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Los jóvenes guerreros de Glasgow

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Eduardo Barajas Sandoval
09 de noviembre de 2021 - 04:55 a. m.
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A los gobiernos alguien tiene que cantarles la tabla. Si lo hacen los jóvenes tanto mejor, a pesar de su inexperiencia. No importa. Nadie es tan independiente, espontáneo y directo como ellos. Nadie siente el futuro como quienes están por vivirlo; quienes están llamados no solamente a vivir ese futuro, sino a pagar las consecuencias de las decisiones de ahora, tomadas por actores que estarán ausentes cuando se pueda comprobar si las tomaron bien o mal.

Los jóvenes entienden que se están jugando su vida en la discusión sobre el cambio climático. Por eso su movilización debe ser tenida en cuenta. Todo lo que piensen debe servir de insumo para orientar las decisiones de quienes ahora gobiernan y más temprano que tarde saldrán del escenario.

Sin caer, ni hacerlos caer, en la trampa del populismo, esto es sin aceptar lo que se les ocurra para congraciarse con ellos, hay que escuchar con respeto lo que los jóvenes critiquen y lo que propongan en cuanto a las acciones destinadas a evitar la catástrofe de un mundo destrozado en los altares del beneficio económico de ahora, a costa del futuro.

Seguramente las ilusiones juveniles, y las fantasías de las que se es capaz cuando no se ha vivido ni se ha gobernado, formarán un torrente difícil de manejar: el de sueños que no tienen en cuenta recovecos normativos ni reglas económicas no escritas. Que no repara en dificultades burocráticas ni en tradiciones. Ahí está el reto más grande del empalme adecuado entre el presente y el futuro.

No cabe duda de que la reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas Sobre Cambio Climático ha sido un logro para la diplomacia, así haya sido al tiempo tan solo un pequeño logro para la humanidad. En la brecha entre lo uno y lo otro está el detalle. Una cosa es lo que dicen los gobiernos, y lo que quieren o pueden hacer. Otra cosa es lo que va pasando, al ritmo del crecimiento económico y la recuperación de múltiples dinámicas después de la pandemia, mientras el planeta, como gigante herido, lucha por su cuenta por sobrevivir.

Claro está que los estados todavía son, y debe ser, protagonistas de compromisos y decisiones que solamente se pueden llevar a cabo con el ejercicio del poder institucional. Así estamos organizados, o desorganizados, por ahora. Andando bajo las luces de unos jefes políticos que fueron elegidos por motivos diversos, o llegaron al poder por medios peculiares, pero que en todo caso no fueron entrenados para manejar tecnologías ni procesos biológicos, y que deben dar sus pasos de la mano de lazarillos que por su parte no conocen los entresijos del poder.

Miles de jóvenes fueron a Glasgow a decir que esa reunión de gobernantes fue un fracaso. Puede que esa afirmación sea un poco exagerada. Dichos de jóvenes, sin obligaciones propias de los estados, ajenos a las complejidades de lo que tienen que manejar gobernantes que fueron allá a contar maravillas increíbles sobre su compromiso con la causa ambiental, otra exageración. Mientras ellos marchaban por las calles de la capital del whisky, otros lo hacían en diferentes partes del mundo para decir que los gobiernos deben demostrar con hechos su compromiso, no con palabras, que no sirven para nada. Tienen razón, pues hay que ir más allá.

El problema del cambio climático no es solamente de los gobiernos. Pensar que todo depende de ellos puede ser una gran equivocación. Por eso en Glasgow no solamente estaban los gobiernos reunidos en los salones, contando hazañas y negociando nuevos propósitos, y los jóvenes vociferando en la calle. También estaban los lobistas, para empujar en una u otra dirección. Representantes y promotores de fuentes tradicionales de energía, analistas de la realidad de la recuperación económica, amigos de diferentes tonos de gradualidad, campeones de exigencias válidas y verdaderas, inversionistas de negocios que afectan el ambiente, banqueros, ecologistas de todo origen y especialidad, analistas del futuro, y profetas del bien y del mal.

Así se iba formando, como suele suceder en esas reuniones, ese tejido complejo que resulta de la presentación de las cosas de manera calculada por unos y escueta, realista y exigente por otros, hasta que se llega e ese llano en el que se evitan las estridencias y se manifiestan propósitos a través de la moderación en el discurso. Algo que no deja contentos a quienes quisieran medidas radicales, que los gobernantes, con conocimiento de causa, no van a adoptar. Ahí está la complejidad que no se advierte desde la calle. Problema que por ahora no tienen que afrontar los jóvenes, pero que deberán manejar cuando gobiernen y se den cuenta de que si apagamos ahora todo, como quisieran muchos de ellos, eso podría equivaler a frenar el planeta y la catástrofe sería mayor.

Lo anterior no quiere decir que sea innecesaria ni impertinente la actuación de los jóvenes, inclusive con su discurso radical. Alguien tiene que poner las cosas en el extremo. Si nadie lo hace, el resto del mundo sigue mirando el tema con la apatía de gobernantes cuya lógica y cuyos intereses no alcanzan a trascender el reducido mundo de la interpretación sumisa de la economía contemporánea.

Está muy bien que les hayan cantado la tabla a los gobiernos, y a todo el mundo. Había que hacerlo, y lo más duro que se pudiera. Es por el bien del planeta, de todos, y del futuro que los jóvenes tendrán que vivir. Es un reclamo justo, lleno de ilusiones, sí, por qué no, y de propuestas radicales, unas realizables y otras no. Es más: los jóvenes deberán ir más allá y exigir soluciones a las necesidades de vacunación de medio mundo, reiterar su condena de la guerra, protestar por el desamparo de la niñez, el hambre, y la presencia del narcotráfico, que no deberían estar dispuestos a aceptar como herencia amenazante de un futuro que debe ser mejor.

Como la discusión de Glasgow no se cierra con el evento internacional, ni con las marchas que suscitó, ni con medidas inmediatas de los gobiernos, dentro de los cuales se notó demasiado la ausencia de China y Rusia, los sectores involucrados, que son todos los que participan en la vida pública, comenzando por los ciudadanos en ejercicio, que deben participar en los nuevos episodios de definiciones sobre esta materia.

Para que lo anterior sea útil, será preciso distinguir entre la ciencia y la ficción. Entre lo deseable y lo posible. Será necesario converger en las evidencias científicas, para dar en torno a ellas la discusión. El éxito de la tarea depende de la presencia de ciudadanos avisados, sensatos, exigentes, protagónicos no solamente para criticar y desestimar sino para ejercer su capacidad de influir en la vida política del futuro, mediante del uso responsable de su cuota de poder.

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Julio(87145)09 de noviembre de 2021 - 11:47 p. m.
Eduardo, el poder de los que no gobernamos es, en este caso, que podemos abstenernos de tomar Cocacola, de comprar carros, perfumes, ropas, joyas y un larguísimo etc. Emprender campañas ambiciosas contra el consumismo. Eso sí está en nuestras manos y en la de los vigorosos jóvenes. También campañas contra la reproducción y así habrá menos demanda de recursos al planeta y menos mano para explotar.
Julio(87145)09 de noviembre de 2021 - 11:33 p. m.
Eduardo, las protestas de los jóvenes en Glasgow es algo muy valioso y de aplaudir. Tiene razón usted al manifestar que los poderosos se mueven en lo suyo, con sus intereses y por lo que dice la tozuda realidad, no van a hacer mucho por cambiar su política. Pero lo que sí debieran hacer los jóvenes es generar campañas contra el consumismo y la reproducción de la especie y obrar en consecuencia.
Harold(32718)09 de noviembre de 2021 - 10:58 p. m.
Igual a este desgobierno de Duque hay que seguir cantándole la tabla porque lo que dice que va a hacer está muy lejos de lo que hace y puede hacer (maniatado por los intereses de los corruptos, de empresarios interesados solamente en llenarse los bolsillos de dinero y de sus amigos en la sombra, los paracos).
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