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¡Sancionados del mundo, uníos!

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Eduardo Barajas Sandoval
26 de julio de 2022 - 05:01 a. m.
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Si el infortunio une, la comunidad de intereses produce amalgamas. Los que se creen dueños del mundo se sienten investidos de la potestad de castigar a quienes se les opongan, o simplemente a quienes no les gusten. Eso es explicable porque cada quién defiende sus intereses. Pero opera también en el otro sentido, de manera que los sancionados tienen derecho a identificar sus opciones y emprender sus propios proyectos.

Los Estados Unidos, consolidados después de la Segunda Guerra Mundial como primera potencia del mundo y epicentro del capitalismo, diseñó mecanismos para sacar provecho de su poderío económico, respaldado por su poderío militar, y ejercer una influencia decisiva en el funcionamiento de los organismos surgidos de los famosos acuerdos de Bretton Woods.

El argumento de la lucha contra el comunismo fue por décadas justificación para ejercer presiones, y establecer sanciones, en contra de países que no estuvieran en el redil de estados comprometidos con causas calificables desde Washington como coincidentes con su modelo económico y su visión política, conforme a sus intereses.

Más tarde fueron invocados el patrocinio del terrorismo, las violaciones de los derechos humanos, la ausencia de prácticas democráticas a la manera occidental y las aventuras de desarrollo de armas nucleares. En todo caso, la segregación, y las sanciones, fueron siempre selectivas, pues al tiempo que se sancionaba a unos países por determinado motivo, se omitían castigos a países “amigos” que cometían las mismas faltas o se involucraban en aventuras de la misma índole.

Frecuentemente hubo alianzas con países afines en intereses o credo político para la aplicación de “sanciones” a otros. Así surgieron elementos “civilizacionales”, que con un trasfondo religioso, alimentado desde diferentes perspectivas, dividieron al mundo y desataron una confrontación que pasó del discurso a la violencia. Por un lado, se emprendieron “cruzadas” y se utilizó armamento sofisticado para realizar, al estilo de Hollywood, ataques a países musulmanes. Del otro lado se desató la creación de organizaciones terroristas que, también de manera brutal, irrumpieron para retaliar despiadadamente contra el mundo occidental.

Mensajes de aproximación, en busca de un “diálogo de civilizaciones” como el propuesto por el presidente iraní Ahmadineyad, fueron ignorados desde Washington. Tal vez allí pensaron que venía en lengua salvaje, siendo que los griegos desde tiempos antiguos utilizan el calificativo de “farsí” cuando alguien maneja muy bien la lengua que sea. O ignoraron que mientras los Estados Unidos tienen apenas dos siglos de historia, Irán tenía asentamientos urbanos y gobiernos locales hace siete mil años, y en una época dominaba desde Anatolia hasta la frontera de la India Antigua y desde las estepas eurasiáticas hasta el Golfo Pérsico. Y que el Bazar de Teherán ejerció poder económico significativo cuando el capitalismo no había nacido.

La lista de los “sancionados” ha sido nutrida a lo largo de las últimas décadas. Allí han figurado, por una u otra razón, Irán, Corea del Norte, Cuba, Irak, Líbano, Siria, Zimbabue, Birmania, miembros de la antigua Yugoslavia, antiguas repúblicas soviéticas como Ucrania y Bielorrusia, Sudán, la República Democrática del Congo, Somalia, Costa de Marfil, Libia, Venezuela y Yemen.

Las sanciones han consistido, entre otras, en el cierre de las puertas del sistema financiero, el embargo comercial, el bloqueo económico ampliado, el retiro del apoyo militar y del suministro de armas, el bloqueo a la provisión de armas por terceros, la prohibición de visitar uno u otro país, las sanciones a empresas que mantengan relaciones con determinado país, el cierre de servicios consulares, las instrucciones a los funcionarios de cierta nacionalidad en el sentido de negar beneficios a otros desde instituciones internacionales, la congelación de activos y reservas de oro en ciertos bancos, la prohibición de la actividad interbancaria, la interdicción del trafico aéreo hacia y desde algunos países, y la negación de visas. Además de “sanciones personales” a figuras importantes del espectro burocrático y político de otros países que, a pesar de su “rebeldía contra el sistema” mantienen cuidadosamente fondos a su nombre en bancos occidentales.

No es que los regímenes de todos los países sancionados sean ejemplares. No es que su organización institucional y su realidad política correspondan a los mejores ideales de libertad y democracia. Tampoco es que su conducta internacional sea absolutamente impecable, y que no participen en la rapiña por acceder a materias primas u obtener apoyos y forjar alianzas conforme a sus intereses. Todos, como sus castigadores, entran en un juego carente de generosidad y buena voluntad, animado por nacionalismos y vanidades personales de dirigentes que pronto serán cenizas pero obran como inmortales.

Dentro de los sancionados recientemente figuran Irán, China y Rusia. Cada uno por motivos que llevan el denominador común de la defensa de sus propios intereses, que vistos de otro lado implican la transgresión de parámetros de naturaleza económica, comercial, del desarrollo tecnológico e inclusive por violaciones flagrantes del derecho internacional. Lo interesante es que entre sancionados de alta gama se tejen alianzas que buscan no solamente identificar intereses comunes, sino desarrollar acciones conjuntas para asimilar los golpes del bloque occidental, y marcar sus propios puntos en una competencia que no tiene más reglas que las que señalen el ingenio y el poderío de cada quién en una u otra materia.

En visita de 2016 a Teherán el presidente chino desató el proceso que culminó con la firma de un tratado de amplio espectro y una duración de 25 años, entre su país e Irán. Los dos países serán socios en asuntos económicos y de seguridad. Los chinos invertirán en los sectores energético, de comunicaciones, ferrocarriles, puertos y otros, además de hacer presencia en materia bancaria. Irán les proveerá de petróleo a precios especiales. La cooperación militar y de inteligencia será intensa y servirá a los intereses estratégicos de ambas partes.

En su segundo viaje fuera del país desde que decidió por su cuenta asaltar a Ucrania, el presidente ruso estuvo hace poco en Teherán. Al encuentro con el presidente iraní se unió el de Turquía, para discutir sobre la situación de Siria, donde los tres países son protagonistas. Pero la oportunidad fue favorable para buscar formas de cooperación económica, comercial, política, científica y militar, que contrarresten las sanciones occidentales de las que Rusia e Irán son objeto por diferentes motivos.

Los sancionados se unen. Encuentran puntos comunes para cooperar. De alguna manera atienden al llamado que implícitamente les hace Occidente con sus sanciones y les dictan su conciencia política y su necesidad de defenderse: ¡sancionados del mundo, uníos!

De ahí surgirán nuevas amalgamas que se van a notar en el gran juego de la vida internacional de los próximos años. El mundo está advertido.

Queda, en medio de todo, un vestigio del predominio occidental en lo más profundo de la idea que algunos de esos protagonistas tienen de sí mismos: el presidente chino no fue a Teherán como mandarín sino luciendo fina corbata; el turco no apareció como sultán sino a la manera de funcionario londinense; y el ruso no fue vestido como el Zar que cree encarnar, sino como empleado de banca de segundo piso. El Ayatolá es el único que siempre luce conforme a su tradición propia.

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