de la comunidad malasia de Borneo, de madre australiana y padre de origen chino, se fue a los ocho años a vivir a Australia y, de manera parecida a la del nuevo primer ministro, se obstinó en subir toda la escalera de la vida social y de la vida política. En este caso con el agravante de la discriminación racial, expresada de muchas maneras, incluyendo avisos adversos en las paredes de su casa. Circunstancias que sólo fortalecieron su voluntad y le empujaron al éxito académico y después al político.

Después de su debut en la reunión de QUAD, en Tokio, se fue a Fiji para instar desde allí a los países del Pacífico a “sopesar las consecuencias de aceptar las ofertas de seguridad de Pekín”, al tiempo que esbozaba la idea, por desarrollar, de que la región se debería ocupar de su propia seguridad. Para complementar su planteamiento, y cubrir de una vez las críticas de las que puede ser objeto su país, se anticipó a decir que Australia está “decidida a compensar” el tiempo perdido de la última década. Tiempo que coincide con la era que acaba de terminar de gobiernos conservadores.

La maratón de Penny, que apenas comienza y le ha llevado hasta ahora a diez países, ha producido, por supuesto, la consabida reacción de la diplomacia china y de la de los Estados Unidos, ambos interesados, de manera directa, en un juego de fuerzas en diferentes tableros, y pendientes de los resultados de la acometida australiana. De manera que ahí está planteada de manera escueta una competencia que traerá consecuencias importantes en las décadas por venir.

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China, fiel a su discurso, niega la idea de que esté tratando de construir una “esfera de influencia” a partir de sus iniciativas de desarrollo y propuestas de defensa, y afirma no tener la intención de convertir el Pacífico en un campo de maniobras geopolíticas. Los Estados Unidos, que no han dejado de considerar que el frente más importante de su acción exterior sigue siendo China, sostienen su profundo interés en la evolución de los acontecimientos en el Pacífico, así hayan aparecido distracciones como el conflicto de Ucrania, que después de todo ha puesto en evidencia que Rusia ya no es una potencia global.

La agenda de la “familia del Pacífico” no solamente contiene asuntos relacionados con el desarrollo económico y la seguridad, tanto en su dimensión estatal como en la acción contra el crimen organizado. Las migraciones siguen jugando un papel definitivo, y en ese campo resulta evidente que las aspiraciones de quienes desean salir de su tierra se orientan hacia Australia y no precisamente hacia China. Situación entendible, porque sin perjuicio de que los gobiernos acuerden una u otra cosa, los pueblos tienen señalados de manera espontánea sus propios designios.

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El manejo energético, la acción frente al cambio climático y la explotación de recursos en la perspectiva de esas dos preocupaciones, son tareas que requieren sin duda de altos niveles de cooperación entre países con intereses convergentes. Motivo por el cual el turno laborista de conducción de los intereses internacionales de Australia está a prueba en cuanto a su empatía con pueblos distintos y de diferente nivel de desarrollo, que esperan una adecuada dosis de ayuda y también de respeto, que es obligación de Penny Wong proveer.

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