Con la llegada de Humza Yousaf al gobierno de Escocia se completa una trilogía de descendientes de familias nativas de antiguas colonias británicas que, instaladas en el Reino Unido, han llegado de manera democrática a ocupar posiciones de jefatura en el gobierno. Sadiq Khan, hijo de paquistaníes, es el alcalde de Londres desde 2016. Rishi Sunak, cuya familia viene de Kenia y de India, es el primer ministro del Reino Unido desde el año pasado.
Humza Yousaf, musulmán, nació en Glasgow en una familia paquistaní por el lado paterno y keniana asiática por el materno. Ahora es el ministro principal, jefe del gobierno de Escocia, y primer jefe no cristiano de uno de los grandes partidos británicos, el Nacional Escocés. Con manejo magistral de su condición y su apariencia de escocés atípico, venció los asomos de discriminación que eran esperables y se abrió paso en el seno de ese partido, hasta llegar a la cumbre.
Ningún otro de los países que fueron cabeza de imperio en la era de la expansión europea hacia otros continentes puede mostrar, como la Gran Bretaña, un grado de apertura social y política, ni un nivel de profundidad democrática que hayan conducido a que hijos de familias inmigrantes, procedentes de sus propias colonias de otra época, lleguen a gobernar en la antigua metrópoli. Nueva muestra de que una sociedad es más democrática mientras más representación popular sea posible.
Cada vez que hay cambio de gobierno en Escocia sale a flote el asunto de la relación entre ese país y el resto del Reino Unido. Los escoceses, y diferentes líderes de los grandes partidos británicos, sostienen, o han sostenido, que Escocia no es simplemente una región sino una de las naciones que hoy conforman el reino, que voluntariamente continúa unida a Inglaterra y que, lo mismo, cuando una mayoría suficiente así lo determine, se puede retirar, pues le asisten los derechos de autoexpresión y autodeterminación democráticas. En esa postura, que coincide con la del Partido Nacional Escocés, estuvieron de acuerdo los líderes conservadores, laboristas y demócratas en una declaración conjunta en el sentido de que “el poder reside en el pueblo escocés y creemos que corresponde al pueblo escocés decidir cómo somos gobernados”.
A pesar de que el desarrollo mismo de la historia ha permitido la vigencia del concepto de la nación escocesa, y el ejercicio de un autogobierno de amplio espectro, existe una visión diferente, según la cual el Reino Unido sería un Estado unitario cuyo poder radica en el Parlamento de Westminster, que ha concedido poderes a Escocia, lo mismo que a Gales e Irlanda del Norte, y puede recuperarlos cuando así lo desee.
Todo esto enmarca inevitablemente la tarea Humza Yousaf, quien se comprometió a avanzar en la causa de la independencia, rechazada por el 55 % de los votantes en referendo de 2014, y que según las autoridades del Reino Unido no se puede repetir, como lo hubiera querido su antecesora, en 2023. El Tribunal Supremo del Reino Unido rechazó por unanimidad esa posibilidad sin la autorización del Parlamento de Westminster. Con la aclaración adicional de que el Parlamento escocés de Holyrood no tiene la potestad de hacer motu propio la convocatoria, pues no tiene competencia en asuntos constitucionales, a diferencia de 2014, cuando recibió autorización expresa del de Londres.
La negativa del Tribunal Supremo representó el fracaso del “plan C” de Nicola Sturgeon. El “plan A”, que era el de negociar y obtener del gobierno de Downing Street autorización el compromiso de autorizar el nuevo referendo no funcionó cuando Boris Johnson argumentó que jamás llevaría el tema a consideración del parlamento, pues el referendo del año 14 fue el de toda una generación. Entonces salió del sombrero del mago el “plan C”, que sería el de conferir en Escocia a las próximas elecciones generales británicas el carácter de referendo sobre la independencia. Argumento que sonaría políticamente bien, pero abiertamente contrario a las reglas de juego existentes, y que llevaría a que en Escocia se repitiera más o menos la experiencia de Cataluña.
Las opiniones están explicablemente divididas respecto de la capacidad del nuevo ministro principal para conseguir el propósito de la independencia. De manera que su camino de vencedor de hoy está lleno de obstáculos. El Partido Nacional Escocés ha gobernado desde 2007, pero no avanza en el logro de su meta. A pesar de que no se hable expresamente de un tiempo para conseguirla, cada día que pasa produce algo de desconcierto en su militancia y de angustia en su liderazgo, que anda en carrera desbocada en busca de caminos alternativos para obtener el anhelado propósito, que sería consecuente con el rechazo al brexit y el deseo de seguir formando parte de la Unión Europea, respaldados ampliamente en las urnas por los habitantes de Escocia.
Entretanto, y aunque no se hable mucho de eso, hay un asunto que sí cambió ya de rumbo y de contenido, por el simple hecho de la condición religiosa de Humza Yousaf. Con anterioridad al Acta de Unión de 1707, la religión jugó un papel fundamental en la competencia entre ingleses y escoceses, que pretendían, cada uno por su lado, imponer su interpretación del cristianismo. Al unirse los Estados, se mantuvo la separación eclesiástica. La Iglesia de Inglaterra conservó su estructura, derivada de la católica medieval italiana, bajo la autoridad suprema del monarca, mientras Escocia se quedó con su estructura presbiteriana, autónoma respecto del poder político propio de un Estado secular. Nadie habría imaginado algún día, con la irrupción de un musulmán, se vendría a romper una tradición que se daba por sentada, sobre la pertenencia religiosa del gobernante de Escocia, cuyo principal empeño, sin que se sepa cómo intentará conseguirlo, es el de renovar la democracia a través de la independencia.