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Una cortina de humo por ahora

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Eduardo Barajas Sandoval
26 de octubre de 2021 - 04:55 a. m.
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A Rusia y la OTAN las separa una distancia cada día más grande. Gestos de alto valor simbólico, de ambas partes, van formando una barrera de niebla que no deja ver las intenciones de cada quién, y sobre todo las perspectivas del renacer de una controversia que desde el fin de la Guerra Fría estaba en espera de ser abolida o renovada.

La nueva relación militar entre Rusia y sus antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial comenzó a tomar forma en abril de 1949 con la firma del Tratado del Atlántico Norte. La idea, en principio, era evitar una resurrección alemana como la que siguió a la guerra del año 14. No obstante, muy pronto en las capitales de Occidente irrumpieron los temores por lo que se consideraban pretensiones soviéticas de expansión en el escenario europeo.

Lo anterior, con el ítem adicional de la Guerra de Corea, que hacía temer el avance armado del comunismo, suscitó la transformación del tratado en una organización con su propia estructura militar con la idea de fondo de contener al Ejército Rojo: la OTAN. La aparición de ésta suscitó, del otro lado, el surgimiento del Pacto de Varsovia, para contener las ambiciones americanas y de los antiguos aliados en los límites de la URSS.

En medio de la perplejidad que produjo el desmonte de la Unión Soviética, y bajo la apariencia del supuesto predominio indiscutible de los Estados Unidos, para algunos resultaba reconfortante la desaparición de la polaridad que mantuvo en vilo al mundo bajo el temor de una confrontación nuclear. Para otros era preocupante la nueva arquitectura de los sistemas de defensa, particularmente en Europa, y su impacto sobre la seguridad mundial.

Dentro de esa arquitectura, los países anteriormente detrás de la “cortina de hierro” han tenido que adoptar, en muy poco tiempo, nuevas modalidades de organización institucional, funcionalidad política, sistema económico y esquemas de defensa. Todo con el telón de fondo de una “paz armada” que plantea grandes interrogantes ahora que Rusia vuelve a reclamar un lugar en el mapa estratégico del mundo, con base en su tradicional significación geopolítica, su importancia como proveedor de energía, su renovación tecnológica y un poderío militar actualizado.

La semana pasada el gobierno ruso decidió cerrar la misión permanente que mantenía en la OTAN, al tiempo que pidió que los diplomáticos de esa organización que estaban en Moscú abandonaran el país. Gesto de dureza que correspondió, en especie, a la expulsión que profirió la OTAN contra 8 de los funcionarios de la misión rusa en la sede de Bruselas, bajo el cargo de espionaje, como “agentes de inteligencia no declarados”, cargo que Moscú niega de manera vehemente.

Conocidos el talante y el tono de la diplomacia rusa contemporánea, ya se sabe que no se trata de malabares sino de decisiones con fundamento en una política clara, que no es otra que la de olvidarse de lo que la OTAN diga o haga. Ya no importa. Dicha organización puede decir o hacer lo que quiera. A Rusia le da lo mismo.

La ruptura que representan las decisiones anteriores no es una buena noticia. Sería mejor que, cada quién con su idea propia de la política y de la sociedad, sostuviera un diálogo permanente y fluido con la otra parte, dentro del espíritu del “Acta de fundación de relaciones mutuas, cooperación y seguridad entre la OTAN y la Federación de Rusia” suscrito en 1997 por Javier Solana, entonces Secretario General de la OTAN, y Yevgeny Primakov, ministro ruso de relaciones exteriores.

Esa “nueva relación”, que no era un tratado sino un acuerdo político, buscaba generar confianza, identificar unidad de propósitos y establecer hábitos de consulta y cooperación entre las partes. La OTAN llevaría a cabo su propósito de defensa colectiva asegurando el uso de la capacidad requerida en cada caso, en lugar de estacionar fuerzas de combate importantes en territorios del antiguo Pacto de Varsovia. Rusia por su parte se obligaba a “ejercer moderación similar en el despliegue de fuerzas convencionales en Europa”.

Todo lo anterior se pactó de acuerdo con el ambiente de seguridad de ese momento y del que por entonces se vislumbraba. Ahí precisamente está el detalle. Ya se sabe que la dinámica de la vida política posterior a la celebración de acuerdos políticos, puede de pronto “obligar” a las partes a interpretarlos a su manera, a calificar la conducta de los demás conforme a su visión de las cosas y en muchos casos a dejarlos como letra muerta.

Sin perjuicio de que los presidentes Clinton y Putin llegaran a hablar inclusive de la entrada de Rusia a la OTAN, y de que Rusia hubiera colaborado en uno que otro evento de la organización, varios hechos, juzgados por la otra parte como preocupantes, han venido a cambiar dramáticamente el ambiente.

De un lado, la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, aunque tenga varias interpretaciones, así como su intervención en el oriente de Ucrania, y los ejercicios militares masivos y espectaculares en las fronteras de la OTAN, han llevado al liderazgo de esa organización a concluir que su contraparte no ha cumplido el acuerdo del 97. Del otro lado, la “iniciativa de presencia avanzada y mejorada” por parte de la OTAN, con despliegue rotativo y continuo de tropas en los estados bálticos y Polonia, ángulo particularmente sensible de la seguridad rusa, se ha leído en Moscú como de infracción del mismo acuerdo.

En suma, el ambiente de 1997 ha cambiado, y mucho más ahora con el incidente de las expulsiones de diplomáticos, el cierre de una misión y las declaraciones correspondientes. Parecería que cada quien va llegando a la conclusión de que el acuerdo quedó atrás y ahora lo que sirve, y lo que vale, es mostrar fuerza, desarrollo tecnológico, capacidad de acción y poder de disuasión. Todo muy parecido a la experiencia de hace varias décadas, con desconfianza y molestia similares.

El reto más importante para todos radica en el hecho de que Rusia, con cartas energéticas y poderío militar a la mano, no tiene la menor intención de aceptar un esquema de relaciones y negociación con el conjunto de la OTAN, en lo militar, y con el de la Unión Europea, en el resto. Como si le animara la idea de evitar el “efecto jauría” que se produce cuando hay que negociar o afrontar con manadas, y que hace que los más cautos terminen por alinearse con las opciones más duras. Por lo cual prefiere tratar lo que sea con los países de la Europa occidental, uno por uno, de igual a igual.

Los miembros de la OTAN, inclusive los más ajenos a la tradición democrática europea, que los hay, dentro y fuera de la Unión, tienen el reto de definir la manera en la que han de sostener un diálogo obligatorio con Rusia, pues ignorar su presencia, sus intenciones, y su poderío, sería un error monumental. Mientras todo eso se define, una espesa nube cubre la frontera entre los signatarios del pacto de 1997 y no deja ver bien las cosas desde ninguna de las dos perspectivas.

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Olga(88990)27 de octubre de 2021 - 02:50 a. m.
Sr. Barajas, muchas gracias por sus análisis informativos, siempre claros y documentados, y, sobre todo, con una visión que posibilita amplias perspectivas.
Atenas(06773)26 de octubre de 2021 - 10:55 p. m.
Y cómo se pelan los dientes con guturales gruñidos mientras se baten las colas europeos y rusos. Mientras China y USA afilan sus descomunales bayonetas. Y entretanto, por aquí, la cauchera apenas armamos.
Judith(76151)26 de octubre de 2021 - 03:37 p. m.
Muy bueno. Muchas gracias.
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