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Todavía quedan por saldar cuentas de la era colonial. El compromiso de algunas democracias avanzadas de Europa con naciones ubicadas a miles de kilómetros del “territorio metropolitano”, con las cuales mantienen vínculos de dominio que provienen del pasado colonial, exige un manejo impecable cuando están de por medio valores como la libertad y la libre determinación de los pueblos.
El sueño de una “nueva Caledonia”, en memoria de la Caledonia original, denominación que los romanos dieron a las tierras altas de esa Escocia que nunca pudieron conquistar, dio vueltas en la cabeza de emprendedores y aventureros británicos como James Cook, que en 1774 vino a llamar así a una isla de 400 kilómetros de longitud, cabeza de un archipiélago en el Pacífico Sur, a 1.100 kilómetros de Australia y 1.700 de Nueva Zelanda. El nombre allí prosperó y ha llegado hasta nuestros días, a diferencia de la efímera denominación de Nueva Caledonia que alguna vez pretendieron los escoceses dar a una colonia que querían establecer en nuestro golfo de Urabá.
Las vueltas del destino condujeron a que el proceso que comenzó con esa aventura británica terminara convirtiendo el territorio, poblado desde hace miles de años por “canacos” de Oceanía, en territorio sui generis de la República Francesa. En medio de la legendaria “competencia de las banderas” por el dominio de los mares en diferentes parajes del planeta, fueron los franceses quienes se hicieron al control del grupo de islas y lo convirtieron en colonia en 1853. A partir de entonces, las incidencias de la relación con Francia han sido las tradicionales entre una potencia europea de vocación mundial y un territorio insular lejano, a más de 17.000 kilómetros de distancia, afectado por la intromisión a la que en su momento los europeos se creían con derecho en cualquier lugar del mundo.
En la Nueva Caledonia francesa se presentaron el desalojo y despojo de los nativos, la llegada de enfermedades europeas que menguaron la población local, la evangelización cristiana con ayuda de los Hermanos Maristas, el desarrollo de emprendimientos agrícolas, casi todos fracasados, el uso de las islas como colonia penal, el tráfico de esclavos y el tratamiento de los nativos como objeto de exhibición en jaulas en alguna exposición metropolitana. También se utilizó el territorio como base militar al servicio propio y de aliados, y se asentaron colonos europeos con privilegios especiales frente a los canacos, todo en medio de una relación de afectos y odios desordenados, con la ocurrencia de revueltas y masacres que siempre terminaron con la consolidación del dominio francés.
Como era de esperarse, a lo largo de toda esa historia de relación colonial, bajo el nombre que fuese, ha existido el anhelo de una vida independiente, bajo la forma de un Estado canaco. Sobre la base de esa premisa se llevaron a cabo acciones de resistencia, protesta y revuelta, que recibieron respuestas diferentes según el momento de la evolución de la vida política francesa. Esto quiere decir que después del tratamiento simplemente represivo de otras épocas, la Francia democrática contemporánea aceptó la celebración de unos acuerdos que establecieron el estatuto del archipiélago y abrieron la posibilidad de consultar por tres veces, mediante referendo, la voluntad popular de hoy respecto de una posible independencia.
Nueva Caledonia es políticamente una especie sui generis entre país independiente y departamento francés de ultramar, con derecho a elegir miembros de la Asamblea Nacional y a ocupar un puesto en el Senado de París, al tiempo que existen un Congreso y un Gobierno canacos, que se ocupan de su propio régimen impositivo, asuntos laborales, de salud y de comercio, además de cuestiones puntuales de cooperación con Estados de la región. Francia dirige el conjunto de la política exterior, la defensa, la justicia y el orden público, además de contar con la ventaja de la avanzada que en términos estratégicos significa el control de ese territorio en una región cada vez más “caliente”, al ritmo de la competencia de China con el resto del mundo.
Al comentar el resultado del último de los tres referendos, llevado a cabo a principios de diciembre de 2021, el presidente Macron dijo que “Francia es más bella porque Nueva Caledonia ha decidido seguir siendo parte de ella”. Así celebraba el veredicto de un 96,5% en favor de la permanencia, contra un 3,5% en favor de la independencia. Resultado leído de otra manera por los independentistas, que habían llamado a la postergación de la consulta en vista de la situación de pandemia, apelación no atendida por el gobierno francés, que insistió en el cumplimiento de los pactos tal como fueron originalmente suscritos.
Sin perjuicio de que la muy baja participación en el último referendo, que no pasó del 45% de los votantes, deje inquietudes en cuanto a la voluntad popular en esta última consulta, los resultados de los tres referendos han sido favorables a la continuación de la relación con Francia en los términos hasta ahora establecidos, entre otras cosas con una muy alta participación en las ocasiones anteriores, que en todo caso terminaron con el triunfo de la idea de la permanencia. De manera que va a ser muy difícil, según las reglas pactadas, revertir el resultado y darles forma a nuevas oportunidades de consulta, al menos en el inmediato futuro. Lo cual no evita la subsistencia de una dura confrontación política entre los amigos de la continuidad dentro de la república francesa y los partidarios de la independencia, agrupados en el Frente de Liberación Nacional Canaco y Socialista.
Hacia el futuro, existen dos elementos nuevos que realzan la complejidad del problema canaco y servirán de combustible adicional a las posiciones hasta ahora existentes. El uno tiene que ver con el hecho de que Francia, que se había considerado como árbitro entre continuistas e independentistas para que ellos decidieran lo que mejor les pareciera, en esta ocasión intervino en la discusión a través de un documento que publicitaba las consecuencias negativas de la secesión. El otro es el del juego grande y amplio de la carrera de potencias de talla mundial que se libra en el Pacífico, en la cual Francia aspira a estar presente, ahora con mayor interés luego del desaire de la cancelación del contrato para proveer de submarinos a Australia, que bajo el actual gobierno no ha tenido reparo en actuar como gregaria de los Estados Unidos.
Si a todo esto agregamos que Nueva Caledonia cuenta con al menos una décima parte de las reservas mundiales de níquel, cuya producción exporta casi toda al Asia, aparece el espectro de la gran potencia asiática ávida de recursos no renovables, que según los canacos partidarios de seguir con Francia estaría lista a convertirse en madrina indeseable de una Nueva Caledonia que se convertiría en su vasalla. Así que, por ahora, nada de nueva Nueva Caledonia.
