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Tarifas de patio trasero

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Eduardo Barajas Sandoval
11 de enero de 2022 - 05:00 a. m.
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Después de pedirle a Rusia que, por favor, enviara tropas para ayudar a imponer el orden, en virtud de acuerdos que unen a los dos países, el presidente de Kazajistán, Kasim-Yomart Tokáev, anunció que, en adelante, las tropas estaban autorizadas para disparar sin previo aviso sobre los manifestantes que se tomaron las calles e incendiaron edificios públicos en adelanto de una protesta que comenzó por el alza en los precios de los combustibles. Marca registrada de controlar una protesta que se extendió por el país y trató de llamar a cuentas a un régimen que lo ha dominado desde la disolución de la Unión Soviética, bajo el mando supremo de una sola persona: Nursultán Ábishulý Nazarbáyev.

El “Hombre de Oro de Kazajistán” militó en el Partido Comunista de su país desde los años 60 del siglo pasado. Disciplinado seguidor de la línea oficial, llegó a ser presidente del Consejo de Ministros y después primer secretario del partido, con lo cual se abrió paso hacia la presidencia del Soviet Supremo y de la República Socialista Soviética de Kazajistán, que ejercía justo el momento de la disolución de la Unión Soviética, cuando

accedió a la presidencia de un Kazajistán independiente de todo, menos de su voluntad.

Después de sostenerse en el poder a través de decretos y malabares institucionales con apodo democrático, en 2019 sorprendió a todo el mundo con su renuncia de la presidencia, aunque tuvo el buen cuidado reservarse la presidencia vitalicia del Consejo de Seguridad, y de establecer que quien ejerza la presidencia debe hacerlo bajo su guía y previa consulta respecto de los asuntos fundamentales de la orientación del Estado. A lo cual hay que agregar que en manos de sus hijas está el control de los medios de comunicación y que una de ellas, que preside el legislativo, estaría dispuesta al sacrificio de asumir más tarde la jefatura del Estado. Es decir el paquete completo de esa curiosa y repugnante modalidad de monarquías familiares que se han consolidado en países que hicieron sus respectivas revoluciones con ilusiones democráticas, de las cuáles no queda rastro.

Bajo un modelo de gobierno, y de control de la sociedad y de la economía, no muy distante del de la era soviética, Kazajistán ha conseguido en las últimas décadas progresos extraordinarios, con obras monumentales y elevación del nivel de bienestar de ciertos sectores de su sociedad, debido a una cuidadosa política de disciplina y equilibrio que permitió la inversión extranjera, inclusive de origen occidental. La adopción de una nueva capital que represente esa pujanza llegó a convertirse en símbolo de un país del siglo XXI, en todo menos en desarrollo político. Mientras en materia internacional, insertado con sus cerca de tres millones de kilómetros cuadrados, llenos de riqueza, en un sitio de señalada importancia estratégica del centro del Asia, sigue siendo, desde hace al menos cinco siglos, vecino inmediato y sustancial de Rusia y parte fundamental de los intereses más preciados de Moscú.

El caso pone en evidencia cómo, en pleno siglo XXI, continúan vigentes relaciones imperiales de vieja data, que resultan sustanciales para los países involucrados. Y precisamente el caso de Kazajistán hace recordar que no hay imperio sin patio trasero que domina a voluntad y no está dispuesto a perder. Y que, como complemento, hay países que no se pueden imaginar a sí mismos sin la protección de un imperio, o de un amigo poderoso que les sirva de “guía”. Algo que nos recuerda, aquí en nuestro propio vecindario, a quienes desde una posición dominada, dependiente de capitales ajenas, critican a los que consideran lacayos de otro imperio, como si sólo a ellos les asistiera el “privilegio” a la vergüenza de vivir recibiendo instrucciones foráneas.

Las contraprestaciones de los “pactos imperiales” se parecen en todas partes. La economía va ahí amarrada, junto con los intereses estratégicos y las hermandades militares, la comunidad de “inteligencia” y la forma misteriosamente similar de ver cada coyuntura. Para lo cual se proclaman principios y valores, y se hace alarde de coincidencias en la forma de ver el mundo e interpretar la economía y de la historia. Los líderes de las partes aparecen como iguales, y al menos en público se comprenden y admiran. Para renovar el pegantedel pacto, los lacayos mandan a su gente, o su gente va, da lo mismo, a universidades del imperio a nutrirse de lo esencial de la cultura y de interpretaciones de la ciencia, la política y la economía, que con orgullo sumiso aplican a su regreso como iluminados en el patio trasero, donde la sociedad se va pareciendo a la del imperio, aunque sea bajo la premisa de una inferioridad incuestionable. Lo demás son valores estéticos copiados a la brava, que se reflejan en las gorras militares, el paso de ganso y ciertas manifestaciones culturales.

Pero claro, como los procesos de la vida política son agitados y no todo el mundo vive feliz a toda hora, mucho menos cuando la misma persona, con su séquito, o la misma camarilla, dominan por décadas el escenario, de pronto incurren en desaciertos que van más allá de los que a diario la gente está acostumbrada a perdonar, y el descontento se hace presente no ya en el ánimo aislado de cada quién, sino en las calles. Entonces, ante la falta de costumbre del ejercicio de la protesta ciudadana, que se reclama para casos ajenos, cualquier gesto de desobediencia se considera amenaza que trasciende fronteras y pone en peligro la vigencia del pacto imperial. Caso en el cual se invocan argumentos calculados para pedir auxilio al imperio, que manda sus tropas “a imponer el orden”, que no es otro que el orden imperial, o a “defender contra el terrorismo”, sin perjuicio de que el respectivo imperio vaya por su cuenta a lo mismo sin que nadie lo esté llamando, en defensa abierta de sus intereses.

En medio de toda esa maraña quedan perdidos los derechos fundamentales. Y no falta quien elabore el discurso que engloba y justifica las acciones que sea necesario llevar a cabo, con tal de proveer de bases al pacto imperial en el orden de las creencias, que es el que concierne al alma y la conciencia de la gente. Mientras, de manera hipócrita, se critica la existencia de imperios enemigos, con sus correspondientes lacayos. Parece ser el precio que, en materia de libertades y opciones de desarrollo democrático, con diferentes actores, han de pagar, a diferente escala y en diferentes parajes, los pueblos de países condenados a ser objeto del control de poderes que ven en ellos su patio trasero.

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David(26932)12 de enero de 2022 - 04:17 p. m.
Siempre claro el doctor Barajas
DAVID(rv2v4)12 de enero de 2022 - 08:37 a. m.
Si hay un ejercito que defiende a los beneficiaos del gobierno...¿será, que necesitamos un ejercito popular? Nadie sabe lo bueno de lo que se ha perdido hasta que ya es ave que se pierde en el fondo del destino.
PEDRO(90741)11 de enero de 2022 - 10:09 p. m.
Cuenta regresiva: faltan 208 días para que termine este hipócrita gobierno. Si le es posible, sea testigo electoral en su sitio de votación.
Edgar(22146)11 de enero de 2022 - 08:54 p. m.
Si por alla llueve, por aca esta cayendo un aguacero de diluvio. Politicos arrodillados, hampones con ambiciones sin fin, no necesitan de ejercitos internacionales porque crearon el ESMAD para dejar tuerta a la gente, para asesinar su pueblo, para torturarlo y de vez en cuando para violarlo fisicamente. Pais de estiercol el que nos ha tocado...Basta ya de mesias, narcos y genocidas.
Guillermo(68718)11 de enero de 2022 - 08:34 p. m.
Caso de Colombia: Su economía y su gestión políica supeditada a Estados Unidos. He ahí el retrazo científico, tecnologico ,y social en todos los niveles de la actividad productiva, comercial y empresarial, dado por un intercambio de nunca acabar de productos naturales brutos sin valor agregado por mercancias de mediana o alta elaboración.
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