En lugar de aferrarse al poder y fundar una dinastía espuria, Kenneth Kaunda cedió el paso al multipartidismo. Después de llegar al gobierno a la cabeza de un movimiento pacífico que le permitió fundar un nuevo estado, Kaunda se habría podido quedar hasta su muerte en el poder, a sangre y fuego, y organizar su reemplazo en cabeza de alguno de sus hermanos, de sus hijos, o de su esposa, a la manera de dictadores que se han inventado arbitrariamente un exótico derecho genético o conyugal de sucesión en el mando.
En el contexto de la descolonización africana y del surgimiento de nuevos estados, el Congreso Nacional Africano de la Rodesia del Norte, hoy Zambia, tuvo como organizador y luego secretario general a Kaunda, que para asumir ese encargo dejó su puesto de maestro de escuela. Había que movilizar a la población africana negra, para terminar con el poder colonial que para la época controlaba la región bajo la forma de “protectorado”, que integraba además a Rodesia del Sur, hoy Zimbabue, y Nyasalandia, hoy Malawi, en una alambicada federación con cierto grado de independencia, gobernada en última instancia por un delegado de la corona británica.
Como muchos de los líderes africanos de su época, Kaunda pasó por el bautismo político de la cárcel y, a raíz de divergencias con otros líderes, fundó el Congreso Nacional Africano Zambiano que luego desembocó en el Partido Unido de la Independencia Nacional, emprendedor de la desobediencia civil denominada del “Cha Cha Cha”, que se oponía al modelo de educación manejada por el poder colonial y al control de la industria y el comercio por los extranjeros. Su modelo confeso de liderazgo fue el de Mahatma Gandhi, cuyos escritos dejaron en él profunda huella desde su infancia de hijo de maestros. En 1960, antes de su campaña de desobediencia, había visitado en Atlanta a Martin Luther King, con quien terminó vinculado por una influencia mutua.
A raíz del desmonte de la federación, en plena oleada de la descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial, en comicios aceptados por los británicos, Kaunda fue primer ministro en un gobierno de coalición y luego elegido presidente de una nueva Zambia, en 1964. La tarea por cumplir, a la que dedicó los siguientes veintisiete años, no era otra que la de dar forma a un estado que nacía con todas las debilidades posibles, aunque podía atesorar el hecho de haber logrado, de una vez, la conquista del poder para los africanos originales. Para el efecto entendió que era indispensable comenzar por construir un proyecto cultural profundo, con la educación como fundamento de una nueva sociedad.
Los esfuerzos de Kaunda por organizar una versión propia de la economía nacional le obligaron a llevar a cabo maniobras de amenaza y negociación hacia los poderes extranjeros, que controlaban totalmente la minería, la industria y la banca. Sus planes de desarrollo, audaces en su concepción, recorrieron el camino de la asociación con el sector privado, en marcha hacia un control estatal que coincidió con la crisis del petróleo y condujo al país a los brazos del Fondo Monetario Internacional. Así tuvo que asumir la típicas consecuencias de desencuentro entre las fórmulas propias de la ortodoxia económica de la época y una sociedad incapaz de corresponder, sin sacrificios extremos, a las exigencias de las que era objeto.
Como fundamento de su modelo político y económico, Kaunda lanzó la propuesta de un “Socialismo Africano”, con un solo partido dominante, el suyo, después de haber suprimido todos los demás, y permitió que su gobierno entrara en una deriva autoritaria. En consecuencia, no demoraron en aparecer la intolerancia de sus funcionarios, la corrupción y conatos de resistencia violenta. Para sostenerse, puso en marcha la idea de un “Humanismo Zambiano”, que pretendía combinar todo tipo de valores autóctonos con ideas de centralismo burocrático, concentrados en una constitución diseñada a la medida de sus requerimientos, que desembocó en el culto a su personalidad. Así, su nombre llegó a figurar en la lista de los gobernantes sostenidos por el invento de un estado hecho a su medida.
Al tiempo que se ocupaba de darle sentido y contenido a la nueva república, Kaunda tuvo que responder a los requerimientos de apoyo de los movimientos de liberación que buscaban el acceso al poder de la mayoría negra en otros países africanos. Esto implicaba el ejercicio de responsabilidades políticas internacionales cuya puesta en práctica no sería vista con buenos ojos por las potencias coloniales y sus aliados, o por los africanos blancos, que aspiraban a quedarse con el poder en repúblicas independientes, pero bajo su control, como en Suráfrica.
Kaunda se convirtió en opositor abierto del régimen de segregación racial en el sur del continente africano. Apoyó y dio refugio a líderes de los movimientos de liberación de Rodesia, Angola, Namibia y Mozambique. Mantuvo alojado en Zambia al legendario Oliver Tambo, precursor de Nelson Mandela. Pero, al mismo tiempo, tuvo la habilidad de mantener buenas relaciones con la Gran Bretaña, los Estados Unidos, la Unión Soviética, Yugoslavia, y la República Popular China. Fue activo en el Movimiento de los No Alineados, y presidió en dos oportunidades la Organización de Unidad Africana. Por todo esto se llegó a convertir en referente del tono político del África negra y mediador y confidente de numerosos gobernantes.
Lo maravilloso de Kenneth Kaunda vino cuando, al comienzo de la década de los noventa, y después de haberse hecho reelegir varias veces, descartó aferrarse por la fuerza a una presidencia dictatorial y con ello demostró que ya no era uno de esos “iluminados” que creen ser los únicos que supuestamente saben cuál es la dirección en la que deben marchar sus pueblos. Entonces, al leer el ánimo de los zambianos, aceptó no volver a ser el único candidato a la presidencia, para resultar otra vez elegido elegido con arrolladoras mayorías falsas. El 2 de noviembre de 1991, luego de haber aceptado unas elecciones abiertas, y de obtener solamente el 24 por ciento de los votos, y ante el triunfo indiscutible de Frederick Chiluba, jefe del Movimiento por una Democracia Multipartidista, Kaunda entregó tranquilamente el poder en un acto que vino a borrar muchas de las sombras de su largo mandato y a resaltar en cambio sus virtudes patrióticas, políticas y personales.
Para entonces el ciudadano Kaunda no tenía casa. Fue objeto de numerosas críticas e inclusive se intentó despojarlo de la nacionalidad, por haber nacido en lo que ahora era Malawi, pero ganó el pleito. Hacia 1998, abandonó la jefatura de su partido, entonces en la oposición, se retiró de la política y dedicó las últimas dos décadas de su vida a actividades caritativas, principalmente comprometido en la lucha contra el SIDA. Rodeado casi todo ese tiempo por su esposa Betty y por sus ocho hijos, siguió siendo, hasta su muerte la semana pasada, a los 97 años, parámetro de la moda masculina cotidiana, padre, abuelo, bisabuelo, guitarrista y compositor de canciones, dentro de las cuales destaca “Caminemos juntos con un solo corazón”, símbolo de la patria independiente por la que luchó, y que ahora entonan los niños en las escuelas de su país.